Opinión
Diplomacia de escaparate

Diplomacia de escaparate.
La irrupción de nuevos actores en el escenario internacional está provocando transformaciones profundas en la arquitectura de la diplomacia, entendida como el arte de negociar entre intereses, memorias e identidades contrapuestas.
Se ha instalado una peligrosa ilusión: creer que los conflictos más complejos pueden resolverse como simples disputas comerciales, mediante fórmulas rápidas, improvisaciones brillantes y carisma en cantidades industriales.
Este nuevo paradigma –protagonizado por quienes proclaman "puedo solucionar cualquier cosa"– sustituye los métodos por la personalidad, las instituciones por la voluntad y los principios por la oportunidad. La imagen de eficacia que proyecta oculta, en realidad, una fragilidad alarmante.
Esta forma de hacer política exterior –más espectáculo que sustancia– convierte al mundo en un tablero inestable, gobernado por impulsos más que por estrategias. Lo que se gana en rapidez se pierde en profundidad, lo que se ahorra en burocracia se paga en imprevisibilidad y lo que se presenta como audacia, suele ser simple irresponsabilidad con efectos a largo plazo.
Durante la campaña presidencial de 2024, DT ya advertía contra el derroche en operaciones inconclusas y clamaba por poner fin a las "guerras interminables" en Oriente Medio.
Con los modales de un gran visir global, su primera gira internacional, por los tres estados del Golfo que gestionan más de tres billones de dólares en fondos soberanos, fue un festín de ceremonias lujuriantes y promesas caudalosas.
Esa gira extremó los rasgos de una diplomacia caracterizada por la improvisación, la impaciencia, la heterodoxia, el oportunismo y… los negocios.
Paz escenográfica
Cuando todo se vuelve negociable sin atender las raíces históricas del conflicto, el sufrimiento acumulado o la legitimidad de las demandas, lo que se impone es la lógica del oportunismo. Así nacen avenencias donde no hay aliados ni enemigos permanentes, solo relaciones tácticas al vaivén de las circunstancias.
Inventar la política exterior sobre la marcha puede servir en el teatro, pero en política internacional –donde están en juego valores, vidas, territorios y memorias– la improvisación no es solo un error: es negligencia.
En esta ocasión, se evitó deliberadamente a Israel, sin mucho que ofrecer al presidente transaccional, a diferencia de los ultrarricos estados árabes.
Distanciado de su antecesor, DT transformó antiguos remilgos –como el incómodo saludo con el puño al príncipe heredero saudí– en abrazos entusiastas: "me cae muy bien". Una marca de la actual Casa Blanca, donde la hipérbole impide distinguir la realidad de la ficción.
La sustitución de procesos institucionales por encuentros personales entre líderes plantea serias dudas sobre la legitimidad, sostenibilidad y profundidad de los acuerdos, cuya eficacia queda rehén del temperamento de una sola persona.
Lógica transaccional
La aparente impaciencia ante el largo y arduo trabajo de negociar acuerdos complejos, junto con la ansiedad por obtener "resultados rápidos", cede terreno a una lógica transaccional: efectos sin proceso, paz sin contexto, acuerdos sin estructura.
El método transforma el valor simbólico de cerrar un acuerdo –"mi prioridad es poner fin a los conflictos, no provocarlos"– en un espectáculo de titulares: "acabaré con la guerra de Ucrania en 24 horas".
Las maniobras tácticas, revestidas de brillo mediático, oscurecen la reflexión sobre las consecuencias. Al ignorar las causas estructurales de los conflictos, se mina la confianza internacional y se promueve una visión cínica de las relaciones entre países, donde todo se vuelve intercambiable. "Estados Unidos no tiene enemigos permanentes".

Diplomacia de escaparate / Lne
Heterodoxia
Donde antes actuaban cuerpos diplomáticos, negociaciones multilaterales y marcos normativos, hoy se impone la llamada directa, el encuentro relámpago y el golpe de efecto.
El deseo de victorias inmediatas y la preferencia por relaciones personales por encima de la gran política –"no va a pasar nada hasta que Putin y yo nos reunamos"– son prueba inequívoca de esta deriva.
Todo parece reconfigurable si se presenta con el lenguaje adecuado, en el escenario propicio y con el aval de quien ostenta el poder. Pero ni el prestigio ni la popularidad pueden sustituir la legitimidad que solo otorga un proceso transparente y participativo.
Negocios son negocios
El Air Force One, escoltado por seis aviones de combate saudíes, aterrizó en Riad –primera parada– donde Arabia Saudí se ganó el favor de DT con la mayor compra de armamento de la historia.
En Catar, uno de los países con mayor renta per cápita del mundo, se dedicó a "hacer tratos", sin que faltaran los que favorecen directamente a su entorno familiar.
Condescendientes con el precepto "Estados Unidos primero", los países del Golfo invertirán miles de millones en la economía estadounidense durante la próxima década: Arabia Saudí, 600.000 millones; Catar, 500.000; Emiratos, 200.000.
Los aliados del Golfo –Arabia, Catar y Emiratos– tipos altos, guapos y muy inteligentes, según DT, comparten con él la afición por los superlativos, las promesas grandilocuentes y la exageración sistemática; el ditirambo.
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