Opinión | Mirando al abismo

Ya llega el verano

Durante el invierno, la arena parece dormir bajo un manto de tranquilidad

No hay nada como una tarde de julio en la que el cielo está despejado, el agua fresca acaricia los pies y la brisa marina alivia el sofoco.

No hay nada como una tarde de julio en la que el cielo está despejado, el agua fresca acaricia los pies y la brisa marina alivia el sofoco. / La Opinión

El verano es mucho más que una estación en el calendario; es un renacer de colores, sensaciones y vida al aire libre. Con la llegada de los días más largos y el sol brillando con intensidad, las playas, que durante meses permanecieron en calma, vuelven a llenarse de risas, olas juguetonas y ese aroma inconfundible a sal y protector solar. El calor no solo derrite el estrés acumulado, sino que también actúa como un imán que atrae a miles de personas hacia la costa, donde el mar se convierte en el protagonista indiscutible del verano.  

Durante el invierno, la arena parece dormir bajo un manto de tranquilidad. Solo algunos paseantes solitarios y gaviotas en busca de alimento rompen la monotonía. Pero cuando el termómetro comienza a subir, todo cambia. Los primeros rayos de sol fuerte marcan el inicio de una transformación: las sombrillas se clavan en la arena, las toallas se despliegan como banderas de relax y el sonido de las olas se mezcla con conversaciones animadas.  

Los chiringuitos abren sus puertas, ofreciendo refrescos y comidas ligeras, mientras los vendedores ambulantes recorren la orilla con sus helados y gorras. La playa, antes silenciosa, se convierte en un escenario bullicioso donde niños construyen castillos de arena, jóvenes juegan con la pelotita a deportes varios, y adultos disfrutan de un buen libro bajo la sombra.  

El verano tiene esa magia de reunir a las personas. Las familias planean escapadas costeras, los grupos de amigos organizan barbacoas al atardecer y hasta los más sedentarios se animan a dar un paseo junto al mar. El calor, aunque a veces agobiante, actúa como un catalizador de experiencias compartidas. No hay nada como una tarde de julio en la que el cielo está despejado, el agua fresca acaricia los pies y la brisa marina alivia el sofoco.  

Además, el verano invita a desconectar de la rutina. Las prisas quedan atrás, reemplazadas por horarios flexibles y siestas improvisadas bajo una sombrilla. El ritmo de vida se ralentiza, permitiendo disfrutar de pequeños placeres: un baño al amanecer, una caminata con los pies en el agua o simplemente contemplar el vaivén de las olas.  

No solo los humanos responden al llamado del verano. La fauna y la flora costera también florecen en esta época. Las dunas se cubren de vegetación resistente, las gaviotas anidan en los acantilados y, en algunas playas, es posible ver tortugas marinas desovando al caer la noche. El mar, más cálido y en calma, se llena de peces y cangrejitos, atrayendo a pescadores y buceadores.  

Incluso el atardecer se vuelve más espectacular. Los cielos se tiñen de tonos naranjas, rosas y morados, creando un espectáculo diario que nadie quiere perderse. Es el momento favorito de muchos: cuando el sol se despide regalando una última caricia de luz antes de sumergirse en el horizonte.

La llegada del verano y el regreso de la vida a las playas es un ciclo que se repite año tras año, pero nunca pierde su emoción. Es una época de libertad, conexión con la naturaleza y recuerdos que perduran. El calor puede ser intenso, pero también es el precio justo por disfrutar de días llenos de luz, y esa sensación de felicidad simple que solo el mar puede brindar.  

Así que, cuando el termómetro suba y la arena comience a llenarse de gente, recuerda: el verano es efímero, su condición de eterno solo afecta a los niños, pero esos momentos quedan grabados en la memoria como los mejores de un año gris y rutinario.

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