Opinión | El adarve
Un cruel e injusto triaje
Era la primera vez que hacíamos frente a una pandemia tan virulencia, tan dañina y tan desconcertante

Era la primera vez que hacíamos frente a una pandemia tan virulencia, tan dañina y tan desconcertante / JULIO CARBO
Cinco años ya del comienzo de la pandemia. ¿Qué aprendimos de aquella angustia incesante, de aquel horror que no tenía fin? Lo que nos hace aprender no es lo que pasa sino cómo entendemos y vivimos lo que nos pasa. Por eso la pandemia a unos les ha hecho egoístas y a otros solidarios. A unos les ha enseñado a amar la vida y a otros a temer la muerte. A unos les ha llevado a valorar la sanidad pública y a otros a aferrarse a la sanidad privada.
Era la primera vez que hacíamos frente a una pandemia tan virulenta, tan dañina y tan desconcertante. Había quien contraía la enfermedad y ni siquiera se enteraba, quien tenía como consecuencia síntomas leves y pasajeros, quien soportaba daños gravísimos durante mucho tiempo, quien pasaba la enfermedad varias veces sin problema, quien terminaba en la UCI en situación de gravedad y, en el peor de los casos, quien moría de forma fulminante. ¿Qué enfermedad era esa? Pues una enfermedad nueva, del todo desconocida, que afectaba de forma virulenta a las personas de más edad.
Soledad, angustia
Las estadísticas de fallecidos (mil muertos diarios en algún momento) y sus representaciones gráficas no mostraban la soledad, la angustia, el dolor o la desesperación. La muerte señaló con predilección a un sector de la población especialmente vulnerable: los ancianos, las ancianas. Más del 85% de los fallecidos tenían más de 70 años. Una cruel preferencia. La muerte se fue llevando a la generación que vivió la guerra, que padeció la hambruna, que sufrió la dictadura, que luchó por la libertad, que trabajó para que pudiéramos estudiar, que en la crisis de 2008 aportó sus pobres sueldos para ayudar a la familia y que luego luchó, a golpe del bastón en que se apoyaban, por unas pensiones dignas. A ellos y a ellas precisamente. Qué crueldad.
Fuimos confinados, usamos mascarillas y descubrimos una vacuna que fue uno de los elementos decisivos para superar la tremenda crisis que afectó a seiscientos millones de personas y que se llevó a la tumba a más de seis millones de seres humanos.
Las familias de los fallecidos nunca olvidarán esta maldita crisis. Porque les llevó a un ser querido al que no pudieron acompañar en los momentos más duros, al que ni siquiera pudieron dar la mano en el último momento y al que no pudieron despedir de manera adecuada. Tuvieron que darles un adiós cruel en la distancia, una triste despedida desde lejos de ese féretro que acaso ni pudieron diferenciar de tantos otros.
La manera de morir
Decía el poeta Marco Valerio Marcial, nacido en Bilbilis (la actual Tarragona) en el año 64 después de Cristo: «Más triste que la muerte es la manera de morir». Pues en el caso de los fallecidos por coronavirus tendremos que reconocer que la soledad y el aislamiento hicieron especialmente más triste la muerte.
Estuve al lado de mis padres en el último instante de su muerte. ¿Qué maldita situación era esta que nos impidió estar al lado y dejar que las lágrimas llegasen pausadas a la sábana que cubría el cuerpo del ser querido cuando se iba para siempre?
Pobres muertos de coronavirus. Pobres familiares y amigos, que no pudieron despedirles de una manera digna. Creo que es lo más cruel que nos deparó la pandemia. Nos impuso una forma de morir inhumana. No es fácil elaborar el duelo mientras el cadáver de un ser querido se encuentra amontonado con otros cadáveres en una morgue porque las funerarias están saturadas.
Las familias de los fallecidos han hecho la aportación más dolorosa. Qué decir de quienes entregaron la vida en acto de servicio, por tratar de salvar la de los demás. Ellos pagaron el más alto precio por la salvación de todos. Salimos de la crisis, claro que sí. Aunque sin ellos y sin ellas. No estarán del todo ausentes, sin embargo, porque su memoria va a quedar grabada en nuestros corazones.
Una de los termómetros que miden la temperatura ética de una sociedad es el trato que dispensa a las personas mayores. Por eso voy a centrarme en uno de los casos más terribles que sucedieron en nuestro país. Me refiero a los 2.791 ancianos y ancianas que fallecieron en las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid.
Voy a plantear diez enunciados sobre esta cruel realidad que considero incontrovertibles.
Uno. Existieron los protocolos de la vergüenza en las residencias de la Comunidad de Madrid.
Dos. Esos protocolos fueron firmados por la autoridad política correspondiente de la Comunidad bajo la inevitable supervisión de la presidenta.
Tres. En esos protocolos se prohibía que los residentes fuesen trasladados a un hospital para el necesario tratamiento sanitario. Un cruel e injusto triaje.
Cuatro. El Hospital Zendal, que se presentó como la joya de la corona, no recibió ni a uno solo de los ancianos de la Comunidad de Madrid.
Cinco. La presidenta de la Comunidad ha negado, de forma casi incomprensible, que existieran esos protocolos.
Seis. La presidenta sostiene, contra toda evidencia, que en otras comunidades también existieron protocolos similares.
Siete. El consejero de Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid, señor Alberto Reyero Zubiri, escribió un libro denunciando la existencia de estos protocolos. Se titula ‘Morirán de forma indigna’.
Ocho. Como consecuencia de esos protocolos fallecieron en la Comunidad de Madrid 7.291 ancianos y ancianas, aunque la presidenta reduzca ahora el número, no sabemos por qué, a 4.100.
Nueve. Los ancianos y ancianas que tenían seguros sanitarios privados fueron trasladados a hospitales en los que se les atendió debidamente.
Diez. Los familiares de las víctimas no han sido recibidos por la presidenta en estos cinco largos años, a pesar de las reiteradas demandas.
Como he dicho más arriba, Alberto Reyero Zubiri, escribió en el año 2022 un libro titulado ‘Morirán de forma indigna’. En este libro, el exconsejero realiza un ejercicio voluntario de rendición de cuentas y relata la intrahistoria de cómo se tomaron aquellas decisiones. No solo es un documento político de primer orden sobre un episodio histórico que aún sangra, sino que también eleva la mirada hacia el futuro y los peligros que vendrán si seguimos ignorando nuestras responsabilidades.
He oído decir a la presidenta en la Asamblea de Madrid que esos ancianos y ancianas, dada su edad, iban a morir de una u otra manera, palabras que muestran una cruel reacción ante la situación de estas personas y de sus familias.
Sin autocrítica
Cuando veo la virulencia con la que la señora Ayuso agrede a sus adversarios políticos, quedo sorprendido por su ausencia total de autocrítica. El grado de prepotencia que manifiesta es tan exagerado que roza el ridículo. Todo lo que se hizo en la Comunidad de Madrid fue perfecto y todo lo que hizo el Gobierno central fue desastroso. Incluso fue positivo su estúpido elogio a la libertad de tomarse unas cañas, a pesar del riesgo de contagio
Hay una circunstancia que añade gravedad a esta terrible historia: las residencias de la Comunidad de Madrid no fueron medicalizadas como hubiera sido deseable. Por eso en esta Comunidad murieron más ancianos que en otras residencias.
Escuchar a la presidenta decir que la oposición retuerce el dolor de las víctimas para sacar rendimiento político es de un cinismo extremo. Quien más tiene que ver con el dolor de las víctimas es quien ha propiciado que haya víctimas. Y, hablando de retorcer el dolor de las víctimas qué decir de quien ha repetido hasta la saciedad este terrible lema: ‘Que te vote Chapote’.
El ínclito Miguel Ángel Rodríguez, jefe del gabinete de la señora presidenta, desmintió hace unos días que una de las invitadas del programa de Jordi Évole tuviese ningún familiar en las residencias de Madrid. Tuvo que pedir disculpas por su error. Y, a raíz del caso, anunció que exploraría el número de visitas de los familiares a sus parientes alojados en las residencias madrileñas. ¿Sí? ¿Qué acceso tiene a esos datos? ¿Qué pretende hacer con ellos?
La señora Ayuso recurre frecuentemente a un argumento con el que justifica sus políticas. Es el siguiente: hablaron las urnas. Como consiguió la mayoría absoluta, entiende que la ciudadanía dio por buenas todas sus actuaciones. Y no, señora Ayuso. No. Recuerdo muy bien las elecciones por mayoría absoluta del alcalde de Marbella, señor Gil y Gil. El decía en una entrevista: «los números cantan». Le repliqué en un artículo que se titulaba así: ‘Los números desafinan’. Sí, señora Ayuso: los números desafinan.
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