Opinión | Málaga de un vistazo

Palabras, momias y soledad

Las palabras son armas y, como tales, si no saben manejarse, pueden ser peligrosas

Edición del Diccionario de la lengua española (DRAE)

Edición del Diccionario de la lengua española (DRAE) / L.O.

Las palabras importan y mucho. Son armas y, como tales, si no saben manejarse, pueden ser peligrosas. Las hay que, al usarse tanto, devoran a otras, y llevan cruces de palabras a simplismos reduccionistas que superan lo absurdo, al no ajustar a cada ente su nombre preciso. Un giro inesperado (o no) de la neolengua orwelliana. Vemos ejemplos a diario. Como el de unos bachilleres que tildaron de fascismo la lectura escolar obligatoria de ‘Breve historia del mundo’, de Ernst H. Gombrich. No es broma, le pasó a un profesor en Barcelona el mes pasado. O cuando a toda medida con atisbo de redistribución o justicia social se la señala como comunismo. Desviaciones del lenguaje provocadas por no saber, o no querer que los demás sepan, dónde está el centro, y no me refiero a la almendra.

También sucede con ‘populismo’ y ‘demagogia’, que se insertan en un sinfín de frases y argumentos, la mayoría de las veces sin pararse, quien toma la palabra, a saber qué engloban. Todo esto me nació por leer una palabra que la televisión y las empresas de alarmas han metido hasta en la sopa: ‘okupa’, aceptada en 2007 por la RAE. Palabra que ya ha mutado a ‘inquiokupa’ e incluso se ha vertido sobre quienes, con picaresca, toman los asientos en el Cercanías. Un intento de okupación protagonizó una noticia que divulgó este periódico hace un mes: al forzar la puerta de una casa que creía vacía, halló el cadáver momificado de una mujer y llamó a la policía. Era una señora que rozaba la centena. Llevaba más de una década allí postrada. Nadie la echó de menos, o no tanto como para preocuparse. ¿Cuántas otras habrá ahora mismo? Devoradas, por la ausencia de palabras, por la insaciable soledad.

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