Opinión | 725 palabras
Cosas de los sapiens
Basta que dediquemos un ratito a observar y observarnos, y tomaremos consciencia de los automatismos viciados que presiden nuestras respuestas

Musk saludando / agencias
A veces, quizá siempre, es la mismísima naturaleza, en directo, la que espontáneamente viene a ponerle la tilde al conocimiento, esa bendición de los dioses que no se adquiere por ósmosis, sino por el estudio, la entrega, el interés y la dedicación a la que vienen a sumarse las experiencias propias y las de otros que nos alumbran.
Basta que dediquemos un ratito a observar y observarnos, y tomaremos consciencia de los automatismos viciados que presiden nuestras respuestas de todo tipo. Incluso en el lenguaje nuestro de cada día (dánoslo hoy), buena parte de nuestras conversas son el resultado de automatismos adquiridos, que a veces no significarían nada sin la intervención de la intuición cognitiva, que hoy, aquí, no es una contradictio in terminis, aunque pudiera parecerlo.
Lo que hasta hace unos segundos, para mí era una mera realidad cognitiva –esto no es un oxímoron, aunque lo parezca–, ahora sé que no lo es, ahora sé que se trata de un solipsismo, aquello del ego solus ipse que magistralmente dibujara Calderón de la Barca en el soliloquio de Segismundo en La vida es sueño. Y de ello deduzco que escriba lo que escriba en este artículo puede que alguien, incluido yo mismo por mi propia torpeza, no alcance a comprender plenamente a qué me refiero, Y ello, porque, primero «en el mundo, en conclusión, | todos sueñan lo que son, | aunque ninguno lo entiende». Y, segundo, «porque el mayor bien es pequeño, | que toda la vida es sueño, | y los sueños, sueños son».
Mente abierta
Mantener la mente abierta, en rabioso presente nos demuestra cómo la vida, a veces, pilla a nuestros automatismos distraídos y/o cansados por el uso y termina convirtiendo en certitud lo que hace solo un nanosegundo era una simple y levísima sospecha.
Esta mañana me he levantado cuando la ciudad aún no pensaba en despertarse, en realidad, como cada día. A esas deshoras las ciudades son de solo unos pocos, generalmente los más educados de la villa, con una excepción: aquellos que vienen de vuelta hablando con las esquinas y que se vuelven agresivos cuando las esquinas no les responden. El resto, los que no hablamos con las esquinas, aun con la cabeza gacha para no mirar al frío de cara, nos saludamos al cruzarnos.
–Bonjour, goedemorgen.
La prisa no es buena consejera
Entretenernos entrando en el fondo de un saludo cortés airea la tensión propia del día a día y motiva para fijar nuestros principios de que la prisa no es buena consejera, por mucho que empuje el sistema. Recuerdo con dolor a un colaborador que repetía hasta la saciedad que «todo lo no resuelto anteayer ayer llega tarde a la cita». Era un clásico con un perfil calcado al del dublinés Oscar Wilde, incluida su identidad sexual, que cuando se refería al irlandés lo hacía nombrándolo por su nombre completo, que más que nombre parecía un trabalenguas: Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde consta en su partida de nacimiento. Por calcarlo, mi colaborador lo calcó hasta en la edad de su muerte. El destino quiso que la parca se ocupara de llamarlos a los 46 años, que no es edad para morir.
Con mejor o peor fortuna cada vez, la vida está llena de pensamientos como el que expresó José Martí, el denominado «apóstol de la independencia cubana». «Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro», dejó dicho, dándonos pie a cuestionarnos el orden de las tres variables del pensamiento. ¿Por dónde empezar...?, ¿Por hacer el hijo, quizá? ¿Por escribir el libro, tal vez?, ¿Por plantar el árbol, acaso?
La verdad, en un planeta convulso, como el que nos está tocando vivir, cualquier combinación gramatical sería aceptable para demasiados listos. Para los Trump, los Musk, los Ramaswamy, los Burgum, los Feinberg, los Rubio, los Vance... que han aterrizado en los quehaceres gubernamentales de los EE.UU, tanto valdría plantar un hijo, escribir un árbol y tener un libro, como plantar un libro, escribir un hijo y tener un árbol. Diríase que la manifiesta gran hombrada del gobierno del presidente Trump, más allá de reconstruir el planeta a base de misiles, lo que guardan en la recámara de sus intenciones últimas es, sencillamente, comprar el planeta Tierra, para, a posteriori, considerar la posibilidad de, poquito a poquito, comprar el resto del universo.
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