Opinión | Tribuna
Vamos muy acelerados
Es aparatosa la sensación, por momentánea que sea, de que estamos más cerca del colapso que de la estabilidad

Uno de estos días un nano-robot va a arreglarnos un desperfecto arterial / l.o.
Hace dos días que llamamos por primera vez a la puerta del ChatGPT y ahora ya creemos saber cómo cambiará el universo la semana que viene. Lo imprevisible se ha impuesto como paradigma y, aun así, estamos seguros de que todo irá mal. Cierto, estamos en un cambio de época, una crisis del lenguaje, de significados. Las nuevas supersticiones triunfan, la política se tambalea, las clases medias se hunden y ahí viene la inteligencia artificial, para que lo podamos prever todo. La tecnología nos ha acelerado tanto que pasamos de Instagram al podcast en un santiamén, sin haber previsto que los niños iban a ensimismarse demasiado con su móvil.
Es aparatosa la sensación, por momentánea que sea, de que estamos más cerca del colapso que de la estabilidad. Son los paradigmas de un nuevo tiempo aún no formulado. De ahí a dar por hecho que todo va mal es estar sin ganas de entender. La tentación del determinismo o la fatalidad ha dado malos resultados en todas las épocas. Sería poco perspicaz ver en el desatino de Trump la reaparición de los años treinta del siglo pasado o dar por hecho que estamos en plena segunda guerra fría. Íbamos a tientas y a ciegas con la globalización y la sociedad post-industrial, pero quizás solo jugueteábamos porqué, sumándolos a la inmigración masiva, han mutado la política y la democracia
Alarma real
Y, al mismo tiempo, la alarma es real. No vimos venir el terrorismo islamista y ahora, después de aquella gran zozobra, ya no damos importancia a que esté repuntando –en Alemania, por ejemplo- o que ande a sus anchas por toda la franja del Sahel. Es que preferimos vivir al margen de que los Estados sigan detectando la actividad del Estado Islámico, en las redes, en las madrasas y en las cárceles que paga el contribuyente.
Uno de estos días un nano-robot va a arreglarnos un desperfecto arterial, el orden mundial parece en suspenso, pero seguimos pensando analógicamente. La erosión ‘on line’ de la política provoca que casi todos los mandatos electorales acaben mal. Es más: es un impedimento para que comiencen bien.
El individualismo que fue el lugar del esfuerzo creativo ahora se refugia en la forma narcisista. Nuevas supercherías de mucho calado, un sistema financiero mutante, la disrupción populista surgida del ‘reality show’: tantos componentes se agolpan. A nuevas generaciones muy frágiles por haber sido sobre-protegidas les corresponderá poner orden en el desorden, como mantener fiscalmente los costes del Estado de Bienestar. También han vuelto los brujos populistas, de la mano del ‘chip’. Es el mercado del miedo, a la inmigración, a la economía global, a competir, al terror, al paro, a conflictos remotos.
El progreso ya no es lo que era. No es fácil hablar de valores comunes estando en la cuesta empinad. Entretanto, Facebook aloja comunidades en falso, identificaciones ilusorias y, a la vez, vez fuentes inagotables de conocimiento, en la línea de sombra entre las formas de cohesión pública y privada. Eso fabrica irrealismo y cada crisis añade más desconfianza.
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