Opinión | Tribuna
Crónica de un apagón
El apagón me hizo revivir los viejos tiempos de mi infancia en el pueblo. Sin luz, agua, TV o teléfono…

Comercio durante el apagón. / l.o.
El lunes, tras el apagón generalizado en toda España, vivimos una circunstancia especial. Tal vez, este escenario, no fuera imaginable para las generaciones actuales, que han vivido en la abundancia y en zona de confort garantizada, donde casi todo se tiene por arte de magia a través de la energía eléctrica.
Recuerdos del pasado
Mi generación, los que nacimos en la postguerra, sí tenemos en nuestro haber las experiencias de la incomodidad, del malestar y la necesidad no cubierta y, por ende, una serena tolerancia a la frustración y una actitud de estoica paciencia (yo suelo decir que la paciencia, como su propio nombre indica, es la ciencia de mantener la paz para afrontar los momentos difíciles). En algunos casos, hemos vivido la infancia en casas sin luz eléctrica, recurriendo a candiles de aceite y lámparas de carburo (a algunos les sonará a chino), sin agua corriente, donde la habilidad y dedicación de nuestros padres y, en especial de nuestras sacrificadas madres, garantizaban unos mínimos para hacer la casa confortable y mantener cierta salubridad.
El apagón me hizo revivir los viejos tiempos de mi infancia en el pueblo. Sin luz, agua, TV o teléfono… en este caso fue el transistor, ese “aparatejo” singular, esa radio con pilas que permite burlar los apagones, el que nos mantuvo al corriente de las pocas novedades que se iban publicando. No, en casa no nos cogió por sorpresa. Siempre hemos procurado tener disponible todo aquello que nos garantice la supervivencia y la cobertura de las necesidades básicas más inmediatas.
El kit de supervivencia
El kit aconsejado por Úrsula von der Leyen ya hace tiempo que lo mantenemos. Aparte de alimentos no perecederos, no nos falta nuestro camping gas, una buena petaca o batería portátil para cargar los móviles, pilas y linternas incluso recargables por dinamo, velas, agua potable, medicamentos y todo un etc. que nos pueda hacer soportable la espera hasta el retorno a la normalidad.
Ayer me puse a prueba, volví al pretérito y, con mi hornilla de camping gas, brotaron los recuerdos de mi juventud de campista empedernido. Calenté mis lentejas ya cocinadas, hice mi café en la merienda y una sopa de fideos para la cena. En casa, siempre previsores, solemos tener congelados platos apropiados como recurso inmediato para una emergencia.
Pero los hábitos que ya tenemos instalados se echaron de menos. Mi actividad de escribidor, que diría Vargas Llosa, subordinada al uso del ordenador como forma de implemento, quedó yugulada por el apagón y hube de buscar otro distraimiento. Como alternativa es una buena elección la lectura. Hay tanto escritor o poeta que nos ofrece su obra a lo largo de la historia que, a veces, es, incluso, difícil la elección. Ha sido una buena ocasión para leer a los clásicos de la lírica, y anduve leyendo sonetos de Góngora, Lope de Vega y Quevedo con su sátira. Antes de escribir un poema es aconsejable, si estamos hablando de composiciones clásicas, estructuradas en rima y métrica, con un adecuado ritmo, leer algunos ejemplos de los maestros para coger el tono preciso que facilite ese fluir fresco del verso rimado y medido; al menos yo lo hago.
La noche apagada con Octavio Paz
Luego, cuando el sol se retiró a sus aposentos, recurrí al ebook con pantalla iluminada, cosa inexistente en mi pasado infantojuvenil, para seguir leyendo El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, que plasma un excelente análisis de la idiosincrasia del pueblo mexicano en base a su historia y los avatares que la conforman. Precisas y sesudas reflexiones del Premio Nobel nos la muestran, en un pueblo atrapado en la paradoja de conjugar sus tres culturas, la autóctona o indígena, la española colonizadora con la controvertida figura de Hernán Cortés y la resultante en esa fusión entre aceptación y rechazo, del que surge la peculiar personalidad del pueblo mexicano, marcado por los conflictos inherentes a la búsqueda de una identidad propia que lo defina y consolide como nación homogénea, cosa bastante compleja dada su historia de desencuentros, ya evidenciados entre sus pueblos precolombinos.
Ya desprendido del transistor y entregado al silencio, me desconecté de los tenaces locutores que buscaban con ahínco noticias que confirmaran la catástrofe y dieran algo de luz a la oscuridad informativa. Me di por satisfecho cuando me dijeron que quedaban bastantes horas para recuperar la normalidad y me apresté a sobrellevarlo. Eso sí, sopesando la ausencia de contaminación lumínica, pensé que era buen momento para alzar la mirada al cielo y contemplar la pléyade de estrellas que lo pueblan, sin necesidad de desplazarse al Sahara. Pero los potentes focos del puerto, alimentados por sus grupos electrógenos, lo impidieron al difuminar la necesaria oscuridad. Entonces puse en marcha mi paciencia y mantuve la paz y el sosiego necesario, solo alterados por mi solidaria imaginación con los atrapados en ascensores, en trenes y demás afectados, que me inundó de un sentimiento de empatía. Una vez más, aunque no fuera comparable con la DANA, numerosos compatriotas se veían afectados por una incidencia que podía, como mínimo, causarles molestias, angustia o ansiedad.
Mañana volverá la política canalla
Luego, cuando me fui a dormir leyendo a Octavio Paz, y antes de que el libro me propinara dos serias bofetadas en la cara debido a mi relajación por somnolencia, me asaltó la idea del debate venidero. Mañana, pensé, los políticos vuelven a la carga y, dada la experiencia de la DANA, dispararán sin piedad sus dardos envenenados para herir al adversario. Cuando la cínica indignidad de Mazón persiste indeleble a la justicia y la verdad desde hace seis meses, querrán hacer de este apagón otro “casus belli” de confrontación, en este caso contra el gobierno central. La mayoría de los gobiernos autónomos pidieron el nivel 3 de emergencia para curarse en salud, visto lo visto. Habrá claroscuros según para quien. Volverá la irracionalidad de los cínicos discursos, la exculpación propia y la inculpación ajena, las tretas para evadir responsabilidades públicas o privadas y, las empresas, pensando en sus negocios, negarán su responsabilidad. Cada vez anda uno más desorientado con quienes ejercen la política torticera y sectaria y se comprende menos determinadas actitudes y conductas, sobre todo desde aquella frase malévola y cuasi golpista de Aznar: “El que pueda hacer, que haga”. Tal vez esa frase explique muchas cosas que venimos observando, incluida la satisfacción de la oposición cuando las cosas no van bien, con tal de “derogar el sanchismo”, muletilla de las pasadas elecciones.
Pero lo que está claro es la madurez manifestada por el pueblo español ante la crisis y su responsable actitud, su paciencia y comprensión, no ausente de temor, que han mostrado en las horas clave. Menos mal que, bajo mi criterio, la crisis ha sido resuelta con bastante diligencia dada su magnitud. Tenemos un gran pueblo, por lo general de valor muy superior a sus políticos, a pesar de los agoreros y tóxicos que siembran la discordia y la confrontación, a los que hay que neutralizar.
Esperemos que esta experiencia sirva para estar preparados ante otro posible apagón sea por la causa que fuere. No estamos libres de ciberataques que pudieran producirlo otra vez, volviendo a mostrar la fragilidad de nuestro dependiente confort. Eso me hace pensar y compartir con los lectores esa sensación de la insoportable levedad del ser, parafraseando a Milan Kundera, que puede llevarnos por un sendero de infelicidad.
El deterioro progresivo que está sufriendo la humanidad es desalentador, a pesar de la esperanza que pueda desprenderse de la referida madurez mostrada por el pueblo. Se observa una deriva hacia el desencuentro que induce al odio y rechazo al semejante, siguiendo la estela que provocan determinados políticos y sus estrategias imprudentes de acoso y derribo, que, con su ausencia de respeto, llevan a una peligrosa confrontación irracional, como seguimos viendo en nuestro país. Incluso gente que, en principio, parece más sensata y presume de intelectualidad, acaba arrastrada al dislate y desatino, cual hooligan alienado, renunciando a la autocrítica. Causa pena ver como recurren al insulto y la difamación arrastrados por el ejercicio de la política canalla que muchos practican en nuestro país y, también, en el resto del mundo, dinamitando los principios democráticos que dicen defender. Mal asunto cuando un dirigente ha de emplear demasiado tiempo en defenderse del ataque de sus contrincantes. La guerra por ganar el relato continúa… Andemos ojo avizor.
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