Opinión | Viento fresco

Málaga bajo la lluvia

El paisanaje agradece las precipitaciones, hacían mucha falta, pero ya hay síntomas de hartura

Viandantes se protegen de las inclemencias.

Viandantes se protegen de las inclemencias. / l.o.

Esto parece La Coruña, dice un señor con el que me cruzo. No hay resignación en la frase ni euforia, ni sentimiento. Es una frase lanzada al aire, a la lluvia, de modo neutro. A saber dónde va a parar.

A la altura del puente de Tetuán una pareja madurita se toma unas fotos con el río de fondo. El río lleva agua, dice ella con los ojos muy abiertos. Eso solo lo puede decir alguien de Málaga, claro, en otros sitios los ríos tienen lo que tienen que tener, es decir, agua. La del Guadalmedina es amarronada y presenta como ricitos tal vez por la fuerza con la que baja. Como la pareja fotográfica no dice nada más, aprieto el paso bajo esta lluvia fina y calabobos, lluvia como de novela de Camilo José Cela. Hártate de romper los cánones de la novelística que impera en tu tiempo, escribe La Colmena o La familia de Pascual Duarte para que vaya después un plumilla de provincias y te recuerde por una descripción de la lluvia. Peor sería que nadie se acordara de él. Describir la lluvia es fácil. Describirla bien es difícil. Presenta el mismo caso la paella mixta, que es fácil y todo el mundo intenta hacer una pero resulta francamente difícil que esté rica, rica, con el arroz en su punto, su carne y sus gambas y la ausencia de cosas raras. Es temprano para pensar en paellas y lo que urge es un café. Hay árboles tristes en La Alameda, un pavimento amenazante para nuestra verticalidad, un ciclista despistado y escasos viandantes. Uno de ellos se parece a Ramón García, Ramontxu, el presentador de televisión. Me quedo mirándolo y cuando pasa a mi altura me dice: hombre, tú sales en la televisión. Le iba a decir: no, el que sales eres tú, pero fue todo tan visto y no visto que aún dudo de si la escena fue real o producto de mi imaginación. A mí la imaginación se me exacerba cuando no he tomado café, llueve y me cruzo con poca gente. Las gotas de lluvia en un escaparate asemeja a una tienda que llora. Tal vez porque no entra nadie. Llego a la plaza de la Marina, a algún sitio hay que llegar. Hay decenas de taxis estacionados, todos con su lucecita verde arriba. La ristra de vehículos parece un cienpiés gigante. Un hombre fuma a las puertas de una sucursal bancaria. Tal vez está templando los nervios antes de entrar y pelearse con un empleado para que le haga cualquier trámite. Se lo negarán. Fuma a sabiendas de que dentro no le van a dar ni fuego. Paso a su lado y digo, para que me oiga: esto parece La Coruña. Pues bien bonita que es, me responde. Me fijo en su abrigo de buen paño. De un bolsillo sobresale un libro. Un libro de bolsillo, claro. Mazurca para dos muertos, de Camilo José Cela. Claro.

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