Opinión | Desmemoria
Hiperconectados a casi todo
Ahora todo fluye a la velocidad de la luz, hasta tal punto que la memoria no absorbe más que una fracción de todo lo que pasa

Se diría que el coste de la hiperconexión es la desmemoria. / AP
Decenas de miles de brazos alzados con el iPhone esperaban para fotografiar el Habemus papam en la plaza de San Pedro. Eso tiene un sistema de resonancias casi ilimitado, en un mundo de hiperconexiones tanto para el bien como para el mal, para la paz y la guerra. Así hemos vivido, como si estuviéramos allí, asaltos al Capitolio, la iniquidad de Hamás, los ataques hutís, las crisis que nos absorben por un momento y olvidamos al instante.
Es lo que va del papa León XIII a León XIV, en otro momento de confusión y graves choques de ideas. La diferencia es que ahora todo fluye a la velocidad de la luz, hasta tal punto que la memoria no absorbe más que una fracción de todo lo que pasa. Por la mañana, una votación deja transitoriamente colgado a quien había de ser el canciller alemán; a mediodía un apagón nos hunde en la desazón; por la noche, otro experimento con la naturaleza humana nos desconcierta. Es como si Corina Machado ya no existiera, ni importa ya Ucrania, porque estamos a punto de registrar la nueva discordia armada India-Pakistán para olvidarla en seguida.
Musk se retira
Se diría que el coste de la hiperconexión es la desmemoria. El ultraconectado Elon Musk parece haberse retirado del escenario. Los drones lo ven todo pero no sabemos casi nada. Hay guerras por el litio, vivimos unos segundos en Instagram, mientras inmensas transacciones financieras fluyen por los cables submarinos. En el mundo del always on siempre estamos conectados pero no pocas veces ignoramos cómo y por qué. Frente al caudal de la hiperconectividad puede perder trascendencia el acto soberano de depositar el voto en la urna.
Si las ideas tienen consecuencias, ¿cómo no van a tenerlas los choques de ideas? Están en litigio la conciencia del siglo XXI, sus deslices y sus ambigüedades. El siglo XIX en el que León XIII fue papa también fue convulso para el mundo católico. Ahora, León XIV tiene ante sí un paisaje global aún más tenso y desbaratado. En realidad, lo que se llaman guerras culturales conllevan el riesgo de convertir el espíritu en la nada. Estamos en una profunda crisis de la conciencia europea y por eso le echamos la culpa al primero que pasa. Con el nuevo papado, hay una oportunidad de calibrar con hondura cristiana las cosas que pasan, si se tiene en cuenta a Chesterton: «La Iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza».
León XIV ha comenzado reiterando un mensaje de paz para que «el mal no prevalezca». Es un pontificado que, y no solo por la sorpresa que ha sido el cardenal Prevost, comienza con elementos de incógnita: China, el relativismo, la nueva derecha, el transhumanismo, la política del despojo, la inteligencia artificial y eso que ya no se nombra y que es la propensión humana al pecado y la injusticia. Es un panorama ineludiblemente confuso porque, entre otras cosas, hay quien cree más en las novelas de Dan Brown que en los evangelios.
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