Opinión | Tribuna

La cultura de la paz

La paz impuesta no es paz, sino sumisión del vencido. La paz verdadera es la que consensua la convivencia en libertad

«Habemus papam»

Mientras daba el último toque a este texto ha surgido la «fumata blanca» de la Capilla Sixtina. He dejado el ordenador y me he centrado en la TV para seguir en directo la información sobre la elección del nuevo papa, por lo que me gustaría hacer unas consideraciones previas.

Las expectativas eran grandes y, dependiendo de quien fuera elegido, podríamos enfrentarnos a una u otra tendencia de la «política religiosa» que el catolicismo nos ha venido ofreciendo. No es lo mismo un papa cercano al humanismo, defensor de los pobres, marginados, migrantes, de los derechos humanos, crítico con el mercado neoliberal, el consumismo exacerbado y preocupado por las necesidades del ser humano, que uno atrapado en estructuras anacrónicas de una ortodoxia clásica, donde el dogma intransigente dificulte el acercamiento de la gente.

El Papa tiene una influencia impresionante en gran parte de la humanidad, sus seguidores son muchos y, según su discurso, facilita o complica ese acercamiento, por lo que su elección, de una forma directa o indirecta, afecta a todo el mundo en tanto crea actitudes y conductas entre los creyentes… pero, al nuevo papa, alguien le ha reconocido una «sensibilidad pastoral latinoamericana», lo que va en la línea de Francisco. Y ya leo en la prensa: «Combina el pragmatismo norteamericano con la calidez y el colorido de Latinoamérica, donde se fogueó y se curtió como pastor. Y, además, podría erigirse en muro de contención frente al presidente Donald Trump, cuyos mecanismos políticos conoce a la perfección», el comentario es esperanzador.

Cuando, ya como León XIV, apareció en el balcón y hablo de la defensa de la paz en el mundo, sentí que su discurso se ajustaba a mi texto y afloró una sensación de afinidad. Dada su procedencia y el lugar donde ejerció su labor religiosa, en Perú, da pistas e intuición sobre su futuro proceder, que forja esperanza. Entonces volví a mi texto y continué escribiendo desde mi agnosticismo.

Hablar de paz es necesario

Hablar de paz en estos tiempos no es solo aconsejable, sino que debería ser obligatorio, hasta el extremo de llegar a comprender que la paz es el camino para alcanzar el desarrollo integral del ser humano. Es decir abarcando los aspectos biopsicosociales de las personas, que conforman un sistema interactivo del que depende, en gran medida, su salud y bienestar. A un sistema, según los expertos en la teoría sistémica, no lo conforman la suma de las partes, sino la realidad que se crea mediante la interacción de los elementos que lo integran.

Nuestra sociedad funciona así, como un sistema integrado por múltiples elementos, entre los que nos encontramos los seres humanos como actores principales. Dado que es un sistema abierto y dinámico, estamos sometidos a la influencia del entorno y a los procesos de manipulación desde estrategias de información y creación de estados de opinión que apoyen o rechacen posiciones, ideologías o credos. Eso lo saben perfectamente los que ejercen el poder. El pueblo alemán, abrazando el nazismo es un buen ejemplo de ello.

La paz no se decreta, la paz se cultiva

Por tanto la paz no es algo que se decreta, sino que se siembra y cultiva en el sistema social, a través de la educación y formación ciudadana. Es algo que arraiga en la mente de cada cual y presenta resistencia a ser subvertida por los beligerantes agresores. Existe una orientación, una actitud de paz, que permite crear el ambiente adecuado para que se desarrolle dentro de un contexto cultural. Mientras más conciencia se tenga de la importancia de la paz, más se establecerán los medios para cultivarla y mantenerla.

Sin embargo, es tremendamente complicado mantener una paz justa entre los pueblos. Las estrategias geopolíticas, los intereses comerciales, la historia y la cultura del poder establecido y el darwinismo social del neoliberalismo, hacen que la gobernanza mundial no se realice desde la bonhomía, sino desde la perversión de la confrontación que beneficia a grupos dominantes.

Estamos sometidos a una cultura belicosa, donde el poderoso es temido y admirado, dados los mitos y leyendas, donde los héroes son grandes guerreros, conquistadores y forjadores de imperios. En esta cultura aceptamos la crueldad y el dominio, la imposición y la ambición, como expresión natural del ser humano, asociados al éxito. Pero nuestros héroes han de ser, «aquellos que construyen y trabajan por la paz», como defendía Nelson Mandela, y no los sanguinarios guerreros.

La paz debe ser el elemento esencial dominante en el hegeliano «espíritu del tiempo», que hace referencia al clima, ambiente o atmósfera intelectual y cultural de una determinada era. Quiero decir que el entorno, la filosofía y pensamiento imperante es clave para mantener o dinamitar la paz. Los hechos, que venimos viviendo en los últimos años, nos muestran un proceso evolutivo, o tal vez debería decir involutivo, donde la violencia y la guerra afloran por doquier ante la indiferencia de la sociedad. Estamos deshumanizándonos ante estos hechos. Soportamos el horror de la guerra de Ucrania y el genocidio de Gaza, donde Israel actúa con absoluta impunidad. Por tanto, para cultivar la paz, hemos de luchar por establecer un espíritu de los tiempos donde se busque esta como un objetivo imprescindible para convivir y conseguir la felicidad de nuestra sociedad.

Decía en el epígrafe: «La paz impuesta no es paz, sino sumisión del vencido. La paz verdadera es la que consensua la convivencia en libertad». Mientras la paz sea fruto de la imposición bélica, del dominio por las armas, no habrá paz sino odio subyacente del sometido, que es el cultivo de una futura guerra. Solo en un entorno de convivencia consensuada, de equilibrio justo entre las partes, podrá aflorar la paz en libertad y no en sumisión. La paz tiene su fundamento en el equilibrio interior de cada sujeto, en un estado emocional de calma, tranquilidad y bienestar. Pero sobre todo en una disposición para cultivarla desde la empatía, el amor y el respeto, mediante actitudes y conductas de colaboración que aboquen en sinergias positivas.

La paz es el camino

No puedo estar más de acuerdo con la frase de Mahatma Gandhi: «No hay camino hacia la paz, la paz es el camino». La vivencia en paz es la mejor forma de mantenerla y cultivarla. Si nos dejamos llevar por la violencia, por el odio, y vemos al semejante como enemigo en lugar de diferente, estamos cultivando el espíritu de la guerra. Hoy, la política irresponsable, siembra ese odio y desencuentro, en el que no debe caer la gente de bien.

Por desgracia, esa conducta canallesca, también se proyecta en algunos medios de comunicación, con la misma virulencia, en los vehementes debates de tertulianos donde se observa el periodismo venal y partidista, pues no buscan el acercamiento y la clarificación de ideas, sino arrimar el ascua a su sardina. Por otro lado, la aparición de las RRSS ha creado un campo de confrontación, en muchos casos irracional, basado en argumentación poco o nada sólida. En ese caso, es cuando más hace falta criterio preciso para discernir y separar el grano de la paja. Lamentablemente se acaba dando el mismo crédito a un científico que a un idiota. Eso crea opiniones poco fundadas en sujetos donde prevalece el deseo de confrontar, defendiendo lo absurdo frente a lo racional, lo que lleva a un irracional desencuentro, puesto que el dogmatismo del necio no está abierto a las ideas fundamentadas. Por tanto, las RRSS son un campo de cultivo ideal para sujetos de pensamientos enquistados resistentes a la argumentación lógica, provocando el desencuentro en lugar de un acercamiento y la tendencia al conflicto, en lugar de a la paz.

En conclusión, sostengo que para alcanzar y mantener la paz, el principio básico es una educación que potencie la creación de una cultura orientada a la misma. Unas actitudes dignas que la defiendan. Un espíritu colectivo, que la hagan prevalecer sobre todas las cosas, como forma de desarrollo humanista. Todo ello aderezado con la práctica de la empatía, el respeto, la concordia y el entendimiento entre los pueblos. La paz, al igual que el ser humano, es dual: individual y social. La paz interior de cada individuo es la base para alcanzar la paz del colectivo social.

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