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Cuando queda tanto por leer

Cuando queda tanto por leer

Cuando queda tanto por leer / Pexels

El próximo día 23 de abril, ya en la pascua florida, se celebra el Día del Libro. En Cataluña es el día del libro y de la rosa (una maravillosa tradición que empareja letras y flores). Día del libro y la sonrisa en el mundo entero. Un día que nos interpela a todos como lectores o lectoras. Un día para honrar a esa pléyade de pequeños dioses que crean libros de la nada: autores, editores, correctores de estilo, encuadernadores, impresores, distribuidores, libreros y bibliotecarios... Hombres y mujeres que hacen mejor el mundo. Un ejército de personas que hacen el milagro de la creación, multiplicación y difusión de los libros.

Me gusta leer obras que hablan de librerías y de bibliotecas. Hace poco vi, en la librería-café Quid pro quo de Málaga, un expositor con una docena de este tipo de libros. Los había leído casi todos: "La librería en la colina", "La librería café de los gatos","La biblioteca de los libros rechazados", "La librera de El Cairo", "La librería del señor Livinsgstone", "La librera de París", "El librero de Kabul", "La librería ambulante", "Una librería con magia", "La librería encantada", "La biblioteca de las lectoras valientes", "Del taller de libros prohibidos", "Bienvenidos a la librería Hyunam-Dong", "Mi pequeña librería", "La bibliotecaria de Auschwitz", "La librera y el ladrón", "Una librería en Berlín", "La última biblioteca"... Y, reinando sobre todos ellos, "El infinito en un junco", de Irene Vallejo.

Quiero hacer referencia a un autor francés que escribe novelas románticas de final feliz. Se llama Nicolas Barreau. Y lo hago porque todas ellas se desarrollan en el ámbito de librerías y de libros: "La sonrisa de las mujeres", "París es siempre una buena idea", "Menú de amor", "El café de los pequeños milagros", "El tiempo de las cerezas", "Mil luces sobre el Sena", "33 cartas sobre Montmartre", "La mujer de mi vida", "Atardecer en París"...He citado de memoria, sin atender la cronología.

Se verá por estos párrafos que me gustan los libros como objetos que tienen tacto y olor, cuyas páginas se van pasando una a una y entre las cuales se puede encontrar alguna vez el pétalo seco de una rosa. Objetos que ocupan un lugar, que demandan un marcapáginas y que adornan con el sello de un ex libris. Se podrá colegir que me gustan las estanterías de la librería de la casa y los lugares en los que se venden libros o en los que se puede leer en un silencio emocionante y compartido. Se podrá suponer que me gustan Las Ferias en las que son protagonistas los libros que te llaman sonriendo desde atractivos escaparates. En la próxima Feria del Libro de Buenos Aires que se celebra en mayo, se presentará mi último libro "La caja mágica. Historias para sentir y pensar". Ninguna tan espectacular como la Feria del Libro de Guadalajara, donde presenté, en el año 2014, "El Arca de Noé. La escuela salva del diluvio". Del diluvio de la ignorancia, de la desigualdad y de la injusticia.

Voy al título del artículo. Uno de los géneros breves más curiosos es el de las últimas palabras pronunciadas por personas célebres antes de morir. Menéndez Pidal lamentaba que le llegase la hora de morir con estas palabras: "Qué lástima morirse cuando queda tanto por leer"-

A este curioso sentimiento quería llegar para hablar de la importancia que tiene la lectura. Y para referirme a la inabarcabilidad que encierra el hecho del tiempo limitado de que disponemos para leer todo lo que de interesante se encuentra en los libros.

Téngase en cuenta que se publica sin cesar. Según los últimos datos facilitados por la UNESCO, se publican aproximadamente 2,2 millones de libros cada año en el mundo. Sin olvidar que lo que se había escrito anteriormente sigue esperando la decisión de los lectores y lectoras. No hay tiempo suficiente para leerlo todo.

He tenido muchas veces esta sensación de falta de tiempo que nos expresa Menéndez Pidal cuando se encontraba al borde de la muerte. Por ese motivo nunca he leído dos veces la misma obra, aunque considero que hacerlo es una tarea interesante si la obra ha sido especialmente significativa. Ya sé que no es igual leer la misma obra a una edad que a otra.

Esta limitación obliga a seleccionar con criterio, a priorizar aquellas lecturas que tienen mayor interés o mayor importancia. En el buen entendido de que hay dos tipos de lecturas, a mi juicio: las lecturas profesionales de obligado cumplimiento lector. Y luego las lecturas relacionadas con el ocio.

Me gustan las dimensiones compartidas de la lectura. He organizado experiencias diversas al respecto. Por ejemplo:

Cadena de lectores: cuando fui director del Departamento de Didáctica organicé una experiencia que se titulaba "Compra uno y lee veinticinco". Se confeccionaba una lista. Cada uno metía en la cadena una novela que le pareciera extraordinaria (en otra ocasión fue un libro de ensayo). El día uno de cada mes (excepto agosto) la cadena hacia un giro. Cada persona recibía un libro nuevo de quien le antecedía en la lista y entregaba el que acababa de leer al siguiente.

Libro fórum: he organizado muchas veces esta actividad, Se elige un libro que leen todos los que estén vinculados a la experiencia. En una sesión a la que acuden todos los lectores o lectoras se comparte la opinión sobre el libro. Hace unos días, en la citada librería-café malagueña observé que un pequeño grupo de jóvenes, sentados en círculo, con un libro en la mano, mantenía una animada tertulia. Me acerqué para preguntar de qué libro se trataba. Dos o tres participantes me enseñaron el 'Tractatus lógico philosophicus' de Wittgenstein. Lamenté no disponer de tiempo para pedirles que me hicieran un hueco.

Teatro leído: elegida una obra de teatro, los actores van leyendo sus respectivas intervenciones. Leer en voz alta es una actividad valiosa para quien lee y parta quien escucha.

Entrevista colectiva: se elige la obra de un autor vivo con el que se pueda contar. Se lee la obra y todos los participantes pueden dialogar con él sobre la obra que escribió.

Lectura en familia: voy a desvelar un pequeño secreto. La familia de mis amigos almerienses Miguel y Gema lee este modesto artículo cada semana en el desayuno y sobre él celebran una breve tertulia familiar. ¿Hay quien dé más?

Presentación de libros: me gusta asistir a la presentación de libros. Es otra posibilidad de compartir la reflexión sobre una obra. Algunas están muy bien preparadas y cuidadas. Pienso en las que se celebran en el Tercer Piso de la librería Proteo de Málaga, cuidadosamente organizadas por Héctor Márquez.

Qué importante es despertar (y cultivar) en los niños y en los jóvenes la pasión por la lectura. De cuántas horas de aburrimiento les va a librar y cuántas aventuras van a poder vivir sin salir de casa. Cuántos aprendizajes van a realizar y a cuántos seres maravillosos van a conocer.

La didáctica de la lectura ha fracasado en algunas ocasiones. En realidad, ha fracasado en todos aquellos casos en los que los alumnos y las alumnas han acabado odiando la lectura, considerando que se trata de una actividad aburrida.

Un error consiste en realizar lecturas obligatorias de temas y autores que no tratan de cuestiones de su interés, que no hablan de asuntos que les importan.

Otro error, a mi juicio, es hacerles pensar que los escritores son seres del pasado que no podrían conocer lo que ahora les pasa o les preocupa. Recuerdo que, el primer año que impartí clases en Primaria llevé un escritor famoso a mi clase. Cuando abrió la puerta del aula, uno de los chicos gritó con admiración y asombro:

- ¡Está vivo!

Esa expresión connotaba la idea que el niño tenía de los escritores: seres del pasado que están requetemuertos y que no tienen nada interesante que contarles sobre su vida, sus sueños y sus ilusiones.

Un tercer error consiste en considerar la lectura como una tarea cuyo diseño está en manos de otra persona. Tienes que leer lo que otro quiera, cuando ese otro quiera y en el lugar donde quiera. Es decir que se lee por obligación, no por gusto. Qué decir del error que obligar a leer como un castigo.

Claro que el más grande error es que al profesor no le guste leer. Porque la pasión por la lectura se aprende por ósmosis. Si yo no tengo una botella de agua y alguien que pasa a mi lado me pide si le puedo vender o regalar una botella, es imposible que la saque de la nada. El profesor que no lee debería recordar el pensamiento de Montesquieu: "Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas".

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