Opinión | Al azar
Podemos contra Sumar, el duelo perpetuo
El duelo perpetuo, la guerra fratricida, el enfrentamiento por la dignidad de los principios

La secretaria general de Podemos, Ione Belarra / Eduardo Parra
Podemos ha sido la última religión de España, pero el país vuelve a a ser descreído. Pablo Iglesias, el Lenin del movimiento, abandonó la revolución a medias porque se aburría en la vicepresidencia del Gobierno y perdía el ritmo de las teleseries candentes. Algo parecido le sucedió a Obama en la Casa Blanca, pero aquí se agotan las coincidencias. En el bando enemigo, su discípula Yolanda Díaz en unas elecciones gallegas no dimitió de su cargo relevante, solo se apeó de las responsabilidades asociadas a las derrotas en serie de Sumar.
La vicepresidenta Díaz digitada por su hoy enemigo cerval no se comporta como si formara parte del Gobierno, sino dejando claro que ningún Ejecutivo alcanzaría la función decisoria sin su concurso trascendental. Está tan ocupada en Trabajo que se enteró de Íñigo Errejón por la prensa, aunque después de haber acallado a denunciantes del otro sumo ideólogo de la izquierda declinante. «¿Solo sí es sí? En la vida real no se habla con consignas», renegó de su fe el cofundador de Podemos ante el juez. Como bien consignaba el Doctor Johnson, «cuando un hombre sabe que va a ser colgado en una semana, su mente se concentra estupendamente».
Dignidad de los principios
Podemos contra Sumar, el duelo perpetuo, la guerra fratricida, el enfrentamiento por la dignidad de los principios. Qué va. Es la misma astracanada que impulsa a Gavin Newsom, gobernador Demócrata de California, a proclamar ahora mismo que «mi partido es hoy una marca tóxica, con una aprobación del 25 por ciento». Se entiende, aunque ya querrían Podemos y Sumar alcanzar ese porcentaje en la estima ciudadana, ni que fuera sumados.
No Podemos, Sumar solo resta, hasta los chistes sobre la desintegración de la última esperanza izquierdista carecen de gracia. Únicamente el sarcasmo consuela de la obligatoriedad de mantener a los popes y papisas decepcionantes de la confesión trasnochada, con sueldos que triplican el salario medio, hasta que acaben de pagar la hipoteca. Han afrontado el problema de la vivienda, por lo menos la propia. Se amarran al cargo público con una fiereza que envidiarían los profesionales de PP/PSOE. La nueva política, la desvergüenza ha cambiado de bando.
Entre las exiliadas tras sufrir persecución en España, al estilo y destino de Puigdemont, sobresale Irene Montero. Es curioso que la exministra acuse hoy al Gobierno, en su rol de ventrílocua de Ione Belarra, de funcionar como mera correa de transmisión del PSOE. Sobre todo cuando se recuerda que fue su compañero Iglesias quien proclamó presidente a Pedro Sánchez, al empujarlo casi físicamente a presentar una moción de censura en que el socialista no confiaba.
La única razón para votar hoy a Podemos es no votar a Sumar. La inversa queda anulada, porque nadie votará al partido de Yolanda Díaz, según demostraron hasta cuatro comicios disputados a lo largo del año pasado. Tampoco puede culparse a los vecinos enfrentados de perseguir un solo sufragio, prefieren no ser incomodados por los votantes inquisitivos, con esa insolencia de los creyentes en la izquierda. En Errejón/Monedero, la respuesta de los revolucionarios ultrafeministas ha sido la misma que hubiera proporcionado Donald Trump, salvo que su modelo estadounidense gana elecciones. También comparten el amor a Putin.
Insignificancia compartida
Enredados en sus disputas bizantinas, Sumar y Podemos solemnizan su insignificancia compartida, atribuyen su naufragio al auge de la ultraderecha. Omiten que han alimentado el fenómeno con su pereza proverbial, ni siquiera imprimen el contrapeso de los Bernie Sanders, Ocasio Cortez o Mélenchon. No han aportado ni un mínimo de simetría. El propio Iglesias habla de ‘Enemigos íntimos’ en el título de su último libro, una rencilla familiar victoriana que impide incluso apreciar la entereza de ministros como Pablo Bustinduy.
La ‘gauche divine’ contra la ‘gauche caviar’. El enjambre de los politólogos conocía de sobras los desastres en que podían incurrir, y no se han perdido ni uno. Las repugnantes maniobras policiales en su contra fueron superfluas, estaban embarcados en una imparable autodestrucción que no requería de conspiraciones ajenas. Han anulado su propio discurso, hasta el punto de que hoy recuerdan a los predicadores impostados del falso efecto 2000, de la estirpe de quienes minusvaloraban después la pandemia de la covid.
La realidad se niega a recordar hoy que el residual Podemos iba a presidir el Gobierno, hace menos de una década. Debió alertar el detalle de que fueran neutralizados por el anodino Albert Rivera, sin despojarse siquiera del nombre en catalán. La ultraizquierda no dispone hoy ni del espacio suficiente para montar un campo de batalla. Su arsenal resulta tan exiguo que por fuerza tiene que haber fieles que prometen el voto a ambas herejías a la vez, con tal de que sus hipotecados dejen de importunarles.
En la hora de la desesperación, Sumar y Podemos se ha apuntado a la doctrina del eterno retorno nietzscheano. La ultraderecha pasará de moda irremediablemente, y allí estarán ellos, a punto de hipotecarse para la segunda residencia. Que así sea.
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