Opinión

Cartas al director

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO

Desde mi punto, al frente de la clase (soy la profesora), observo cómo, cada año, nos van añadiendo más elementos a una clasificación de los alumnos que, lejos de cumplir con su finalidad, produce, en la mayoría de ocasiones un mayor enmascaramiento de todos aquellos que se salen de la norma.

El personaje del libro, Juan, ávido por conseguir a la chica que solo podía enamorarse de un hombre que se llamara Ernesto, se aplica el cambio de nombre a ojos de ella. Así actúan los chicos en las aulas: buscan ser como los Ernestos del grupo; perfectos a ojos de la educación. Y tenemos, así, casi ningún Ernesto real, pero muchos Juanes.

A la hora de hacer adaptaciones en clase, que son obligatorias para nosotros, son varios los alumnos que muestran su interés en que los demás compañeros no sepan de dicha adaptación y muestran cierto complejo e insistencia en su ‘carencia’, como ellos lo consideran erróneamente. Ésta, por supuesto, ni es tal ni va a limitarles enormemente para el resto de sus vidas. Tal vez… seguramente más a nivel autoestima.

-«Yo es que no sirvo para eso» o -»aquí , en este grupo, nadie va a ir a bachillerato, si no, no estaríamos aquí».

¿Queremos, de verdad, alumnos e hijos etiquetados permanentemente y, en ocasiones, erróneamente, que crezcan de por vida pensando que nunca podrán llegar al nivel de Ernesto? Está claro que es necesario adaptar en casos puntuales, pero aquello a lo que se está llamando individualización de la enseñanza está cayendo, en muchas ocasiones, en un etiquetado excesivo, en la preocupación de los padres y en el fomento de la baja autoestima de unos alumnos de instituto que, cada vez más, están teniendo una ansiedad digna de adultos a sus treinta y tantos.

María Luisa Muñoz Acosta. Málaga

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