Opinión | Viento fresco
Robando en la Feria del Libro de Málaga
Los libros se nos abren de páginas impúdicos y nosotros metemos la nariz para olerlos, los tocamos y nos los llevamos. Por irresistibles

Feria del Libro. / Álex Zea
Los libros han tomado el Paseo del Parque y allí se exhiben impúdicamente abiertos de páginas para que los toquemos, olamos, sintamos y compremos. Hay que pasear y ojear y hojear y contemplar a un viejo poeta que firma ejemplares de sus obras mientras su joven amante le tiende un bocadillo de mortadela donde hay más amor que mortadela. Luego tal vez alguien con tino los lleve al mejor sitio de la ciudad para beber un Negroni. Quizás la pareja, y el del buen tino, acaben en un antro lleno de otros poetas, de diletantes, pintores, imitadores de Alejandro Sawa y filatélicos cantando el Asturias patria querida y pagando con los 20 euros facturados con la venta matinal de sus libros de poemas. Un crítico fanfarrón vociferará: esta ronda corre de mi cuenta, pero el tabernero, muy resabiado, lo convendrá paternal: Jacinto, tente, que no tienes dónde caerte muerto, joder.
Conviene hacerse el encontradizo con un novelista local pero consagrado que nos dé la mano y hasta un abrazo y así ver si se nos pega algo aún a riesgo de pillar una enfermedad vírica y común y no la destreza de juntar palabras y parir argumentos. Por la Feria del Libro desfilan niños que se extrañan de que no haya pantallas y un jubilado rebusca una vieja edición de A la busca del tiempo perdido, el que él mismo busca, si bien rememora el tostonazo que le supuso leerlo.
Una joven periodista que presume de leer a Faulkner y a los poetas queer se lleva de tapadillo un librito de humor grueso de Alfonso Ussía y la mañana va decolorándose con una tímida primavera, unas nubes lectoras y la alegría de haber robado por ahí el pregón impreso de Rodrigo Blanco Calderón, que huele a Bolaño, tinta fresca, amor a los libros y arrabal de Caracas trufado de Mediterráneo.
La Feria cierra a mediodía, lo cual es un error. Los buenos lectores no almuerzan. Podría ser el título de un relato. Además de una mentira, sí. La gente que dice que solo tiene tiempo para comprar libros a la hora de comer es la que a la hora de cenar dice que no tiene tiempo para leer. Ya dieron los clásicos greco-latinos, y si no lo dieron no sé en qué estaban pensando, aquel consejo de no abundar en coyunda con quien no lee. Claro que como algunos no pudieron leer tal consejo, no tenían tiempo ni de comer, no pudieron ponerlo en práctica. De ahí que la gente que no lee se siga reproduciendo.
Hay que pegar la hebra con los libreros y pedirles el libro Pegar la hebra, de Miguel Delibes. Conviene prolongarse, magrear el tiempo, ir y venir, acudir a alguna presentación aunque sea para boicotearla o para hacer spoiler, formular alguna pregunta impertinente y así animar el cotarro, que suena a loro con catarro. Hay quien escribe un libro solo para hacer la lista de a quienes no va a invitar a la presentación.
El Parque es un muestrario de historias, aventuras, filosofía, ensayos, desamores, poemas, ripios, bagatelas y adjetivos. Algunos de los libros se van de farra cuando las casetas cierran. Los adverbios se van a dormir plácidamente. Tal vez esos libros se encuentren con los poetas que venden poco. Con los que venden mucho y con las musas, también. Musas que a veces meriendan lentejas, van en enaguas y soplan rimas a quienes no la necesitan.
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