Opinión | Tribuna
'Nemo umquam sapiens proditori credendum putavit': Reflexión acerca de un "mal gobernante"
Si el ser humano necesita «propiedad y libertad» para desarrollarse la Ley que contraria tales necesidades no es Ley sino explotación legal

Don Quijote, el loco más carismático de la literatura universal. / Getty Images
Nos advertía Cicerón que «jamás un hombre inteligente pensó que se debía tener confianza en un traidor»; tal y como nos enseña con su magistral frase latina el irrepetible patricio romano. Pero este autor, hombre, de los que hemos quedado al otro lado del imaginario muro que el mal gobernante, con plagiado neocesarismo, ha ordenado levantar a sus quebrantadores de la ley, especie de guardia pretoriana, que le preserva de ausentes insultos y de supuestas calumnias, los producidos por la inexistente «máquina del fango», a él, quien antes, presuntamente, ha insultado y calumniado realmente, a quienes no le siguen, con la ordinariez de un cíclope, y la bastardía de Polifemo.
Su Gran Sanedrín, carentes corifeos, éstos de la más mínima concepción de lo que debe de ser la política en democracia, la que les señala el servicio a la ciudadanía en pleno, en su conjunto, y no exclusivamente a determinadas banderías; con el más absoluto respeto a quienes no piensan como ellos, sin exclusiones. Tendiendo en consecuencia «todo tipo de puentes» para alcanzar los necesarios consensos, que requiere «el buen gobierno» y que no obstante, aún, gozan de singulares asientos los martes, en palacete del Estado para urdir torticeras e inconstitucionales interpretaciones del Derecho, con las que sostener y pagar los votos del doble ariete contra España: los nacionalistas extremos catalanes, con el prófugo de la justicia a la cabeza, y vascos en su doble vertiente, los del PNV, con entre otros, los del tiro en la nuca; unos, sí, los que, presuntamente, se beneficiaban del terrorismo etarra, y otros, sencillamente, los herederos de los terroristas (los que señalaban las ekinzas o acciones terroristas a llevar a cabo), éstos, precisamente en proceso de higienizante lavado político exprés por aquello de que desentonan, en fondo y forma, por más que intenten engañarnos, y todos ellos, facilitándole la gobernanza al mal gobernante para, seguir arrastrando a la Patria España a un inexplicable y pretendido abismo; tan a gusto de quienes asestaron un traicionero golpe de Estado a nuestra común Nación, eso sí, financiado por todos los españoles. Pero antes de que los artesanos del imaginario muro y los singulares ingenieros de la «máquina del fango» intenten descalificar, sin más, este modesto y pretendido artículo, tan ligero de peso como de palabras (aproximadamente, 2 cuartillas a una cara; no dan para más, y no me quejo) quiere reflexionar este autor, con carácter previo a identificar a un «mal gobernante», impío y falso Don Quijote, desnudar unas palabras sobre las que pivotar una reflexión.
Cuando menos, Cicerón se lo merece. ¿Qué es un traidor? Conforme nos dice el diccionario de la RAE, dicho de un animal, es que éste reacciona imprevisiblemente. Referido a una persona, implica traición o falsía. ¿Y qué es traición? El mismo diccionario nos viene a decir quebranto de la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener, al caso, al Estado y su Constitución. Pero es el supuesto que la frase que se toma del filósofo, eminente político y orador romano, la entiendo susceptible de aplicar a un falso político, éste, Perito en odios y felonías, por lo que habré de reflexionar, asimismo, acerca de un par de palabras tomadas del orbe político.
¿Qué es autocracia? Consultamos el Diccionario de Ciencia Política de Frank Bealey, que nos dice, que es un régimen político autoritario en el que una sola persona gobierna sin atenerse a ninguna otra fuente de autoridad y de forma arbitraria. El autócrata, pues, no tiene que tratar al pueblo consecuente o justamente. Llegados hasta aquí, cabría preguntar, ¿qué es la Ley? De ella nos dice el pensador y economista vasco-francés, Claude Fréderic Bastiat que debe de nacer del derecho natural, pues el hombre, en base a su naturaleza humana, necesita «propiedad y libertad» para desarrollarse y florecer; por tanto, la Ley que contraría tales necesidades, no es Ley sino explotación legal.
Si la Ley se desvía de sus objetivos, entre ellos, y como principales, propiedad, libertad, seguridad jurídica, respeto social, defensa de los bienes públicos y privados, impulso claro y determinante del bienestar de la ciudadanía en su conjunto; se ha de repetir, si se legisla, de contrario, para favorecer a unos cuantos sin justificación ética, moral o jurídica, o las tres cosas a la vez, nos refiere, dicho pensador, aparecerán aquéllos que tentados por la injusticia, puedan ponerse de espaldas al Gobierno, precisamente por no cumplir éste con la Ley, aproximándose a la tiranía, es decir, al capricho del tirano o autócrata. La Ley, pues, es aquello que beneficia a la mayoría del pueblo, conteniendo los principios de igualdad y beneficio para la comunidad, cuyos preceptos encajan en armonía con la Constitución y que todos aprobamos, y con su aprobación, nos vinculamos a ella.
De acuerdo con la sabia frase latina, «Todos somos siervos de las leyes para poder ser libres». De nuevo Cicerón. Atengámonos a la Ley, pues, «quien no cumple la Ley no puede imponérsela a los demás». Principio jurídico latino ¿Quo vadis, César? Libera nos, domine.
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