Opinión | Miel, limón & vinagre
Marco Rubio, secretario de estado norteamericano: el amargo despertar del sueño americano
Nadie le llama Marco Rubio a secas como acaba de hacer usted mismo, porque el castellano ha dejado de ser cooficial en Estados Unidos, un dato que incomodará simultáneamente a españolistas y catalanistas aunque por razones distintas

Marco Rubio / Redacción
Marco Rubio es el latino que ha ocupado un cargo más importante en la Administración de Estados Unidos durante toda su historia, lo cual demuestra que antes llegará un hispano a la Casa Blanca que un catalán a La Moncloa. El 72 ocupante del cargo nació un año antes, en el 71. Ha pastado en el Senado durante una tercera parte de su vida, se ha emancipado para convertirse en el alto cargo confirmado más rápidamente de Donald Trump.
Habrá que aclarar antes que nada cuál es el nombre del secretario de Estado. Nadie le llama Marco Rubio a secas como acaba de hacer usted mismo, porque el castellano ha dejado de ser cooficial en Estados Unidos, un dato que incomodará simultáneamente a españolistas y catalanistas aunque por razones distintas. Trump recurre al canónico Mercouu Rubiouu, pronúnciese con el tono displicente de quien acaba de comprarse un caniche. Los cómicos de Saturday Night Live lo han anglificado en Mark Ruby. Nunca se vio una denominación con tantos aranceles. El nombre correcto no es la única crisis de identidad de Rubio. En lo físico, los hombres con cara de niño envejecen mal. Y en lo tocante a su carrera, según los cálculos del propio secretario de Estado, hoy debería ser presidente de Estados Unidos. Para eso fue educado en una sola asignatura, matar a Fidel Castro. Sus padres son cubanos exiliados en Miami.
Hay dos datos biográficos que Rubio nunca imaginaría haber culminado:
1) Ser el ministro de Asuntos Exteriores de su odiado Trump.
2) Ser el lacayo de su todavía más odiado Vladimir Putin. Cada vez que se le restriega la intimidad de su Administración con el cavernoso amo del Kremlin , el exantimarxista se siente obligado a replicar con displicencia que "no lo hemos propuesto para el Premio Nobel de la Paz".
A Estados Unidos se le ha quedado vieja Europa, la vendedora de los mejores bolsos del planeta. Rubio sabe que su auténtico enemigo en la Casa Blanca no es Trump sino Vance, que bombardearía con gusto el suelo europeo cubierto por "países que llevan treinta o cuarenta años sin librar una guerra", para fumigarlo después.
Rubio ocupa la posición equidistante entre las ínfulas neronianas de Trump, hablando de incendiar Europa, y el infantilismo de una Unión que confunde el ejército con los boy scouts. Cada vez que se le recuerda que están martirizando con sadismo a Bruselas, el secretario de Estado se jacta de que "de momento, todos los países europeos han incrementado su gasto en defensa. Por algo será".
En su biografía oficial del Departamento de Estado, se señala por tres ocasiones que Rubio ha protagonizado el Sueño Americano, ahora comparte con el resto del planeta un amargo despertar. De ahí que su autorretrato omita la furia anticastrista que espoleó su carrera. Hoy simultanea los cargos de portavoz diplomático de Washington y Moscú. Cuando el entrevistador de la ABC se cansa de sus fintas, y le suelta a bocajarro "qué tiene que hacer Putin para que usted compruebe su voluntad de llegar a un acuerdo de paz", le corta que "no voy a contarle los secretos del fin de la guerra de Ucrania a un periodista".
No es soberbia, es malestar, parece mentira que se pueda experimentar una frustración mayúscula en la cima de un planeta esférico. Hasta cuando cita como argumento de autoridad que "desde luego que el presidente Trump no va a aceptar esto", percibes la rabia íntima, el encono. No conviene dejarlos a solas.
No queda muy claro si Donald Trump ha insinuado un tercer mandato o un tercer Reich, para traducirlo con exactitud a otro idioma no oficial. Si el 45 y 47 presidente se decide a cumplir accidentalmente con la ley, Rubio pensará que ha llegado su hora, de la misma manera que su predecesora Hillary Clinton utilizó como catapulta la Secretaría de Estado. Es decir, los dos senadores de este párrafo, un republicano y una demócrata, se han estrellado contra uno de los payasos más acreditados de la modernidad. El votante tiene un curioso sentido del humor.
Los padres de Rubio tuvieron que sacrificarse en empleos humildes, al desembarcar en la Florida antaño española. Su hijo se aferra a los Asuntos Exteriores, para labrarse una reputación y una oratoria que no rehúye la confrontación. Cuando se le reprocha el retorno del imperialismo estadounidense en regiones desérticas, el espadachín finta que "hace tiempo que Groenlandia desea independizarse de Dinamarca, mucho antes de la llegada de Trump". La expropiación a cargo del Atila de la Casa Blanca adquiere así los visos de una alianza, "porque si los groenlandeses se independizan, no le dejaremos el país a los chinos".
Cuando no puedas criticar a La Habana ni a Moscú, siempre nos quedará Pekín.
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