Opinión | Parece una tontería
Solo un minuto
No sabemos vivir si no es perdiendo el hilo cada poco, como el que salta de naufragio en naufragio

Mario Levrero / l.o.
Estás haciendo algo cuando de pronto se te cruza otra cosa, que crees que te llevará solo un minuto resolver, o ni siquiera un minuto. Pero no es así. Sucede fácilmente que cuando te tomas ese minuto ya no retomas el primer asunto, aunque tampoco zanjas el segundo, pues a su vez este se ve estorbado por el tercero, al que le cae encima el cuarto, aplastándolo, y así sucesivamente. La interrupción es una dinámica invencible, provocada por nuestra facilidad para distraernos por cada vez más vulgares e insignificantes.
No sabemos vivir si no es perdiendo el hilo cada poco, como el que salta de naufragio en naufragio, y nunca acaba de estar en tierra firme. En unas pocas ocasiones la distracción da pie a algo resplandeciente, inesperado, sorprendente. Una mente entregada a ciertas divagaciones, con el fin de buscar conexiones entre las cosas, o soluciones a problemas que no resultan evidentes, puede llegar a un lugar irradiante. Recuerdo cuando el escritor uruguayo Mario Levrero solicitó una beca a la Guggenheim Memorial Foundation para escribir La novela luminosa. Se la concedieron. En su lugar, sin embargo, comenzó a escribir un diario de la beca, que funcionaría como prólogo, y que al final acabó ocupando quinientas páginas del libro. La novela, de la que se fue distrayendo, tendría apenas cien. En el fondo, el diario es un hermoso proyecto sobre qué sucede cuando no escribes la novela que tienes en mente, por la que la familia Guggenheim te mantiene a cuerpo de rey durante un año, sin reclamarte explicaciones.
Levrero se embarcó en el diario para «poner en marcha la escritura, no importa con qué asunto, y mantener una continuidad hasta crearme el hábito». Necesitaba alcanzar un estado mental apropiado, y el diario pretendía ser la piedra de afilar. Pero la novela no salía y el diario de la novela avanzaba. Consumidos dos meses de la beca, el escritor anotó en una entrada: «Estimado Mr. Guggenheim, creo que usted ha malgastado su dinero en esta beca que me ha concedido con tanta generosidad. Mi intención era buena, pero lo cierto es que no sé qué se ha hecho de ella. Ya pasaron dos meses: julio y agosto, y lo único que he hecho hasta ahora es comprar esos sillones (que no estoy usando) y arreglar la ducha (que tampoco estoy usando). El resto del tiempo lo he pasado jugando con la computadora».
Cuanto tus tareas se ven interrumpidas con el pretexto de que la distracción será breve, casi nunca acabas en un punto resplandeciente, enriquecedor. Todo lo contrario. La pérdida de atención suele conducir a la frustración, porque tú pretendes hacer algo y lo que logras es derrochar el tiempo en una sucesión infinita de paréntesis, digresiones, roturas. Poderosas fuerzas a tu alrededor se organizan para que te entretengas en asuntos que solo te ocuparán segundos, y que al final pueden ser horas. Así funcionan las distracciones hoy: algo que no va a ser nada y acaba en secuestro. Nunca fuimos tan poco dueños de nuestro tiempo, que pese a pertenecernos se caracteriza ya por ser de otros.
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