Opinión | Notas de domingo

Cosas que convienen

Semana Santa, escapada al Foro y sensaciones diversas

Vista de Madrid

Vista de Madrid / l.o.

Lunes. A Juan Cruz le sonó el teléfono con un timbre dulce. «Hola Mario. Voy, sí, voy enseguida, sentaos que ya llego», dijo Cruz a su interlocutor. Colgó. Y añadió: «Te dejo, Lomita, que ya me está esperando Mario». Ese Mario que llamaba a Juan Cruz mientras tomábamos un refrigerio era Mario era Vargas Llosa, que había venido a mi ciudad a participar en el Festival Escribidores. Hacía una mañana luminosa, cuya singularidad se colaba por los ventanales de la cafetería del hotel Málaga Palacio. Vamos, que hacía un día cojonudo. De inmediato pensé: ya tengo artículo. Aunque lo que me gustaba en realidad era el título que iba a ponerle: ‘El día que hice de telonero de Vargas Llosa’. Así me sentía. Cruz tenía dos citas en esa jornada malagueña. Una conmigo para el aperitivo, otra con Vargas Llosa para el almuerzo. No hay comparación, claro. Lo pasaría mejor en el almuerzo que en la previa. Estuve tentado de decirle a Juan, cuando supe que lo telefoneaba Vargas Llosa, llévame, llévame, pero me contuve. Hay veces que uno se contiene idiotamente y otras en las que no se contiene y hace el idiota. No sé dónde me lleva esta anécdota pero para eso están las cosas gratas y curiosas: para contarlas. vivir para contarla, que diría García Márquez. Escribir lo vivido, qué otra cosa si no es la función de un diarista. Pero ya tardo: Muere Mario Vargas Llosa. Sus novelas me han acompañado toda la vida. Nunca olvidaré el día que mi padre, yo adolescente, me recomendó que comenzara a leerlas. El día se va en leer obituarios, escuchar opiniones sobre él, ver reportajes o entrevistas antiguas y escribir esta entrada. También en escribirle a Juan Cruz, claro, al que oigo en la Ser. Padece un gran dolor por la pérdida de su amigo inmenso. Al día siguiente los periódicos serán un festín de artículos sobre Llosa. Con variadísimas plumas y enfoques. También claro, hay un gran número de piezas estúpidas que inciden solo en su ideología o en su vertiente sentimental. Periodismo Preysler. La obra de arte es autónoma. La persona y sus circunstancias, e ideas políticas, se irán. Su obra vive.

Martes. Bajo a ver un trono a la Trinidad y cae un chaparrón que grabo con ínfulas de joven reportero. Desasosegante espectáculo de un Cristo tapado, refugiándose en un pasaje. Hablo con un hombre de trono. Tono lastimero. Decepción. Martes santo deslucido. El día anterior, lunes, sí contemplé casi en su salida al Cautivo. Emociona ver la emoción que causa en gente tan distinta. Esa túnica moviéndose al viento.

Miércoles. Madrid siempre conviene. Un señor me pregunta en el tren si este es el vagón del silencio. Le digo que no y saca el teléfono. Marca. Y dice: gordi, qué susto, creí que me habían dado billete para el vagón de los tristes. Ha vertido ya uno cierta prosa a lo largo de los años sobre el café de hotel, el café de los sitios con pretensiones y el café de los cafés de toda la vida. El café del tren. Lotería. Me dan uno sabroso e inesperadamente a la temperatura correcta. Correcta para mí. Arriesgo y pido bollo. Clavo. El del vagón de los tristes sigue hablando. Tras perjurar a su interlocutor o interlocutora que solo va a trabajar, inicia la relación de sitios donde le gustaría ir a pasar el próximo fin de semana. En breve entrará en el capítulo de lo dura que es la vida y las cosas que se le han olvidado meter en la maleta. El día en Madrid es nublado pero nada resta entusiasmo al hecho cierto de que lo que hay por delante hoy es pasear por la Gran Vía, tomar un aperitivo, comer, visitar un museo, madrileñear. Madrid: asunto sagrado. Dos veces al año al menos.

Jueves. Museo de Historia de Madrid. Exposición sobre la bohemia. Ah, qué gran asunto. Óleos, dibujos, estampas, carteles, fotografías, películas, libros y periódicos. Personajazos. De Cansinos Assens a Sawa, Hoyos y Vinent, Emilio Carrere, Valle, etc. Una golfemia que se reunía en los cafés, en las pensiones y en las redacciones. Cuadros de Solana. Historias apasionantes. Dan ganas de meterse en un café, pedir un café y escribir a mano qué sé yo, un soneto, una columna, un epitalamio. Llueve. La alegría va por dentro. Una de bravas.

Viernes. Toda la desesperación humana radica en la imposibilidad de expresarse con exactitud. (Max Aub).

Tracking Pixel Contents