Opinión | Tribuna

Rafael Heredia: tras los pasos de Picasso

Gracias a la exposición del artista plástico Rafael Heredia Cuevas, ‘Música callada’, que se puede visitar en el Centro de Arte Contemporáneo de Vélez-Málaga, se puede afirmar, sin margen de error, que la capital de la Axarquía cuenta ya con dos ‘ermitas transparentes’. El trabajo calculado, pulcro e impecablemente acabado de Rafael Heredia ha logrado dibujar un espacio amable y habitable, que incita a la danza espontánea de los niños e ilumina el devenir del paseante. Este espacio construido en ‘lo lleno’, en el mundo del Ser que describe Demócrito, está presidido por la idea de belleza y sus afluentes más conocidos, la armonía, el decoro y el equilibrio, que se consiguen gracias a los marcos y ventanas que contienen la carne y evitan que se escape.

Si la labor artesanal del también artista veleño Evaristo Guerra ha logrado crear en el interior de un templo religioso la ilusión de la presencia de la belleza natural del exterior, porque ambas se solapan, la obra de Rafael Heredia ha conseguido mimetizarse con el escenario expositivo gracias a su arte computado. Y, más aún, encarna el interior de un pueblo, de su espíritu hegeliano y los afanes de sus gentes, a la vez elegantes y fijadas a la tierra de un modo casi aristocrático. Quedan abiertos en canal ante los ojos del espectador y del viajero con la música de Johann Sebastian Bach, que se escucha con el silencio. Son las entrañas mejor perfiladas y bellas de las múltiples ventanas trazadas por la geometría de la carne pulimentada y la elegancia de los volúmenes, dispuestos como las piezas de un tablero de ajedrez. Tan solo se escapan de esta visión beatífica un puñado de muecas y de gritos apagados, esencialmente en la escultura.

El artista nos seduce con una sobria paleta de colores cálidos, cuerpos generosos que parecen de un mármol mágico, modelados con una masa amable y dúctil para hacer un pan muy nutritivo, cuerpos que amanecen como puzzles de carne idealizada. Todo es cuerpo, siguiendo los ecos de Nietzsche y de su precursor, Rabelais, y aspira a llenar el espacio, esculpiéndolo, queriendo desbordar los límites del marco como Frank Stella. No hay vacío. ¿Tiene ‘horror al vacío’ como les sucedía a muchos científicos del renacimiento y el barroco, resucitando los viejos argumentos de Aristóteles? La carne marmórea se desplaza como la lava y el bramido del volcán en erupción amenaza incluso con invadir nuestro espacio personal. ¿Nos quiere comer? ¿Nos quiere abrazar? ¿Quiere que formemos parte de su exposición?

Los críticos suelen estar de acuerdo –algo raro, por cierto- en que la impronta del cubismo está presente en la mayor parte de la obra de Picasso. Esta última es una de las fuentes principales en las que bebe el arte de Rafael Heredia, junto con las de Brancusi y Botero. El cubismo configuró un lenguaje pictórico propio con pretensiones científicas. Rafael Heredia, como Picasso, ha apostado claramente por la ciencia. Y su obra es formalista sin resultar fría, intelectualoide o aburrida -como le sucede al Arte minimalista- pues bebe prioritariamente de la figuración y la exaltación de la belleza.

En la concepción cubista el lienzo se muestra como una entidad autónoma de dos dimensiones, con sus leyes específicas: lo único que importa aquí es el equilibrio en el cuadro, no la armonía de las figuras que en él aparecen. Sus seguidores rechazan la simulación, el ilusionismo de la perspectiva, heredado del Renacimiento. El cuadro deja de ser una especie de escenario teatral perfilado por un conjunto de puntos prioritarios (puntos de fuga, personajes, medio, asunto y decoración), y cada parte del mismo se relaciona con el resto en condiciones de igualdad, dado que ya no hay líneas maestras que definan y enmarquen el conjunto.

Rafael Heredia nos ofrece un peculiar homenaje a Picasso en Eterno Guernica, un inspirado tríptico de figuras femeninas coloreadas en amarillo y con el protagonismo de las bocas abiertas hacia un vacío inexistente (los óleos sobre madera titulados ‘Grito de esperanza’, ‘Grito de desesperación’ y ‘Grito de dolor’). Es uno de los espacios más solemnes de la exposición. Las mujeres gritan, pero parecen también querer alimentarse de plancton en un fondo marino hostil. Pero, ¿realmente hay esperanza, desesperación o dolor en estos cuadros? ¿vemos en ellos las propiedades acústicas de un grito? La recreación de Rafael Heredia honra a Picasso y a algunos de sus símbolos, pero sin caer en tópicos ni beaterías. ¿Cuánta verdad hay en la obra de Rafael Heredia?

La vista, privilegiada ya por el viejo Platón, nos impone la distancia y contención que exige la belleza. Pero no hay que olvidar que en los rostros que pintan El Bosco y Brueghel encontramos, además de ojos triunfantes, bocas semiabiertas. Su función es la de engullir, tragar y absorber. Por las bocas afiladas o desencajadas del Guernica, o del Grito de Munch se expresan los conflictos psicológicos y sociales del hombre moderno, perdiendo su condición de asimilación.

Por otra parte, la presencia más notoria de Picasso en la obra de Rafael Heredia corresponde a la etapa que los historiadores denominan neoclásica o de retorno al orden. Las obras de Rafael Heredia La playa, Ángel con violonchelo uno, Tres obispos muertos o Al sol, por ejemplo, dan testimonio de ello con una claridad meridiana. Como señala el filósofo, crítico e historiador del arte Valeriano Bozal, aunque el cubismo picassiano cubrió todas las etapas de su producción, de 1917 a 1920, tras un período de radicalización, da la impresión de que recupera la valoración tradicional del cuadro y de la figura, introduciendo espacios a modo de fondo tridimensional, adoptando una presentación escenográfica donde el peso lo tiene el equilibrio de las figuras.

Por un cosmos como el aristotélico, sustancialista, transita Rafael Heredia y ofrece su imagen casi libidinosa y expansiva al espectador. Esto hace que su pintura sea escultórica –curiosamente, gracias al dibujo coloreado- y que sus esculturas reivindiquen su lugar en un espacio lleno con vocación arquitectónica. La sensación que producen es de una plenitud gozosa, del imperio de la carne, de la visión de una orgía de volúmenes en la que nada ni nadie puede dejar de participar. Y el viajero que transita por la exposición de Rafael Heredia no se queda estupefacto, sino que tiene ganas de bailar, de recibir una caricia maternal, de mostrarse despreocupado o de experimentar, pero cuando llegue a su casa, como el ‘flâneur’, el paseante de Baudelaire, amante de la novedad. Y esto es así, porque las obras de Rafael Heredia son bellas, armoniosas, proporcionadas, equilibradas, ordenadas y elegantes, aunque jueguen a salirse del marco o a escapar del pedestal.

En un ensayo de 1978 titulado La dimensión estética del arte Herbert Marcuse subraya, desde una óptica freudomarxista, el poder de extrañamiento de las obras artísticas. Aunque pudiéramos ver en las obras un reflejo de intereses ideológicos fruto de la base económica y social, es decir, un componente más de la justificación de un modo de producción, el arte tiene una preciada autonomía porque representa una ‘totalidad vital intensiva’, como decía el físico, matemático y filósofo alemán Max Bense. Además de ser un elemento afirmativo y reconciliador de la realidad establecida, el arte tiene una importante función crítica y un poderoso carácter emancipador de la sensibilidad, la imaginación y la razón. La forma estética es el resultado de la transformación de un hecho actual o histórico, personal o social en una totalidad autónoma, con un significado y una verdad propios, a través de la remodelación del lenguaje, la percepción y la inteligencia. El contenido se convierte en forma –forma bella, en el caso de la obra de Rafael Heredia- y con ello, nos acercamos a la verdad a hombros de gigantes, como le gustaba decir a Newton.

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