Opinión | 360 GRADOS

Los líderes europeos insisten en su lenguaje orwelliano según el cual la guerra es paz

Los gobiernos europeos y sus intelectuales orgánicos insisten, al hablar de Ucrania, en la neolengua orwelliana según la cual «la guerra es paz y la paz sólo es guerra» (1).

El último en hacerlo fue el secretario británico de Defensa, John Healey, quien dijo textualmente: «No podemos poner en peligro la paz olvidándonos de la guerra».

«La realidad diaria -dijo el político laborista británico- es que en Ucrania «siguen los ataque con drones y misiles y los combates brutales en el frente».

Y una politóloga acusaba el otro día en un diario nacional a Podemos de «vender una paz que Rusia no practica mientras sigue bombardeando a civiles» y de «culpar a la Unión Europea de rearmarnos para nuestra defensa».

No es posible últimamente encender la televisión o consultar un periódico sin encontrarse a intelectuales con fama de progresistas plenamente alineados con las tesis de la OTAN o de la Comisión Europea de Ursula von der Leyen.

Se habla del presidente ruso como un nuevo Hitler dispuesto a tragarse a Ucrania para después seguir avanzando y llegar con sus tanques a París.

¿Acaso necesita la Rusia de Putin como decía necesitar el führer alemán un ‘lebensraum’, un espacio vital para su pueblo. ¿No le sobran a Rusia territorio y materias primas y le falta en cambio densidad demográfica?

¿Se atrevería a atacar Putin a países que son miembros de la OTAN y que están comprometidos con un pacto de defensa colectiva?

¿Tienen algún sentido tales sospechas o todo vale con tal de justificar el proyectado rearme de un continente al que el boicot a Rusia ha actuado como un bumerán y ha dejado económica e industrialmente más débil que antes?

Nadie fuera de Europa entiende que Bruselas insista en que es todavía posible ganar una guerra que muchos desde el principio consideraban perdida, dada la desigual demografía y la relación de fuerzas entre Ucrania y Rusia.

La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, dice, sin embargo, no haber cambiado de opinión en tres años e insiste en que Ucrania debe ganar la guerra.

Y la que llaman Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y vicepresidenta de la Comisión, la estonia Kaja Kallas, se opone también a hablar con Putin.

Nadie entiende que, en lugar de apostar por las negociaciones y la diplomacia, la Comisión Europea se distancie ahora de Washington y se empeñe en seguir armando al país al que dice querer ayudar.

La Unión Europea y sus Estados miembros hablan últimamente de poner a punto programas educativos para sensibilizar a la población y en particular a los jóvenes con vistas a una posible guerra con Rusia que los ciudadanos no quieren.

Un ensayista italiano como Antonio Scurati, autor de libros sobre el fascismo y el populismo, echa de menos en los jóvenes las viejas «virtudes guerreras», tan necesarias, dice, para la «supervivencia de nuestra civilización».

El gran intelectual Noam Chomsky dijo una vez que el desmantelamiento del Estado social a favor del complejo militar industrial era en realidad un viejo proyecto.

Según Chomsky, los beneficios sociales estimulan el deseo de los ciudadanos de una mayor autodeterminación y derechos democráticos, lo que representa un obstáculo para un orden autoritario. Esto y no otra cosa es lo que aquí sucede.

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