Opinión | El Desliz

Llamo de tu distribuidora, «puta gilipollas»

El noventa por ciento de las llamadas que recibo son de números truchos manejados por gente timadora

El noventa por ciento de las llamadas que recibo son de números truchos manejados por gente timadora / La Opinión

Qué horror. Primera vez en décadas de oficio que pongo dos tacos gruesos en un artículo. Y encima en el titular. Lo mismo no pasa el filtro, sería lo más normal del mundo, a ver si me he creído que soy Pérez-Reverte. Ya quisiera. Así no se me habrían acabado los epítetos malsonantes antes de colgarle el teléfono a ese tío. Un tío español, cabe aclararlo para que no haya dudas. Me interrumpió con su llamada la jornada laboral. «Hola, te llamo de tu distribuidora energética». Y me recitó mi nombre completo, mi dirección y los números uno a uno de mi documento nacional de identidad. «Te acogiste a una tarifa con descuento que te caduca ya y para renovarla…» «No», le interrumpí. «¿Me oye usted?, no y no». «Vete a la mierda, puta gilipollas», me increpó. Y ahí empezó un intercambio de insultos del que no me siento especialmente orgullosa y que consiguió asustar a todos mis compañeros de la redacción, que no sabían si estaba hablando con Benjamin Netanyahu o había sufrido un brote. Dijo lo más grande de mi madre y de todos mis muertos. Y yo lo mismo. Como buen producto de la educación de las monjitas, me eché la culpa. Por entrar al trapo de un ser humano horriblemente grosero, un fullero profesional con un trabajo miserable, y ponerme a su altura. Por no cortar la llamada en cuanto oí esa voz de teletienda. Por coger un número desconocido. Qué pava, pues no fui y le solté que hay una ley que prohíbe que te contacten de ese modo. Me envió al mismo sitio maloliente donde reposan esa norma y todas las que protegen a los consumidores de este país.

Menuda plaga

Los teleoperadores agresivos, chabacanos y/o directamente delincuentes, menuda plaga. Miro mi móvil y me doy cuenta de que el noventa por ciento de las llamadas que recibo son de números truchos manejados por gente timadora, ya me duele el dedo de bloquearlos. Una vez que no cogí era la tutora del niño que me quería decir una cosa importante. Otra vez que no cogí era un jefe de prensa que necesitaba hablar conmigo. Otra vez el fontanero para avisar de que llegaba tarde. Así que descuelgo y corto en cuanto percibo el percal. Me gustaría saber si al presidente del Gobierno le pasa lo mismo. Si se pone al aparato pensando que le llama su amigo Emmanuel Macron y una voz melosa le dice: «¿Pedro Sánchez Castejón, es usted el titular del contrato de avenida Puerta de Hierro sin número con dni tal y tal Le estoy hablando se su gestora energética porque le vence la promoción…?». Y se agarra un cabreo del quince, que le pediría la motosierra prestada a Elon Musk. O si ve una llamada entrante y se huele el camelo, y pasa, pero resulta que es Volodímir Zelenski que le busca en pleno bombardeo de su nación. No creo. Supongo que al jefe del Ejecutivo los servicios de inteligencia hispanos le han dado un teléfono secreto que no pueda caer en las garras de los traficantes de datos que afligen al resto de los ciudadanos. Esos datos personales sagrados que un día entregamos a compañías de suministros o de lo que sea, y que han vendido a gentuza para que los manoseen, nos den la turra a horas intempestivas y traten de liarnos en un pufo. Yo misma estoy por comprarme uno de esos teléfonos de prepago indetectables que tienen los asesinos en las novelas policíacas para darlo solo a las personas que me interesan, y dejar el smartphone para ver y enviar cosas por internet. Otro aparato más que se va a la pira de las antiguallas inútiles fuentes de estrés, con el teléfono fijo y el busca.

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