Opinión | Notas de domingo

Málaga

El carácter es el destino

Hay que preguntar de todo. Sin complejos ni miedos. Y agarrarse cuando vienen respuestas. Y curvas

Guillermo Saccomanno.

Guillermo Saccomanno. / L. O.

Lunes. «Los escritores no tienen buen destino», afirma Guillermo Saccomanno, ganador del Premio Alfaguara. Es lo malo de ganar un premio: te hacen entrevistas y preguntas de todo tipo y tienes que responder algo. No puedes quedarte callado, claro. Si te quedas callado, no te hacen más entrevistas. Y si no te hacen entrevistas, tu libro se vende menos. Aunque si no te hacen entrevistas tienes más tiempo para escribir. No es que no esté de acuerdo con la frase pero es que el destino de Saccomanno no está mal del todo. Ahí es nada ganar el Alfaguara, dotado con una pimporrada de euros. En el subtítulo, en El País, señala que «escribir es una felicidad, pero la felicidad de caminar por la cornisa». Bueno, no está mal. Al menos no ha dicho algún tópico relacionado con la inseguridad que siente el que se sienta ante el folio en blanco. Y tal.

A veces los periodistas no nos hemos leído el libro del autor que vamos a entrevistar -no es el caso del entrevistador de Saccomanno- y resulta que preguntamos por otras cosas; por cuál es el destino del escritor o si le gustan los gamusinos al vapor o qué opina de Trump o de la defensa del Betis. Como si los novelistas tuvieran que saber de todo. Se confunde mucho intelectual y novelista. En Francia no. Hay un librito jugoso y algo faltón de Ignacio Sánchez Cuenca sobre esta materia. Se metía con Muñoz Molina y Cercas bastante, me parece recordar. ‘Arderá el viento’ se llama la novela ganadora del Alfaguara de Guillermo Saccomanno. Tiene buena pinta: unos extraños llegan a un pequeño pueblo en Argentina. Su presencia agrieta todos los equilibrios de la pequeña comunidad.

Martes. La mejor manera de que a un escritor le den un buen destino es que vaya a una agencia de viajes. De los aforismos sobre el destino, el que prefiero pero más me inquieta es: «El carácter es el destino».

Miércoles. Cine del bueno. Marco. Con Eduard Fernández como protagonista. El libro que hizo Javier Cercas, El impostor, ya era bueno, aunque lo tengo neblinoso en la memoria. O tal vez sea yo el impostor y no me haya leído ese libro. Qué personaje el Marco, Enric Marco. Creo que todos tenemos algo de impostor, de ego inflamado. A cuánta gente consiguió engañar. La imagen, real, del Congreso en pleno aplaudiéndolo y Carme Chacón llorando es muy ilustrativa. Marco no estuvo nunca en un campo de exterminio nazi pero da una clave que me deja mucho tiempo cavilando: lo importante a veces no es estar en un sitio si no cómo se cuenta, cómo se traslada la experiencia.

Jueves.El Yerno está a tope. En el mercado de Atarazanas. El gentío se agolpa en la barra y camareros con pericia trasladan en bandejas las gambas, conchas finas, boquerones, navajas y demás género. Al igual que en otras latitudes de la ciudad, mucha gente lleva colgada del cuello la acreditación del Festival de Cine. Fantaseo, claro, adjudicándoles ocupaciones: un chico joven que no sabe comer coquinas pudiera ser guionista gore influido por el neorrealismo con tendencia a la gastritis y una chica alta y delgada que pregunta si hay quisquillas tal vez sea ingeniera de sonido con otitis que acaba de lograr que una película española tenga una audición óptima. Hay también un señor desactualizado que quiere chanquetes y otro que se parece a Ernesto Alterio al que el encargado está tratando de ‘venderle’ «unas gambitas». De pronto, alguien da el aviso sobre donde tomar la segunda ronda y probar unas buenas gildas. Es nuevo en la ciudad: ‘La bocaná’.

La barra fija es un ejercicio difícil que requiere años de experiencia y en la que puedes codearte (nunca mejor dicho, tienes que dar y recibir codazos si quieres preservar tu espacio vital) con gente de todo tipo. Afines, incluso.

Viernes. La clase, la educación, el estilo, puede mostrarse, si se tiene, en multitud de situaciones. Una de ellas: en una cola. Me guardo la ira, y no sé por qué, ante la actitud de un sujeto que avasalla a alguien débil. Todo el supermercado mira. No sabe el imbécil, ay, ni conjugar el imperativo.

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