Opinión | La discreción es bella

Humildad

Nazarenos de la Virgen del Traspaso y Soledad de Viñeros.

Nazarenos de la Virgen del Traspaso y Soledad de Viñeros. / L. O.

 Pocas cosas me gustan más que reunirme con cualquiera de mis grupos de amigos, sentarnos alrededor de una mesa para hablar de Semana Santa y ponernos al día contando batallitas o comentando la actualidad cofrade, cervecita en mano. Muchas veces repetimos, una y otra vez, la misma anécdota contada hasta la saciedad, para acabar riéndonos como siempre. Esos momentos me llenan de felicidad. Pero hay una anécdota que, cada vez que me la contaban, yo decía en voz alta: "Cualquier día la escribo y la comparto porque, más allá de las risas, me parece una genialidad". Y ese momento, tras haber pasado los filtros y la censura de su protagonista, es hoy.

El año X, en la cofradía X, mi amiga G., miembro de junta, estaba en la iglesia ayudando a preparar la procesión, sin desempeñar un cargo específico en el cortejo. Jamás en mi vida he tenido la responsabilidad de organizar un desfile, pero, obviamente, sí he formado parte de muchos cortejos y he percibido, en más de una ocasión, ese ambiente de nerviosismo previo a la salida. Si yo me estreso, no quiero ni imaginar cómo deben sentirse quienes llevan el bastón de mando. En ese contexto de listas, prisas y corazones acelerados, el hermano X, participante que iba a acompañar a su titular con su vela, se indispone. Pero no hablamos de un mareo o una necesidad de apartarse un momento, no. La pobre criatura se pone mala del estómago y, en ese instante, lo devuelve todo, creando un nauseabundo charco en mitad de la iglesia (un charco, según los testigos, de un color bastante desagradable). Hasta aquí, todo normal dentro del caos. Pero mi parte favorita de la historia es cuando mi amiga G. cuenta con toda la naturalidad del mundo que, acto seguido, mientras todos se miraban las caras y se llevaban las manos a la cabeza, ella fue a la habitación multiusos, cogió su cubo y su fregona y arregló aquel estropicio en cuestión de minutos, dejando todo impecable, como si nada hubiera pasado. Y la procesión salió. Mi madre siempre me cuenta que, hace muchos años, presenció en una capilla una discusión entre varias camareras, que se pasaban la responsabilidad de fregar el suelo y aseguraban que no era tarea suya. Este episodio siempre me viene a la mente cuando compartimos esta anécdota para poner en valor el gesto de mi amiga.

Yo no me considero cofrade, porque estoy rodeado de amigos que sí lo son y, con su ejemplo, me demuestran que estoy a años luz de ellos

Podrá parecer una tontería, pero, en un contexto de tensión y nervios, me parece un acto reflejo lleno de humildad, compromiso e inteligencia emocional. Yo, en su caso, quizá habría mirado hacia otro lado, me habría hecho el loco o habría buscado cualquier excusa para irme a otra parte. Pero mi amiga G. actuó como había que actuar. Yo no me considero cofrade, porque estoy rodeado de amigos que sí lo son y, con su ejemplo, me demuestran que estoy a años luz de ellos. Lo esencial, en el Principito y en las cofradías, es invisible a los ojos.

Tracking Pixel Contents