Opinión | Viento fresco
Manifiesto (no) semanasantero
Más de torrijas que de tronos, más de sofá que de bulla. Busco, encuentro y hasta trato de provocar. No sé si estoy ya en tercero o en cuarto de cofradías. Sentimientos.

Torrijas, el plato dulce por excelencia en estas fechas / L.O.
Soy más de torrijas que de tronos, de sofá que de bulla. Me gusta el olor a azahar pero no a humanidad. Me esfuerzo en sentir la emoción cuando el trono pasa delante de mí, pero mis pies también se empeñan en sentir que llevan demasiada porción del día trabajando. Admiro el afán cofrade, ese tráfago en las semanas previas, ese ir y venir a traslados, presentaciones de carteles, pregones, copetines, actos sociales. No me extrañaría nada que hubiera cofrades que pasaran el resto del año hibernando, durmiendo, recopilando fuerzas para el esfuerzo pre y semanasantero. Me gusta el lenguaje cofrade y sus variantes provinciales y me gusta para provocar, decir hombre de trono cuando estoy en Sevilla y costalero en Málaga. No me gusta quien usa ese lenguaje, jerga, como muro contra los demás, como código para no iniciados.
Logro extasiarme, incluso sentado, con una obra de arte del barroco o de la rica tradición imaginera peninsular cuando pasa delante de mis narices, sería un insensible si no lo hiciera, pero me noto más propenso a salirme de mí mismo y contemplarlo todo en su magnitud como un gran teatro, como un gran espectáculo, como un gancho turístico. La Semana Santa es cultura e irte de tu ciudad huyendo de pasos y tronos para visitar el Louvre, el Prado, una sala de cine, las playas de Torremolinos o la obra de Azorín también lo es. Suelo decirle a mis amigos cofrades, a los que se empeñan en iniciarme, que estoy en segundo de cofradías. La excelencia es el diez, claro. Confío en tener tiempo por delante para pasar a tercero, cuarto y quinto -ya está, siempre he sido un estudiante mediocre- y así no tener que llevar la «L» detrás como los conductores novatos, como semanasantero novel; quiero decir que espero saber más de este fenómeno, por eso lo estudio y trato de entenderlo, de imbuirme en él e incluso de participar trato, por mucho que, parafrasendo a Muñoz Seca cuando un sirviente le ofreció intercambiar sus ropas para evitar que lo detuvieran, «antes me matan»... que ponerme un capirote. Nunca he entendido bien lo de tontos de capirote, habiendo como hay tontos de boina, tontos de chistera y hasta tontos a craneo pelado. Tontos que descalifican esto o aquello o la Semana Santa, tontos que la idolatran como si no hubiera un pasado mañana. O mejor dicho, un anteayer.
Echa uno de menos no obstante, a un Eugenio Noel semanasantero, sí hombre, aquel heterodoxo que escribía furibundo contra los toros y que acabó casi siendo parte de la fiesta y dando giras por toda España llenando ateneos para despotricar de la entonces fiesta nacional. O sea, alguien que lance venablos contra la Semana Santa para solaz de todos e incluso de semanasanteros. Aún así, no me alineo en contra, claro, y sí en el partido de los tibios. Incluso de los peroné, que no peronistas. Me hago una Semana Santa a mi medida, como se hace uno la religión a medida o un traje. La vivo y la dejo vivir. A veces me resulta un poco invasiva. Pero bueno, también a veces las patatas con ali oli me resultan algo invasivas y no las pido. O las aparto del besugo. Los besugos tienen diálogos de lubina.
Tal vez esta Semana Santa alquile un balcón. Aunque tengo tentaciones de alquilar, mejor, una mirada. De que alguien me la preste, de ver con otros ojos lo que para unos es una ciudad secuestrada, un espacio público cautivo y para otros una explosión ineludible de fe y sentimientos. También podría alternar: un año alquilo la mirada (a cuánto estará ya la mirada virgen) de un contrario y otro año la de un partícipe; la de la madre de un niño que se estrena de nazareno en el Cautivo un Lunes Santo o la del vecino gruñón que le cierran el paso a su portal y le hurtan la posibilidad de aparcar. La de un munícipe obligado a procesionar siendo en realidad budista, la de un hermano mayor llorando ante la lluvia, la de un ateo que se conmueve y se sorprende solo y en la madrugá. Pero la de un dogmático, la mirada de un dogmático, nunca. La Semana Santa me hace sentir, lo que no es poco. Y las torrijas, siempre sin miel.
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