Opinión | Mirando al abismo

La lucha de la mujer por ser considerada humana

Gracias al feminismo, las mujeres hoy pueden votar, estudiar, trabajar y tomar decisiones sobre sus cuerpos en muchos países

Una mujer hace un símbolo feminista con las manos

Una mujer hace un símbolo feminista con las manos / Diego Radames (EP)

El feminismo no es una moda, una ideología radical ni un movimiento en contra de los hombres. Es, simplemente, la búsqueda de igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida. Aunque se han logrado avances significativos en las últimas décadas, las mujeres aún enfrentan discriminación, violencia y obstáculos estructurales que limitan sus oportunidades. El feminismo sigue siendo necesario porque la igualdad real aún no existe.

Gracias al feminismo, las mujeres hoy pueden votar, estudiar, trabajar y tomar decisiones sobre sus cuerpos en muchos países. Sin embargo, estos derechos no han sido concedidos por generosidad, sino conquistados tras años de lucha. Aún así, persisten brechas salariales, techos de cristal en el ámbito laboral y una carga desproporcionada en las tareas domésticas y de cuidados. Según la ONU, las mujeres ganan en promedio un 23% menos que los hombres por el mismo trabajo y representan solo el 25% de los puestos directivos a nivel mundial.

Además, la violencia de género sigue siendo una pandemia global. En América Latina, por ejemplo, al menos 12 mujeres son asesinadas diariamente por el simple hecho de ser mujeres. Estos datos demuestran que las leyes, aunque necesarias, no son suficientes si no van acompañadas de un cambio cultural.

Algunos critican al feminismo argumentando que «ya no es necesario» o que «se ha vuelto extremista». Nada más alejado de la realidad. El feminismo contemporáneo no busca superioridad femenina, sino equidad. Además, ha evolucionado para ser más interseccional, reconociendo que las mujeres no son un grupo homogéneo: las mujeres racializadas, migrantes, pobres o LGBTQ+ enfrentan opresiones adicionales.

El feminismo también beneficia a los hombres, pues cuestiona los estereotipos de género que les imponen roles tóxicos, como la obligación de ser proveedores o reprimir sus emociones. La igualdad no es un juego de suma cero: una sociedad más justa para las mujeres es una sociedad mejor para todos. Uno de los mayores retos es combatir los discursos que intentan desprestigiar el movimiento. Se acusa al feminismo de «dividir» o de «odiar a los hombres», cuando en realidad busca erradicar un sistema que también perjudica a muchos varones. Otro desafío es lograr una representación política equitativa: aunque hay más mujeres en cargos públicos, aún son minoría en muchos gobiernos y parlamentos.

También es urgente educar en igualdad desde la infancia. Los niños y niñas deben crecer entendiendo que sus oportunidades no deben estar determinadas por su género. La educación es la herramienta más poderosa para prevenir la violencia machista y construir una sociedad más justa.

El feminismo no es un capítulo cerrado de la historia, sino un movimiento vivo y necesario. Mientras existan mujeres asesinadas por sus parejas, menores forzadas a matrimonios arreglados o profesionales desvalorizadas por su género, la lucha debe continuar. Las mujeres no piden privilegios, sino derechos humanos básicos: seguridad, libertad y oportunidades.

La igualdad no se logrará con silencio ni conformismo. Requiere leyes, sí, pero también un cambio en nuestras actitudes cotidianas. Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿realmente tratamos a las mujeres como iguales? Si la respuesta es «no», entonces el feminismo sigue siendo imprescindible.

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