Opinión | El ruido y la furia
Palabras, divinas palabras
La urgencia de lo cotidiano hace que no advirtamos cómo de repente todos empezamos a hablar de una única cosa

Las marcas de ropa deportiva se desploman en bolsa por los aranceles de Trump a Asia / EFE
Es posible que los seres humanos inventásemos el lenguaje no para comunicarnos unos con otros, sino para poder engañar a los demás. De hecho, alguna teoría señala que solo puede llamarse ‘lenguaje’ si permite la fabulación y la mentira, lo que determinaría que el baile de las abejas para indicar a sus congéneres dónde hay flores no es realmente un lenguaje porque la abeja lo hace sin posibilidad de alterar la realidad, sin posibilidad de mentir.
La urgencia de lo cotidiano hace que no advirtamos cómo de repente todos empezamos a hablar de una única cosa, y esa única cosa, con su leve conjunto de palabras adosadas, sin que casi nos demos cuenta de por qué, de a qué intereses sirven, hacen que durante un tiempo todo gire en torno a ellas. Pero luego, de repente, desaparecen y a la vuelta de unos años no son más que un vago recuerdo.
Y así, un buen día, dentro de algún tiempo, ‘arancel’, ‘guerra económica’ y todas estas palabras que ahora sirven para que vivamos en un sinvivir, muertos de miedo por la incertidumbre, serán también palabras olvidadas y nos sorprenderemos cuando, al rescatarlas con esfuerzo de la memoria, nos demos cuenta de la tremenda importancia que una vez tuvieron, como en otro tiempo fueron ‘prima de riesgo’, ‘aerolito’ y tantas otras que ya nadie nombra.
Me viene todo esto a la cabeza porque inesperadamente alguien, al otro lado del teléfono, comenzó a pronunciar nombres que un día fueron frecuentes pero que ahora son solo sombras que luchan por salir al consciente de mi cerebro, que ahora vive una realidad nueva rodeado de otros nombres, de otros escenarios, de otras urgencias.
Y entonces empecé a rescatar de la memoria los ecos que quedaron de aquella vida que fue mía, y tuve que hacer un considerable esfuerzo para volver a pronunciar palabras que entonces eran tan cotidianas, aquellas que, parecía, eran el centro del universo.
Viejas palabras perdidas. En ocasiones se te echan encima de sopetón, como pequeñas fierecillas olvidadas, y te muerden la memoria con saña. Pongamos, por caso, la palabra ‘copiado’. Cuarenta años largos sin usarla, sin saber de ella, sin noticias de su paradero. En aquellos días de mi infancia era tan cotidiana, tan de diario, a veces tan temida por su cercanía al tedio... Y mírala ahora, apareciendo desde el fondo oscuro de la memoria, evocando tardes de colegio. ‘Copiado’. Hace casi medio siglo que nadie me manda hacer un ‘copiado’. Hace más de cuatro décadas que perdí aquel cuaderno y mi torpe letra infantil. Y de repente aquí está todo, el pasado, de pronto, como una tormenta inesperada, vivo pero inocuo. Pues así con todo.
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