Opinión | El desliz

Gracias por avisar

El cliente ya no tiene siempre la razón. Tiene la culpa, y la responsabilidad de buscar alternativas a todas y cada una de las pifias que las infraestructuras públicas le regalen

Decenas de personas esperan en la estación de Atocha-Almudena Grandes, a 5 de mayo de 2025, en Madrid (España). La circulación desde Madrid a Andalucía se reanuda progresivamente a partir de las 9.30 horas de hoy, después de que ayer, 4 de mayo, se produj

Decenas de personas esperan en la estación de Atocha-Almudena Grandes, a 5 de mayo de 2025, en Madrid (España). La circulación desde Madrid a Andalucía se reanuda progresivamente a partir de las 9.30 horas de hoy, después de que ayer, 4 de mayo, se produj / Fernando Sánchez (EP)

Moverse es un infierno. Escuchaba el otro día a un usuario del tren tirado en una estación después del robo de cable que descalabró la línea ferroviaria que une Madrid con Andalucía. Tenía dos quejas. Primera, que nadie le daba ninguna información de cuándo se restablecería el servicio ni de posibles opciones. La segunda, que compró su billete cuando el daño ya se había producido e incluso difundido. El sistema le permitió hacerse con su asiento, el negocio debe continuar, sin avisarle de los problemas que obviamente persistieron largas horas después. Al cabreado viajero le preguntaban cómo es que no se había enterado del parón, y si lo sabía, por qué hizo su reserva, si a esa hora había salido hasta el ministro del ramo a explicar lo del sabotaje y la oposición a gritar caos. Ahora resulta que antes de adquirir un billete de alta velocidad para empezar tus vacaciones te conviene repasar las redes sociales de Óscar Puente, para saber si España sigue en marcha o si cualquier mindundi con unas tenazas la ha puesto en jaque. El cliente ya no tiene siempre la razón, como sentenciaba el famoso lema del sector servicios. Tiene la culpa, y la responsabilidad de buscar alternativas a todas y cada una de las pifias que las infraestructuras públicas le regalen, eso sí, a ciegas. «No nos dicen cuánto va a durar y si nos conviene intentar tomar un autobús», proseguía el pasajero tirado en una sala de espera. Seguro que llegó a su destino con ganas de votar.

Qué les cuesta comunicar algo. En el único aviso que proporciona el aeropuerto, una voz emite el mensaje chulesco de que no se ofrece información por megafonía, y que te conviene estar pendiente de los paneles por si cambia la puerta de embarque. Que cambia sin dar a penas margen a los pasajeros, doy fe de haber cruzado corriendo una terminal tirando de dos niños de dos años y sudando la gota gorda. De manera que ahora acampo delante de las pantallas el tiempo que haga falta. Se acepta que los altavoces parlantes de antaño generaban un ruido insoportable, pero hay un término medio entre decirlo todo a grito pelado y callarse lo urgente. Alguien debería asumir la responsabilidad de avisar. La misma compañía aérea que te fríe a correos, sms y guasaps con sus ofertas y sus prestaciones premium te avisa del cambio de puerta cuando el avión ya ha aterrizado.

El que no avisa es traidor. En la valiente instrucción que la jueza de Catarroja Nuria Ruiz Tobarra está llevando a cabo para dilucidad responsabilidades del desastre de la dana de Valencia, con 228 muertos, el aviso es la madre del cordero. A nadie se le puede culpar de un diluvio, pero sí hay alguien que debió notificar a la población que corría peligro si se desplazaba o no se resguardaba de la inundación. Ese alguien, con los datos en la mano, no transmitió la alarma. De aquel horror no se ha extraído alguna conclusión sensata, visto lo visto tras el apagón generalizado que afectó a tres países, con sus correspondientes estaciones de tren y aeropuerto atestados de damnificados, o tras la sustracción de materiales en la red ferroviaria. Los afectados, resignados, aluden continuamente a falta de información fiable para tomar decisiones cuando vuelve la normalidad. Deberían practicar los gestores el arte del buen aviso, convertirlo en obligación por ley. De lo contrario, que no se quejen de los bulos que prosperan en el silencio administrativo.

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