Opinión | Tribuna

Reflexiones sobre la Semana Santa

Las procesiones de Semana Santa están tan arraigadas en el pueblo andaluz que han perdido, en gran medida, su expresión religiosa, para convertirse en una manifestación de pura cultura popular

El Cautivo este pasado Lunes Santo

El Cautivo este pasado Lunes Santo / Álex Zea

Todos y cada uno de nosotros tenemos en nuestra memoria las primeras impresiones y recuerdos que nos causaron las vivencias de Semana Santa, en mi caso hace ya más de medio siglo. Afloran en mi mente aquellos momentos de mi infancia donde, por primera vez, tengo conciencia de haber presenciado los desfiles procesionales en mi pueblo.

La impresión fue de asombro al ver a Jesús crucificado, torturado y martirizado con sus heridas sangrantes y sujeto a una cruz mediante clavos lacerantes que le aprisionaban al madero. La corona de espinas, anclada a su cabeza mediante púas, daba un toque superior de dolor a aquella imagen de un Cristo entregado al sacrificio. En mi infantil mente no cabía la comprensión de tal espectáculo. Mi tierna inocencia no podía entender aquella manifestación de maldad del ser humano, capaz de torturar y crucificar al Dios que, desde siempre, me habían mostrado mis mayores. Todo ello aderezado con el terrible discurso del cura sobre la pasión y muerte de Jesucristo.

Aquella visión absorbió mi pensamiento y más aún cuando presencié la procesión del Santo Sepulcro, con Cristo yacente con una profunda expresión en su rostro, que expresaba a la vez paz y dolor, quedé aún más conmovido. Me impresionó el silencio, el tambor marcando el paso y, entre susurros, un rosario con los misterios dolorosos que se oía en la voz de los penitentes, mayoritariamente mujeres, que acompañaban al féretro con una vela encendida dando luz al desfile procesional, en muchos casos descalzas. Difícil era, después, conciliar el sueño con aquella imagen troquelada en tu mente.

En los desfiles procesionales impactaban las imágenes de los hermanos cofrades, de los nazarenos, de los hombres que portaban el trono con suma reverencia, de los sayones verdugos de Cristo, de los apóstoles bajo caretas que mostraban la faz de cada uno de ellos, donde Judas se identificaba por una bolsa con las 30 monedas de su traición. Cornetas, trompetas y tambores marcaban el paso y enaltecían el desfile. El espectáculo, dentro de la confusión mental que producía en aquel niño, ofrecía un magnetismo irresistible donde se conjugaba el miedo, el asombro y la abducción de las sagradas imágenes de Cristo y la Virgen en sus diferentes manifestaciones. Todas esas vivencias se enmarcaron en una ideología política y religiosa, ambas fusionadas en el nacionalcatolicismo que definía el entorno de la Semana Santa y la forma de vivirla.

En mi memoria subyacen también, por qué no decirlo, aquellos recuerdos gastronómicos de la Semana Santa. ¿Quién no tiene en su haber evocaciones de sabores propios de estas fechas? Aquellas dietas especiales a base de potajes, sopas, bacalao, torrijas, buñuelos y otros postres, que aún hoy se suelen añorar desde la nostalgia de aquel ambiente familiar.

La sobriedad procesional del norte

Volviendo al tema, no hablaré de las espléndidas procesiones de nuestra ciudad de Málaga, por ser de todos conocidas. Pero sí de un par de experiencias vividas en otros lugares más desconocidos para el andaluz. Me impresionó sobremanera la procesión de la Soledad del Viernes Santo en Santiago de Compostela, que, partiendo de la Iglesia de Santa María Salomé, recorría sus calles en un silencio absoluto mientras un hermano marcaban el ritmo mediante golpes de báculo, o cetro, sobre el empedrado suelo de sus calles, acompañado de la sonoridad grave, del golpe seco y resonante, de un solitario tambor.

El silencio era total, la devoción inundaba el aire y la soledad se vivía por todos los asistentes como forma de integrarse en el mágico momento del acto procesional. Me trajo a la memoria nuestra Servita, que procesiona la noche de los viernes santos con las luces apagadas y en un estricto silencio cargado de recogimiento y oración, como bien saben ustedes.

El Jueves Santo, en León, vivimos otra experiencia inolvidable. La procesión de la Despedida, de la Cofradía del Cristo del Gran Poder, discurría por Calle Ancha, bajando desde la catedral a la plaza de Santo Domingo. También ofrecía una magnánima expresión de fe, donde esplendor y sobriedad se conjugan para dejar patente la forma de vivir la pasión de Cristo del pueblo leonés. En esta ocasión el acompañamiento musical era absoluto, inundando el ambiente de la ciudad, con trompetas, tambores y bandas musicales que acompañaban el desfile procesional.

En todo caso, estos dos apuntes vienen a reflejar dos ejemplos de la diversidad que, en nuestro país, nos ofrece la expresión religiosa y la forma en que se vive la Semana Santa, más sobria en el norte y más expresiva en el sur, donde también, según la zona, aparecen matices en la expresión del sentir religioso de los creyentes.

La salida de la hermandad de la Sagrada Cena desde su casa hermandad de la calle Compañía este Jueves Santo de 2025

La salida de la hermandad de la Sagrada Cena este Jueves Santo de 2025 / Álex Zea

Fundamento procesional de la fe en la Semana Santa

Hay dos elementos significativos que, bajo mi criterio, influyen de forma importante en el desarrollo cofrade como forma de expresión de la fe católica en Málaga. Uno es la necesidad de expresar la religiosidad en una ciudad recién incorporada al reino de Castilla, tras la conquista del reino nazarí de Granada. En ese momento, para la unificación religiosa del reino castellano, eran imprescindibles las expresiones públicas de fe donde quedara patente la supremacía del credo del nuevo reino. El mensaje incluía una invitación a la conversión al catolicismo de los ciudadanos malagueños de credo islamista o judío.

Por otro lado, a partir del Concilio de Trento, celebrado entre los años 1545 y 1563, cuyos objetivos fueron definir la doctrina católica y disciplinar a sus miembros condenando la Reforma Protestante, aparece la necesidad de la expresión del sentido de la fe católica como oposición a la doctrina luterana. ¿Qué mejor forma de potenciar esa explícita expresión de religiosidad que mediante la integración en cofradías y hermandades, haciendo actos públicos de fe? Por ello la Iglesia impulsa la creación de tallas y su salida a las calles. Mas el principal objetivo de las cofradías no es sólo procesionar sino también socorrer a sus hermanos más necesitados y asistirlos, haciendo de las agrupaciones actores principal a través de sus obras de caridad cristiana.

La saeta, cantar del pueblo andaluz

La expresión del dolor, de la empatía del pueblo con el sufrir de Cristo en el proceso de crucifixión, encuentra en la saeta su máxima expresión. Suenan las saetas con sus dolorosas letras que llegan al corazón. Pero para hablar de la saeta, dado mi escaso conocimiento sobre el tema, me permito recurrir al libro, de Agustín Aguilar y Tejera, titulado SAETAS POPULARES, recogidas, ordenadas y anotadas, publicado en 1929, donde expresa el sentir de aquellos tiempos a través de la saeta.

Donde, en su prólogo, dice: «¿Quién dio el nombre de saetas -escribe un autor - a esas coplas que el pueblo canta a Cristo viéndole en la agonía? Ninguna palabra sería más apropiada que ésta para calificar tales estrofas, que no son sino saetas que van directas al corazón de la muchedumbre, para abrir en él las hondas heridas de la emoción y de la piedad. Con toda su dulce ingenuidad, con toda su rústica sencillez, estas coplas son, acaso, el más rico tesoro que tiene la poesía religiosa en España. El pueblo da a todas sus expresiones un colorido y una ternura inconfundibles, y nunca podrán los más altos poetas herir las fibras de nuestro sentimiento con la prontitud que las canciones volanderas, que van de labio en labio, y de las que no se sabe dónde nacieron; pero se sabe que ya no han de morir nunca. La saeta es llana, simple, torpe en las palabras; pero rica en delicadeza y en emoción, porque mana de las fuentes del sentimiento popular que no se ciegan nunca.» (Fin de la cita).

Su atracción turística

Concluyo: Las procesiones de Semana Santa están tan arraigadas en el pueblo andaluz que han perdido, en gran medida, su expresión religiosa, para convertirse en una manifestación de pura cultura popular, donde cabe el religioso, el agnóstico o el ateo, incluso, todo el abanico político, donde cada cual las vive a su manera, desde el que huye de ellas y se refugia en casas rurales, hasta el que las vive en inmersión impregnado de su esencia. Es una manifestación ostentosa de carácter sublime, que acaba encajando en una oferta turística de primera magnitud. Un singular y asombroso espectáculo que va más allá de lo religioso, como demuestra el flujo turístico que padecemos en estos días y el ambiente que se crea.

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