Opinión | Viento fresco
A por los chinos
Antes los grandes negocios se cerraban en los reservados de un restaurante. O un club. Ahora, en China. Que ya no está tan lejos

Paseantes en Pekín. / efe
Sánchez ha agarrado a una decena de empresarios y se los ha llevado a China. Antes, los negocios se cerraban cenando en el reservado de un buen restaurante y tomando copas luego en un club. Ahora se cierran en Pekín, lugar que si antaño era el confín del mundo, ahora es el centro de deseo de una Europa que quiere diversificar mercados. O sea, venderle cosas a los chinos visto que estos están vendiendo hasta hielo en la Antártida.
Sánchez quiere también atraer capital chino, locución, «capital chino», que podría acabar siendo un oxímoron o redundancia si los demás nos seguimos empobreciendo. En el vuelo, tal vez el presidente haya aleccionado a los empresarios y para que se vayan ambientando les puede haber servido pato laqueado. Si no se traen inversiones siempre pueden traerse bonitos recuerdos y una experiencia gastronómica. No solo de arroz tres delicias vive el hombre.
El presidente chino tiene buena sintonía con su homólogo español. Ya se han visto cuatro veces, bastante más de lo que muchas parejas de esta era Tinder, que acaban su relación en una cita de aquí te pillo aquí te mato o, como mucho, en una segunda ocasión donde te remato. Feijóo se ve en la tesitura de apoyar al Gobierno para parecer un hombre de Estado que dirige un partido de Estado pero teme, claro, ser engañado como un chino. El Estado es como el salmón ahumado, imprescindible en nuestras vidas pero molesto si es muy grande.
A Sánchez le van bien las crisis para emerger como protagonista: el covid, el volcán de la Palma, la guerra de Ucrania. Feijóo se teme que si es presidente del Gobierno herede un mundo muermo en el que no pase nada y ya haya pasado de todo y entonces tenga que soportar a Ayuso todas las tardes en Moncloa pidiéndole una cañita y a Abascal con coleta sentado en el sillón de vicepresidente tratando de cancelar a Jiménez Losantos y de aprobar una reforma laboral mediante la cual se entre a trabajar a las doce y media de la mañana.
El ministro Félix Bolaños es propicio para acompañar a Sánchez; como buen hipotenso puede negociar y llevarse bien con la paciencia oriental. Está acostumbrado a según qué cosas: recibe tormento chino o español cada semana en el Congreso de los Diputados, donde es víctima de las invectivas de Miguel Tellado, que no ha conocido un día de buen humor en su vida o de Cayetana Álvarez de Toledo, que es capaza de decir que China es ETA o lanzar un dardo dialéctico desde Madrid y que le impacte en toda la cara a Bolaños. Espabilaría del jet lag y pediría una paella.
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