Opinión | DE LO QUE HABLAMOS LOS JÓVENES

La estructuralidad del cuerpo (y III)

El hecho de aceptar nuestros cuerpos y su expresión libre, de la mano de elecciones propias sin juicio ni presión, nos permitirá aceptarnos y amarnos de forma más dulce y sincera

Es importante, también, hablar de la expresión del cuerpo. A través del binarismo sexual (un binarismo socialmente forzado a serlo que no tiene en cuenta las características biológicas disidentes) creamos discursos muy diferentes entre sí asociados a cada uno de estos dos sexos. Uno de ellos es la expresión del propio cuerpo.

Hemos separado los colores y la forma de la ropa, los zapatos y la utilización de complementos. Le hemos dado género a los olores de las colonias y a los cortes de pelo. Y no contentos con eso, también hemos impuesto modificaciones obsesivas en los cuerpos, partes a cambiar y esconder, sobre todo para las mujeres.

Hablemos de la depilación. Desde la antigua Grecia, la depilación representaba pulcritud y juventud. Esto es curioso, ya que los cuerpos dejan de ser jóvenes en algún momento pero nos aborrece la idea de crecer. Debido a este discurso, la juventud tiende a sexualizarse más que la madurez, lo cual da bastante miedo, nos atrae y deseamos lo joven. A finales del siglo XIX Darwin asoció el vello corporal con “una ascendencia primitiva” y “formas menos desarrolladas”, aunque estas ideas se aplicaron sobre todo en las mujeres. En el siglo XX, el pelo en el cuerpo femenino se asoció con algo sucio.

El vello cumple funciones importantes, como proteger la piel y aislar la temperatura corporal. Sin embargo, se nos obliga a que nuestro cuerpo y su expresión sea de cierta forma concreta, eliminando lo que no es atractivo y modificándolo para que sí lo sea. Hemos definido cómo tiene que verse un pecho y para ello utilizamos sujetador. Hemos alterado nuestro cuerpo con operaciones. Escondemos el más mínimo pelo. Seguimos utilizando tacones cuando perjudican los pies y la espalda. Nos levantamos horas antes para darle “color a nuestra cara”.

Tanto es así que el cumplimiento de estos patrones incrementa el atractivo social y su negación genera una enorme presión social. Y ese es gran problema de todo esto, la obsesión y el juicio compulsivo. El aparente derecho de los demás de comentar. La presión ante la forma correcta e inorgánica.

Buscamos constantemente el cuerpo “perfecto”, homogeneizando la belleza ante unas ideas implantadas. Nos cuesta muchísimo admirar las características propias de cada cuerpo, lo que hemos heredado de nuestros padres y que nos diferencia del resto. Lo que es nuestro. Lo que nos permite sentir y lo único que tenemos.

No seríamos nada sin nuestros cuerpos y, sin embargo, nos hemos criado aprendiendo a odiarlos. El hecho de aceptar nuestros cuerpos y su expresión libre, de la mano de elecciones propias sin juicio ni presión, nos permitirá aceptarnos y amarnos de forma más dulce y sincera.

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