Opinión | Viento fresco
Ciudad destronada
Paradoja: todo es más cómodo cuando desmontan las sillas. Una Semana Santa más: las emociones y recuerdos se agolpan de vuelta a la rutina

Un hermano del Santo Traslado bebe agua este pasado Viernes Santo / Gregorio Marrero
Ciudad destronada. Los tronos ya descansan en sus casas hermandad. El hostelero hace balance de las croquetas expendidas, el hombre de trono agolpa imágenes en su retina de lluvia o de esplendor, de encuentros y confraternizaciones. El primerizo rememora en un café con los compañeros de oficina ese momento descubierto el lunes o el Jueves Santo. El que no ha logrado, un año más, ver a un solo legionario lamenta no haber visto a un solo legionario mientras el Cristo de Mena está ahí todo el año más solo que la una y cuarto, que también está sola, el cuarto no hace mucha compañía, tal vez si fuera y media, la una y media, podríamos hablar de soledad mitigada. Los políticos hacen balance de las fotos en las que han aparecido y los hay también que tratan de recuperar estos días el terreno perdido por la necesaria ausencia que su ideología le marca.
Curiosa ciudad que adquiere comodidad cuando se retiran sillas. Los obreros se afanaban en desmontar tribunas y palcos, estructuras sometidas a fuertes pruebas de capacidad y resistencia. No solo por el peso que han de soportar, también por el tamaño de no pocos egos. El alfiler al fin cabe. Los jefes policiales al fin descansan tranquilos sin la pesadilla de aglomeraciones, avalanchas, bullas y gentío despavorido. A los estudiosos de los bulos se les escapa un efecto: cómo su propagación puede originar que la gente corra atropelladamente presa del pánico.
En estos momentos hay un capirote manchado de Cola Cao que descansa en las baldas de una tintorería y espera su turno para retornar al inmaculismo. Una madre cuenta en el mercado el agobio que sufrió para poder llevar a su vástago un bocadillo de mortadela a mitad del recorrido mientras el carnicero trata de encalomarle un filete de ternera que tal vez lleve en la vitrina más tiempo del aconsejado. Nunca es Cuaresma a gusto de todos. Esa absurda manía de no vender torrijas el resto del año.
Un turista cuenta en Oslo sus aventuras en la ciudad, que incluyen la probatura del caldito de pintarroja, el gazpachuelo y los limones cascarúos y tratar de comprender el significado de «sí, ahora después».
Un anciano cuenta com o en su juventud, la Semana Santa era un tiempo de recogimiento triste sin cines ni espectáculos y con el único canal de televisión existente dando misas o películas tipo Ben-Hur. El nieto lo oye impaciente por conectarse de nuevo al móvil con otro renacuajo que lamenta que se hayan acabado las vacaciones. El calorazo se va colando y se enseñorea para no irse hasta octubre. Ya mismo Navidad.
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