Opinión | Tribuna

Una primavera antipolítica

Largos años de negociaciones laberínticas llevaron a una Organización Mundial del Comercio que una orden ejecutiva de Trump ha echado a la papelera

El presidente de EEUU, Donald Trump

El presidente de EEUU, Donald Trump / L.O.

Incluso si una estrategia proteccionista estuviera justificada, el cómo lo ha hecho Trump desbarata la naturaleza del fin deseado. En un mundo en el que un estornudo digital puede provocar aludes globales, tiene contraefectos incalculables ir por ahí como elefante en la cacharrería. Con Trump lo que ocurre, posiblemente, es que le gustan los destrozos de porcelana fina. A primera vista, nada queda en pie después de bombardear con aranceles un orden mundial que está en pleno ataque de asma. Solo va quedando pista de aterrizaje para la antipolítica.

Largos años de negociaciones laberínticas llevaron a una Organización Mundial del Comercio que una orden ejecutiva de Trump ha echado a la papelera. Por efecto de reacción van a constituirse alianzas regionales hasta ahora impensables, especialmente en el área de Asia. En la vieja Europa, el desconcierto aumenta, sin pausa, en la incertidumbre, sin saber con exactitud qué es lo que se propone Trump. Frente a la negociación solo vale el decreto imperial, con penacho de Silicon Valley y escudo de las montañas Apalaches.

Ser aliado de los Estados Unidos ya no será lo mismo. Es cierto que el secretario de Estado, Marco Rubio, afirma que Washington sigue creyendo en la OTAN, pero también hemos visto al presidente norteamericano proclamar la rapacidad y engaño de los más viejos aliados. Quizás sea el presidente que más ha insultado a los socios de siempre de los Estados Unidos.

Como reacción, un nuevo orden comercial en el que la Unión Europea se echase en brazos de China no es la mejor de las iniciativas, aunque todo es posible. A la vez, ¿pueden China, Japón y Corea del Sur crear un área comercial conjunta? Tampoco es un imposible, porque lo que fue la Organización Mundial del Comercio lleva camino de acabar en uno de esos cementerios para buques viejos y desguazados.

Trump, como ya expresó en su manual sobre el arte del deal, ha abierto la botella mágica de la antipolítica y no estamos en las mil y una noches. En el cruce entre el mundo industrial y el mundo posindustrial, el trumpismo se ha puesto del lado de los gilets jaunes, llenando autocares con trabajadores del acero para que le aplaudan en el Jardín de los Rosales.

Así están las Bolsas, con llanto y crujir de dientes. No parece la manera más adecuada de reordenar la globalización. Pocas veces la antipolítica tuvo un mejor mandamás. Una cosa es espabilar a socios mecidos por el consenso -como a veces es la Unión Europea- y otra, echar el agua de la bañera con el bebé dentro.

Ahora se constata que, desde sus años como inversor inmobiliario, siempre mantuvo como norma el provecho de la mentira. Pero incluso para mentir hay que respetar unas formas. De lo contrario, como es patente, se deslegitima la política y eso es antipolítica. Mientras tanto, China avanza en inteligencia artificial y Putin sigue en Ucrania, frotándose las manos.

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