Si no se mira, no se ve

Después de contemplar el sábado con fascinación a miles de malagueños acompañando a la Señora de Málaga en todo su apoteósico esplendor y quienes en pocas horas conquistaron la ciudad de Roma haciendo más eterna a la Virgen de la Esperanza. Tras ese mar de emociones imborrables; el domingo, el litoral de la costa occidental acogió la visita de dos tiburones peregrinos –una madre con su cría- que se dejaron ver por Marbella. Sin embargo, no fueron los únicos invitados, la segunda ballena más grande del mundo que pueden alcanzar los 18-24 metros, una rorcual común, escogió Benalmádena para navegar plácidamente por sus playas. Inmediatamente pensé en Herman Melville, escritor neoyorquino, y su clásico ‘Moby Dick’ publicado en el año 1851. «Sí, como sabe todo el mundo, la meditación y el agua están unidas para siempre», nos cuenta el narrador y personaje de la novela, Ismael, en el capítulo uno. Estoy totalmente de acuerdo, el paisaje marítimo convoca a lo contemplativo y reflexivo. Al presenciar la bahía desde La Farola, se presentan cuestiones filosóficas, históricas, literarias y éticas las cuales nos acercan aún más a su extrema y sosegada belleza milenaria que algunos acaparadores durante los últimos ocho años están dispuestos a saquear.

Si recapacitamos sobre la ética apreciando la ensenada desde El Palo, su ausencia queda patente en el método aplicado para evaluar el impacto visual paisajístico de la Torre del puerto por el equipo de ambientalistas del nuevo proyecto, dirigido por el arquitecto David Chipperfield quien aumenta su altura a 144 metros. Estos avezados técnicos han llegado a la conclusión: «si no se mira, el edificio no se ve». Homérico. Irrisorio. Aciago.