Opinión | De buena tinta

Cónclave

No es un misterio inescrutable. Hay un documento en internet, del tiempo de Juan Pablo II, a golpe de ratón. Gratis.

Un total de 133 cardanales participan en el cónclave para elegir al nuevo Papa.

Un total de 133 cardanales participan en el cónclave para elegir al nuevo Papa. / Agencias

En este tiempo hostil donde todo lo privado se televisa, no resulta extraño constatar que existan voces que, desde el más absoluto desconocimiento y la más fría de las distancias, critiquen las puertas cerradas que custodian una de las decisiones más importantes que se dirimen en el seno de la Iglesia católica: el cónclave. Sin embargo, lejos de alimentar teorías conspirativas o fantasías de secretismo, tan necesitadas por algunos, el proceso del cónclave está bien lejos de ser un misterio inescrutable para aquellos que, simplemente, quieran leer la Constitución Apostólica Universi Domini Gregis de San Juan Pablo II. Está en internet, a golpe de Google. Gratis.

El cónclave, palabra que significa literalmente ‘con llave’, no es una mera elección política, sino una expresión solemne de la fe católica, una convocatoria eclesial a la esperanza y un acto de profundo discernimiento comunitario guiado por la luz del Espíritu Santo que persigue, más allá de cualquier cálculo humano, designar al nuevo sucesor de Pedro. En este marco, el miércoles 7 de mayo de 2025, la Basílica de San Pedro acogerá la celebración de la llamada misa por la elección del Romano Pontífice, presidida por el cardenal Re, decano del Colegio Cardenalicio. No es una misa ordinaria. A través del rojo litúrgico, se evoca al Espíritu Santo como protagonista silencioso y decisivo del momento. Los electores, responsablemente y a la luz del Espíritu, deberán dejar de lado todo interés personal y toda presión externa para centrase, únicamente, en el bien de la Iglesia y la fidelidad al Evangelio.

Poco después, los cardenales, desde la Capilla Paulina, se dirigirán en procesión hasta la Capilla Sixtina, mientras se entona el conocido Veni Creator Spiritus, una súplica tradicional que implora la presencia del Espíritu Santo. No es, por consiguiente, una marcha protocolaria, sino un acto profundamente orante que concluye bajo la mirada del Juicio Final de Miguel Ángel en un espacio cargado de arte, historia y espiritualidad. En este espacio, que previamente ha sido aislado con inhibidores de señales para garantizar el secreto más absoluto, se lleva a cabo un juramento colectivo antes de iniciar las votaciones. Pero vayamos de lo externo a lo profundo: no es cuestión de ocultamiento gratuito, sino de buscar la protección que evite toda injerencia, toda manipulación y todo ruido externo que pueda empañar la serenidad del discernimiento. Es a continuación cuando se ordena el célebre «extra omnes», que marca el momento en el que todos los que no sean cardenales electores deben abandonar la capilla. Ahora sí, cada cardenal escribirá en su papeleta el nombre de su candidato bajo la frase impresa «Eligo in Summum Pontificem», papeleta sin marcas ni caligrafías recognoscibles que depositará en la urna bajo juramento: «Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido». No es un simple acto de selección sino un voto sellado con la fe. El escrutinio correrá a cargo de tres cardenales que deberán verificar el consenso espiritual de los dos tercios que precisa la válida elección del nuevo papa. Llegado el caso, el cardenal decano se acercará al elegido y le formulará dos preguntas cruciales: si acepta su elección canónica y qué nombre desea tomar. Tras la aceptación, el nuevo papa se retira a la llamada «sala de las lágrimas», un nombre sugerente que alude a la conmoción y a la responsabilidad que acompañan al momento, y allí se revestirá por primera vez con su sotana blanca, justo antes de que el cardenal protodiácono proclame al mundo: «Annuntio vobis gaudium magnum: habemus papam».

El cónclave, por consiguiente, no es una mera votación, ni un espectáculo, ni un acto de marketing eclesial. Es, ante todo, una experiencia de fe. Un tiempo en el que la Iglesia, inmersa en el mundo de lo superficial y lo inmediato, se acoge, por el contrario, a la esperanza, reza y espera. Un espacio donde lo humano se une con lo divino en la búsqueda de un pastor que guíe al Pueblo de Dios en medio de las luces y las sombras del presente. Y aunque los detalles técnicos, como digo, puedan conocerse, sí que es cierto que lo esencial, la acción del Espíritu en los corazones, permanece y permanecerá por siempre, a Dios gracias, como un misterio luminoso.

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