Opinión | Tribuna
Habemus Papam
Creo que es una elección inteligente, como no podía ser de otra manera cuando la tradición cristiana quiere que el mismo Espíritu Santo haya intervenido en el proceso

León XIV. / Agencias
El segundo americano y no se puede decir que sea una sorpresa total porque aunque su nombre no aparecía entre los favoritos, como los cardenales Parolin y Zuppi, estuvo desde el primer momento en la lista más amplia de los considerados «papabiles».
Yo creo que es una elección inteligente, como no podía ser de otra manera cuando la tradición cristiana quiere que el mismo Espíritu Santo haya intervenido en el proceso. Como decía un cardenal antes del Cónclave, Dios ya ha elegido Papa, lo que ahora hace falta es que nosotros recemos para entender sus intenciones. Pues eso, parece que lo han logrado.
La elección se debatía entre continuismo con la obra de Francisco o regreso a un modelo más tradicional pues la Curia vaticana prefiere los cambios a cuentagotas y sin prisas, y el papa recientemente fallecido provocó rechazo entre sus miembros más conservadores que le llegaron a tachar de «hereje» por su actitud comprensiva hacia los homosexuales -¿quién soy yo para condenar?- o por su firme apuesta por la Sinodalidad, esto es, apertura de la Iglesia hacia el pueblo de Dios en general. Y es que hay que tener en cuenta que la Iglesia no es igual en todos los países, el mundo es muy grande y lo que parece normal en Europa puede suscitar rechazos en África. En el mismo primer mundo hay iglesias muy progresistas, como la alemana, y otras muy conservadoras como la norteamericana, de la que JD Vance parece formar parte.
Continuador de Francisco
León XIV une esas sensibilidades diferentes en un centro de concordia. Es continuador de Francisco -que le hizo cardenal- y de su obra, como dejó muy claro en sus primeras palabras recién elegido, y al mismo tiempo no parece partidario de la promoción de ideologías que «buscan crear géneros que no existen», como dijo en su día a la prensa. Ese carácter medio se observa también en el regreso a vestimentas más tradicionales y formales que Francisco al hacer su presentación en sociedad y en sus mismas primeras palabras, menos espontáneas y más medidas que las que pronunció en la misma ventana su predecesor hace ahora doce años. También se ve en su propia trayectoria vital: es un papa del primer mundo, más aún, de su potencia hegemónica por excelencia pues nació en Chicago, pero es hijo de inmigrantes (francés y española) y pasó la mayor parte de su vida como misionero y obispo en un país del tercer mundo como es Perú, cuya nacionalidad también tiene. Al mismo tiempo conoce bien la Curia, algo muy importante porque es muy opaca y difícil de entender desde fuera. Ha sido prefecto del dicasterio de los Obispos y ha participado en la selección de los más recientes, lo que también le hace conocido en todo el mundo. En ese sentido parece tocar al mismo tiempo todas las teclas necesarias para «construir puentes».
La elección del nombre con el que será conocido como papa (hasta ahora se conformaba con ser «Bob» para los amigos) también me parece significativa: el hermano León era el amigo íntimo de Francisco de Asís, y León XIV hace también referencia a León XIII, que publicó la enclíclica Rerum Novarum (1891) que marcó un hito en su época por sus inquietudes sociales aunque desde luego no llegase a apoyar el socialismo o el sindicalismo de clase. Cada cosa en su momento y más en el caso del Vaticano, cuyos «momentos» no son los de nuestras democracias, pueden durar siglos y no les va nada mal porque el invento tiene ya más de dos mil años y sigue como un tiro.
Ahora, con el mismo boato y un protocolo de un refinamiento como no hay otro en el mundo, el Vaticano preparará su entronización con una ceremonia tan brillante como fue el funeral de su predecesor, solo que más alegre, y a ella volverán a participar como invitados los poderosos del mundo que se darán codazos por asistir. Pero estoy seguro de que también se reservará un lugar especial para los más pobres a los que el papa León se refirió también el día de su elección («estar cerca de los que sufren»).
Tras un jesuita llega ahora un agustino. Las viejas y gloriosas órdenes de la Iglesia recuperan su lugar frente a movimientos más recientes que los últimos papas parecen querer poner en su lugar. Con 69 años tendrá tiempo suficiente para dejar su sello en una Iglesia que deberá navegar en las aguas turbulentas de un mundo incierto. Hay que desearle lo mejor.
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