Opinión | 725 palabras

Dicen por ahí...

«Errare humanum est, sed perseverare, diabolicum»

El presidente Carlos Mazón.

El presidente Carlos Mazón. / EFE

Que, en los tiempos que corren, el vallis lacrimarum está repleto de caballos regalados a los que no se les miró el dentado; de mundos que son pequeños como pañuelos; de locos que sobreviven instalados en su monocorde tema; de malos tiempos sobrellevados a base de buena cara; de bocas cerradas para que no entren moscas; de creyentes que madrugan para que Dios los ayude; de demasiados sujetos que con sus silencios otorgan; de seres solitarios por si en compañía fuera peor; de profetas que lo son, pero no en su tierra; de vicentes que indefectiblemente van adonde van las gentes; de corazones contentos cuando la barriga está llena; de botones que sirven de muestra; de aciertos seguros cuando pensamos mal; de fieras amansadas cuando la música suena; de exquisitas tortas para cuando falta el pan; de librillos propiedad de cada maestrillo...

Dicen por ahí que Kant, don Immanuel, el prusiano, vino al mundo para cambiarlo, y a su manera logró hacerlo. Mirada la afirmación que acabo de escribir con la suficiente perspectiva es relativamente fácil intuir que el maestro Kant vino a desenmarañar algunas entendederas enredadas, para enriquecerlas con su más ilustrado criterio. En el caso del terruño patrio, ¿qué habrían hecho los partidos de los trabajadores, allá por los primeros setenta del pasado siglo sin su influencia, la de Kant. ¿A quién se le habría ocurrido en los albores del s. XVIII pronunciarse respecto del ser humano con la perspectiva desde la que él lo hizo? Por ejemplo, atendamos a dos preceptos kantianos que hablan por sí mismos:

–Uno, «lo único que es un fin en sí mismo es la persona, porque nunca debe ser utilizada como un medio».

– Dos, «obremos de tal manera que tratemos a los demás como un fin y no como un medio para lograr nuestros fines».

Dicen por ahí que el actual Presidente de los EE.UU. ante la pregunta directa de un periodista a propósito de si él era kantiano despertó la sonrisa de todos los participantes en la rueda de prensa:

–Mister Trump, are you Kantian? ––cuentan que preguntó el periodista.

–No, I was born in Queens, New York, in the United States of America ––respondió el Presidente sin descomponer su desafiante rictus.

Dicen por ahí que, a posteriori, los eruditos asesores de don Donald le presentaron verbalmente a Kant, de golpe, sin más entusiasmo curricular que como el autor de la Crítica de la razón pura, de la Crítica del juicio y de la Metafísica de las costumbres, y que un individuo como Kant, respecto de don Donald no puede ser otra cosa más que un «enemigo de la «modélica» democracia estadounidense a la que solo él presidente Trump tiene acceso». Y, obviamente, desde esta atalaya, seguro que don Donald le sugirió a la sibila délfica que ¿para qué soliviantar al pueblo si yo estoy aquí en cuerpo y alma y Kant murió hace doscientos veintiún años? Don Donald es la demostración de que hay individuos para los que la torpeza y la inelegancia no se repelen sino que se complementan. Filaucía en estado puro, lo suyo.

Dicen por ahí que si don Immanuel fuera un ciudadano valenciano, don Carlos Mazón no permanecería en su puesto, a base de sobreesfuerzos equilibristas tan impropios que ni tan siquiera la RAE ha acertado a dar con el adjetivo que defina en un solo término la impudicia, la obscenidad, el descaro, la procacidad y el narcisismo con los que don Carlos, de más en más, viene definiéndose a sí mismo frente a todos los valencianos del mundo.

Desde que se produjeron las últimas inundaciones en Valencia, no son pocas las ocasiones en las que me he preguntado si el señor Mazón, incomprensiblemente aún Presidente de la Comunidad de Valencia, tendrá noticias de lo que San Agustín expresó refiriéndose a él en su calidad de máximo responsable del gobierno de todos los valencianos, cuando expresó aquello de «Errare humanum est, sed perseverare, diabolicum» (Errar es humano, perseverar en el error es diabólico).

Quizá, por la distancia en el tiempo, San Agustín no sea la mejor fuente para incitar a don Carlos a mirarse en el espejo, pero, por el contrario, si aludimos al más cercano y menos santo Albert Camus, cuando expresó aquello de que «la estupidez insiste siempre», don Carlos no tendrá excusa para sentirse avergonzado de sí mismo.

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