Opinión | TRIBUNA

Jesús en Matrix

Cuando se vive en Matrix lo peor que puede ocurrir es que llegue Jesús y te haga un milagro. A los perfectos y justos del año treinta -los de sepulcro blanqueado-, el Mesías les arruinaba el día cada vez que realizaba un prodigio con el que rehabilitaba al marginado de turno, al desheredado o al apestado apartado en la cuneta. Además de antisistema -aún hoy lo sería-, el Hijo del Hombre inventó las segundas oportunidades en una sociedad cruel e implacable. “Yo soy la Verdad y la Vida”, dijo; pese a que aún a día de hoy se prefiera la oscuridad y la miseria. La pena de este mundo es el apego mayoritario que se sigue teniendo al poder, la vanidad, la soberbia, la pompa, el ritual y el ‘farfolleo’ de pega. Para ir al infierno no hay que coger el ascensor desde la azotea. Que pregunten a los fariseos, a los de antes y a los de esta era. Al hombre le encanta el trámite, el camino recto de la burocracia, los sellos bien puestos en el papeleo que te entierra, el tráfico de influencias, el documento original en folios timbrados de repúblicas bananeras. Te puedes romper la cabeza delante del notario, pero como el secretario vaya con el tiempo justo a la ventanilla de turno, te desangrarás en la acera. En Matrix, el milagro se paga con sangre y arena. El turno sobre el dolor, porque ni el especialista ni la consulta te esperan. Te puedes retorcer llamando a la puerta. Tampoco el del juzgado ni el técnico del ayuntamiento aunque tu casa se la llevara la riada tras la última guerra. El hombre y sus mecanismos es el ciudadano de Matrix. Así debe de haber sido desde que el mundo es mundo y desde la aparición de la escritura sobre tablillas de cera -o barro-.

Jesús no era de protocolos, parafernalias ni esperas. Poco le importaba la pompa y el cumplir con lo que la convención dijera. Su “estar en el mundo sin ser del mundo” le costó la vida -o el cuerpo- aunque Él ya lo supiera. Para los amos del poder en minúscula, mandar en la norma, el horario, en la espera; en la tradición, en el boato, en la tontería de la letra al milímetro, les inflamaba las venas. Por eso, cuando levantó al discapacitado del estanque de Betesda con aquel “toma tu estera y camina” -tras 20 años sin poder entrar en la piscina de las burbujas en salmuera-, los de los sepulcros blanqueados, los que mandaban en la norma, le habrían matado en el momento, pues “¿cómo se le ocurre hacer un milagro en día de fiesta?”. Pero no nos engañemos, que estos colmos del absurdo no se acabaron en aquellas fechas. Hasta la misericordia, la compasión y el prodigio, que vienen de un Universo en mayúsculas, tropiezan con la letra pequeña. Así de ridículo es el hombrecillo sin alma que se lame las trenzas.

Y seguimos programados por Matrix. Preferimos la existencia en piloto automático que nos tiraniza por complacencia. Vivir sin vivir, porque lo otro implica sentir, amar, soñar, tirar por el ojo de la aguja, aunque suponga sufrir, ya que larga es la vía al absurdo que se cuela. A través de Internet y de conversaciones frívolas en el patio de la trastienda.

El Sabbath del año 30 continúa gobernando el devenir de la humanidad en la recta final hacía el dos mil, más treinta. Si nos dan a elegir, preferimos el ritual inconsciente, la ley vacía y el perdernos en tonterías sin trascendencia, porque salir de la ratonera implica despertar con un tortazo que nos dejaría en chanclas y sin camiseta.

El selfie, el like, los 50.000 seguidores es lo que nos llena. Se lo han currado bien los de esta película para mantenernos despistados de la VERDAD; entretenidos con la vara y el hilo y la zanahoria mientras tiramos de la carreta. Porque “el hombre que está en el mundo siendo del mundo” ama al TOC por encima de cualquier causa nueva. Este Matrix ya no es el del Sabbath ni el de la privación del menú opulento en Cuaresma. El nuevo código viene con silicona, coches mateados, pectorales cuadrados y criticar sin fuste a toda persona ajena.

Jesús era más de actuar por compasión, en todo caso de ‘selfies’ samaritanos que espantaban a cualquiera. Ni el millón de milagros que realizó le sirvió para convencer a las fieras; a los demonios del rollo escrito con letra negra, que se aferraron a sus miedos para clavarlo en el Monte de la Carabela. Veintiún siglos después lo crucificarían si apareciera. Porque claro, no se llamaría ya Jesús; y aunque realizara los mismos prodigios, lo tacharían de charlatán y de curar sin título ni carrera. La parafernalia y la pompa; el ritual y la burocracia, lo llevarían ante un tribunal y hasta la hoguera si la norma lo permitiera. Porque el poder es el poder, el dinero es el dinero, las pulsiones son las mismas y el hombrecillo de papel, que como Trump o Putin también van a sus misas y se sacan fotos con los líderes religiosos de la confesión que más les interesa, prefieren mandar y matar antes que ver la Luz que brilla con mecha eterna. El problema de la oscuridad es que las pupilas se adaptan y la nueva Matrix saca partido de ellas. Más de dos mil años después, la humanidad seguiría dudando del ciego que ve, del discapacitado que camina o del enfermo que abandona la sala de espera. Al nuevo Jesús le recriminarían su excesiva compasión; y la ausencia de máster; “¡vaya usted a creerse que aquí cura cualquiera!” “¡Impostor!; gritaríamos… “¡Al paredón!, por pisar el agua sagrada en domingo, por saltarse la cola sin sentido, por alumbrar la oscuridad eterna, por sobresalir para sanar y por cargarse el ritual, “¡con lo bien que queda!”… ¡Que se habrá creído Éste, que es un don nadie sin coche ni cartera…! “Yo soy la Verdad y la Vida”. ¿Por qué nos seguimos empeñando en la muerte y la fatiga? Lo crucificaríamos de nuevo, tal y como hacemos con los cientos de millones que ponen su luz para iluminar las tinieblas.

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