Opinión | 725 palabras

¡Hágase la oscuridad!

El pasado lunes permanecerá vivo en la memoria colectiva de la historia de la España peninsular

Málaga, a oscuras por el apagón eléctico

Málaga, a oscuras por el apagón eléctico / Francis Silva

Y la oscuridad se hizo... Y las insuficientes luces de los sapiens crecieron mientras la claridad del día se iba yendo con el milimétrico girar del planeta, como acaece desde que el mundo es mundo. El sol emprendió su parsimoniosa huida por el oeste, como cada día. La línea de horizonte, poco a poco, fue difuminando sus infinitos límites y la oscuridad fue borrando la luz por el este, hasta convertirla en una sombra de sí misma.

El pasado lunes permanecerá vivo en la memoria colectiva de la historia de la España peninsular. La luz eléctrica dimitió de sus funciones y, a la par, nos dio una lección magistral sobre la dependencia del ser humano. Carl Jung, uno de los padres de la psicología moderna, nos legó un pensamiento que se explica por sí solo: «No nos iluminamos imaginando escenarios de luz, sino haciendo consciente nuestra oscuridad», dijo.

Las razones por las que se produjo el preocupante escenario del pasado lunes tienen diversas lecturas múltiples que, en todos los casos, hablan mucho más de la torpeza y de la sinrazón del sapiens que de su razón intrínseca tal cual la expresaba Jung en el pensamiento que he recogido en el anterior párrafo.

La oscuridad, en sí misma, tiene tanto que ver con The Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde, de Robert Louis Stevenson que con la encendida escena del sofá entre don Juan y doña Inés en la obra Don Juan Tenorio, de José Zorrilla.

Circular a oscuras por la vida, en su sentido metafórico cada vez tiene intríngulis más sofisticados e impracticables, porque la verdadera oscuridad, además de un bien escaso de difícil deletreo y de peor implementación, cada vez se muestra más lejos de los anhelos del respetable como proyecto de vida. La identificación de las luces y las sombras cada vez más nos aproxima a mundos inalcanzables solo propios de los partos de tinta de los escribidores y de los compases mudos y, aun así, bien avenidos, de los músicos sordos a lo largo de la historia. Y, por qué no, también de los bisbiseos carnales de los eternos enamorados de hecho y de derecho.

En presente y en primera persona, dicen por ahí que ninguno de los vivos es responsable de nada en lo concerniente al plantón lumínico del pasado lunes, que la responsabilidad, como obligación individual, es cosa de los prójimos adyacentes o lejanos. O sea, simple y llanamente aquello de «Seño, yo no he sido...» de nuestros púberes, pero en su versión de adultos tan torpes como maleducados.

Los apriscos urbanos propicios para el mundo mundial, en primera persona confirman grupos de iguales que cada vez más no tienen nada en común, grupos contrahechos que conforman mundos de advenedizos que gritan para reclamar sus derechos, que de más en más son derechos torcidos. Individuos que un día aprendieron que la oscuridad no existe, porque, según Einstein, la oscuridad no es más que la ausencia de la luz. Y, sin embargo, puede que hasta el mismísimo Einstein no comprendiera que a veces apagar la luz nos ciega mucho más que encenderla.

Circular noblemente por la vida cada vez tiene intríngulis más sofisticados e impracticables, porque la verdadera nobleza, además de un bien escaso de difícil deletreo y de peor implementación, cada vez se muestra más lejos de los anhelos del respetable, como proyecto de vida. La identificación de la nobleza política, si realmente existe, cada vez nos aproxima más a mundos inalcanzables que, por el momento, son solo propios de los partos de tinta de los escribidores y de los compases mudos y bien avenidos, de los irrepetibles músicos sordos de la historia y, ¿por qué no?, también de los bisbiseos carnales de los eternos enamorados de hecho y de derecho.

Los apriscos urbanos, que son propicios para el mundo mundial en función de sus elementos diferenciadores, cada vez están más a tope de epígonos disímiles que en nuestros días aún son discípulos sin pulir que van convirtiendo sus aulas ad hoc en plataformas para mirificar a los nuevos camastrones de la política patria y a sus adláteres.

Volviendo al título y a la intención de este artículo, quizá lo de mantener la oscuridad como el recuerdo vivo de un hecho, histórico ya, nos induzca a comprender que hay veces, muchas, en las ninguna sigla política tiene razón.

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