Opinión | Arte-fastos

Lo más provocador: un manto púrpura

"He aquí el hombre", de Alfonso Buendía.

"He aquí el hombre", de Alfonso Buendía. / l.o.

Cada cierto tiempo, el mercado del arte nos sorprende (o trata de sorprendernos) con alguna creación radical, escandalosa; reclamo cada vez menos llamativo porque lleva vigente 150 años (el precursor fue Gustave Courbet, a su pesar) y presenta síntomas de agotamiento, o peor aún, de inercia repetitiva. Y menos llamativo, sobre todo, por el desinterés del gran público, que no acepta ni entiende los nuevos lenguajes artísticos; un público carente (no por su culpa) de una pedagogía de arte adecuada a los nuevos paradigmas estéticos. En definitiva, un espectador que ante ciertas obras insólitas (anunciadas por televisión, naturalmente) muestra su desdén o su rechazo y la defina como una «tomadura de pelo»; y a poco que reflexione llega a la conclusión de que el arte contemporáneo exalta «la nulidad, la insignificancia, el sinsentido», tal como escribió Jean Baudrillard en ¡¡1996!!

Pero cambiemos el discurso: ¿Y si la provocación no estuviese en una lata que contiene Merde d’Artiste, un tiburón sumergido en formol, o un dictador encerrado en una nevera? ¿Y si lo realmente transgresor supone ir a contracorriente, al margen del mercado, modas o ideologías? Hace falta mucha valentía y convicción para desafiar a las milicias woke y al laicismo imperante con un proyecto personal, basado en la fe católica, ajeno a cofradías o asociaciones pías, y que, además, resulte un éxito de participación. Nos referimos a la convocatoria de Rosalía García y José Luque, responsables de Nítido Gallery, en Marbella, del II Premio Ars Sacra de Pintura, cuyos galardones se entregaron el pasado 5 de abril. Es más, nos cuenta Rosalía (de nombre artístico Lía G, al ser reconocida fotógrafa) que por la cantidad de obras recibidas el evento adoptará carácter bienal, si bien mantendrá una temática prescrita, que este año es Ecce Homo.

En una colectiva de estas características, era previsible un aluvión de cuadros que recrearan el pasaje bíblico (Jn 19,5) con toda su carga de tensión y dramatismo, conforme al canon barroco (Jesús, magullado, con la corona de espinas y el manto púrpura). Sin embargo tan sólo cuatro de los 15 expuestos responden a esta iconografía, criterio que consideramos acertado pues Rosalía y José (previa selección) priorizan la visión contemporánea al ideal estético de la Contrarreforma. De resultas, la intensidad naturalista se transmuta en una yuxtaposición de planos y grafías (Roberto Currás), en pinceladas que troquelan la luz (José María Llobell), o en un escenario urbano y plagado de grafitis (Eloy Velásquez). Incluso los tres premiados (Manuel Jesús Obregón, Alfonso Buendía y Francisco Crespo) recurren a una técnica heterodoxa para despertar –quizá- alguna devoción latente. Dicen las Escrituras que los caminos de Dios son inescrutables (Rom 11,33); y no es ningún secreto que los del arte contemporáneo, también. Cuando ambos coinciden, como en este Premio Ars Sacra de Pintura, la epifanía pictórica resulta deslumbrante.

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