Opinión | Arte-fastos

Cuando lo real produce mártires

El autor se posiciona en el extremo opuesto, donde campan las injusticias y las desigualdades, la vesania y la crueldad

Fred Friedrich, ante algunas de sus obras.

Fred Friedrich, ante algunas de sus obras. / J. M. S.

Vista de forma retrospectiva, la producción artística de Fred Friedrich (Berlín, 1949) se decanta por una constante revisión de sucesos remotos o recientes, de culturas propias o ajenas; una indagación antropológica que descarta la versión triunfante de la Historia (o la historia de los triunfadores) y sus banderías y oropeles. Al contrario, el autor se posiciona en el extremo opuesto, donde campan las injusticias y las desigualdades, la vesania y la crueldad o, peor aún, la dejadez institucional ante estos hechos globales. Ya vimos su postura crítica en la instalación Schöne Neue Welt (Un mundo nuevo y hermoso), sobre las políticas migratorias de la Unión Europea (enero 2013), o la serie de 23 fotografías Aus mein vetr meine mutter aüsloschte (Cómo mi padre borró a mi madre), conflictos familiares embozados en tiempos de guerra (julio 2014).

Conocedora de la preocupación del autor ante el escenario geopolítico actual, la comisaria y directora artística del Museo Fred Friedrich, Nely Friedrich, plantea un proyecto de fondos propios, Dystopia?, con obras de diferentes técnicas y periodos (2009, 2011, 2014). Se compone de una veintena de piezas distribuidas entre pinturas, esculturas y fotografías que describen «los tiempos turbulentos en que vivimos» (según dice la hoja de sala) y refuta, además, las tesis de Hegel sobre la bondad del Estado universal y homogéneo. Ante el fracaso del «mundo real» concebido por el filósofo alemán, las «contradicciones» humanas persisten al amparo de gobiernos y naciones; una actitud perversa que invierte los términos de la máxima hegeliana: todo lo real (no siempre) es racional.

Y aquí estriba el acierto de la comisaria: hilvanar un discurso coherente donde el proceso dialéctico de la Historia –que se pretendía feliz- ha quedado seriamente averiado, con independencia de épocas o civilizaciones. Así, no resulta difícil encontrar inquietantes paralelismos entre la cultura maya y el siglo XX, los dos ejes temáticos sobre los que pivota la exposición. Aquélla, representada por esculturas en bronce, rememora la tragedia de dioses reconvertidos en mártires (Ixtab, Munahau, Alagham…). El siglo XX, parco en dioses (tan sólo dos Madonnas simbolizan la divinidad perdida), asiste con estupor al fantasma del nazismo (fotografías sobre metacrilato); serie que se completa con la imponente instalación Zyklon B, que el espectador puede rodear pero no atravesar. Porque así lo ha querido Fred Friedrich: para evitar que haya más mártires anónimos.

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