Opinión | El cine de la vida

Aún más poderosa que la IA, la hipocresÍA

La rentabilidad pocas veces entiende de pretextos románticos y quien se resiste lo hace desde la subjetiva mente de un artista que suda para llegar a fin de mes

El viaje de Chihiro

El viaje de Chihiro

Linkedin se convirtió hace tiempo en un cementerio donde vemos morir la creatividad en riguroso directo. Por regla de tres, si una idea no se ha copiado y pegado entre varios, lo habrá ideado una IA. Póngale la marca que quieran. Pero como buena -o mala, según la perspectiva- red social, una moda se extiende como el Cordyceps, infectándonos a pensar una falsa dicotomía: me adapto o desaparezco. Esto del networking es una curiosa paradoja; antes de ser un espacio para mostrar como somos, nos reproducimos hasta ser indistinguibles.

La moda en cuestión, y llego tarde a propósito para comentarlo, es muy cinematográfica: moldear imágenes, sean retratos o instantes, a los rasgos animados del Studio Ghibli. Con la facilidad pasmosa de una búsqueda y un sucesivo click, únicamente precedido por la dificultad de ajustarse a unos parámetros visuales y aportar unas líneas descriptivas. Como creador, cinéfilo y humano, hago cálculos rápidos; Hayao Miyazaki tardó 3 años en producir El Viaje de Chihiro mientras yo puedo hacer una secuencia en 3 minutos, en un viaje instantáneo hacia la web e inerte desde el sillón.

Por ley de vida sabemos que cualquier sendero sencillo puede derivar en peligro. El arte, en su forma clásica, tirita desprotegida. Más el cine, que existe dependiendo de los resultados de un balance de cuentas mensual. Y aunque nos rebelemos ahora contra los condicionales que se agolpan en el debate popular, no podemos tapar el sol con un dedo. La rentabilidad pocas veces entiende de pretextos románticos y quien se resiste lo hace desde la subjetiva mente de un artista que suda para llegar a fin de mes. Cuando la billetera manda, sólo sale tener miedo. Miedo escénico de que acabemos siendo prescindibles, como los humanos incubados que vemos en Wall-e.

Ante esta discusión que demanda nuevas respuestas legislativas, las que existen se mantienen inoperantes. Actualmente en pañales, se fijan en la seguridad del usuario -los que atentan contra la ciudadanía- y no en la prosperidad de los artistas. Es insuficiente la protección de los derechos de autor, ya que si una IA genera una obra similar a la de un artista, demostrar plagio o infracción es saltar un muro alambrado, especialmente si no hubo copia directa. Hay varias demandas en curso donde artistas están enfrentando a empresas de IA por usar sus obras entrenando modelos sin consentimiento, pero las empresas, conscientes de los vacíos legales, se amparan en el «fair use». En el horizonte, solo divisamos La Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea, cuya implementación irá de manera escalonada hasta 2027. Recomiendo a Miyazaki sacarse la nacionalidad europea pronto, porque será a partir del 2 de agosto de 2025 cuando los proveedores de modelos de IA de propósito general deberán «publicar un resumen suficientemente detallado sobre los datos utilizados para el entrenamiento e indicar si el conjunto de datos incluye contenido protegido por derechos de autor».

Mientras tanto, el sentido común nos obliga a volver a la historia, a veces el menos común de los sentidos. Hay que recordar los tiempos cuando emergió la televisión y al cine le colgaron prematuramente su fecha de caducidad. Al igual que al transistor, auténtico kit de supervivencia que no entiende de tendencias cuando es quedarse informativamente a oscuras. Como no conocemos el futuro siempre dudamos de él, incluso olvidando lo igualmente cómplices que somos. Nos salvamos el culo con el nombre y causa de otros, por eso nos escandalizamos cuando Spotify sepulta las esperanzas de una APK pirata para «proteger a sus artistas», tanto como piratear las películas porque «los precios son prohibitivos». Yo no soy hipócrita; la mitad de la información de esta columna está validada por ChatGPT, a propósito. Ninguna fuente periodística directa me ofrecía los años de producción de El Viaje de Chihiro pasados varios minutos de búsqueda, tampoco un desglose esquemático de la Ley IA. Habrá que abrazar el futuro, con condicionales, menos por ser hipócritas, más por no ser necios.

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