Opinión | Tribuna
Akenaton Trump
Con esa serie de decisiones está tratando de implantar un nuevo paradigma que nos tiene a los europeos totalmente desconcertados

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América / AP
Hace unos días he regresado de un viaje a Egipto durante el cual el guía nos ha ido contando la historia de la civilización faraónica que se desarrolló milenios antes de Cristo.
Entre otras muchas cosas, nos relató la historia del faraón Amenofis IV (1353 a. C.) que, según los datos que se han ido obteniendo, reinó durante un período de cinco años siguiendo las políticas tradicionales de adoración a los dioses de sus ancestros, y, en particular al dios Amón (divinidad solar de todos conocida). Ello fue así, hasta que un día decidió que debía adorarse únicamente al dios Atón, cambió su nombre de Amenofis por el de Akenatón, y se presentó como la encarnación viviente de esa deidad. Es decir, dio lugar a un cambio de paradigma radical, apartándose súbitamente de una tradición milenaria, lo que provocó graves problemas con los sacerdotes y guardianes del culto antiguo y con todo el mundo conocido.
He pensado en ello ahora, a raíz del reciente comportamiento del presidente norteamericano, tanto en materia económica, como de defensa o relaciones exteriores; con esa serie de decisiones, adoptadas, además, con muy malos modos, está tratando de implantar, también, un nuevo paradigma que nos tiene a los europeos totalmente desconcertados (y al resto del mundo, claro).
Bastan dos citas de la World History Encyclopedia, referidas al faraón Akenatón, para hacerse idea del paralelismo con la actual situación; dice esa enciclopedia:
«… Uno de los muchos resultados desafortunados de las reformas religiosas de Akenatón fue el descuido de la política exterior…
… Akenatón sencillamente decidió ignorar en gran medida lo que ocurría más allá de las fronteras de Egipto y, por lo visto, la mayoría de lo que ocurría fuera de su palacio…»
No hay duda de que durante el siglo XX -sobre todo después de la segunda guerra mundial- y en lo que llevamos de siglo XXI, los Estados Unidos de América han venido ocupando para el mundo occidental un papel semejante al del dios Amón en la época faraónica. En todos los órdenes de la vida, y en mayor o menor medida, los países occidentales han visto influido su modo de vivir por la cultura norteamericana: en cualquier campo, cine, literatura, economía, ciencia, costumbres, etc. esa influencia es innegable; así, la manera de ver la realidad en el mundo desarrollado ha estado durante ese tiempo fuertemente influida por el american way of life, incluso en países como el nuestro, cuya incorporación a ese mundo llegó con cierto retraso histórico.
Pues bien, tras ese largo período de adoración al dios Amón/EEUU, resulta que al nuevo faraón/presidente se le ha ocurrido que ya no hay que adorar a ese dios, sino a otro que, aunque con el mismo nombre, pretende cobrar por cualquier prestación o actividad que se realice y, de una u otra forma, nos vienen a decir que todo aquello en lo que creíamos (modernidad, respeto a los derechos de los demás, condena de agresiones injustificadas, librecambismo…), o sea, lo que caracterizaba hasta ahora el mundo occidental, ha dejado de tener valor y que lo único que cuenta es la sumisión a la ley del más fuerte. Y que nos deja abandonados a nuestra suerte, si no le rendimos pleitesía.
Realmente, parece que estamos ante un momento crucial, sin que parezca vislumbrarse asomo de racionalidad que sea capaz de reconducir la situación…esperemos que el resto del mundo haga recobrar su cordura a este hombre (si es que alguna vez la tuvo).
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