Opinión | Viento fresco

Peluquerías

En las tradicionales de barrio te ponen al día de las vicisitudes del vecindario. Con versiones cambiantes según el vecino que, esperando su turno, esté oyendo

Eugenia Martínez, del Club de Mujeres Barberas, asociación de ámbito nacional.

Eugenia Martínez, del Club de Mujeres Barberas, asociación de ámbito nacional. / Efe

El mundo se divide entre los que permanecen fieles a una peluquería y los promiscuos por los pelos. O sea, los que van a una u otra, u otra, según se tercie. Los calvos son la tercera España y observan este fenómeno divertidos o abren una peluquería. En mi barrio han proliferado las peluquerías (¿se está perdiendo el término barbería?), lo cual es señal de que es un sector dinámico, socorrido, con demanda y lleno de clientes cambiantes y dispuestos a dejar tirados a su peluquería de toda la vida.

En algunas peluquerías observo una cola de jóvenes que van entrando por una puerta con cierta personalidad y van saliendo por otra uniformados con el mismo flequillo, el mismo degradado y la misma cantidad de pelo que todos los demás. Antes, el peinado podía ser una forma de rebeldía y ahora lo es de uniformidad. Esta frase nos ha quedado como de señor mayor y la podría haber pronunciado un tipo en 1985, una señora en 2015 o Ataulfo. O quizás no.

Ahora hay negocios en los que además del pelo puedes hacerte las uñas y un tatuaje. Es como un taller en el que además de cambiar el aceite también te pueden mirar los frenos y el delco.

Antaño los barberos eran un institución en el barrio. Y un medio de comunicación. No te habían aún aligerado la pelambrera y ya te había puesto al día de las virtudes y vicios, adulterios y éxitos del vecindario. Versión siempre cambiante según el miembro del vecindario que estuviera allí esperando su turno y por tanto oyendo el relato.

Los peluqueros y peluqueras no paran de evolucionar, pero su tecnología es la misma desde tiempo inmemorial: las tijeras. El peine tampoco ha evolucionado mucho, lo que da idea de su perfección. La cosa no sería enterarse de lo que vale un peine, sino enterarse de quién lo inventó. Hay quien para dar un cambio a su vida se tiñe el pelo, habiendo quien mataría por que le llamaran rubio sin darse cuenta de que bastaría con teñirse de tal para lograrlo. Un peluquero es un confesor que te absuelve de tus melenas o que te consuela de la penitencia de ir despeinado. Es un contrasentido que no vendan crecepelo. No podemos ya tomar a un peluquero como cabeza de turco, ya que es en Turquía donde se realizan los implantes. Los turcos no cortan el pelo, lo injertan. Una peluquería es una nación hablándose a sí misma. Se ha conspirado más en una peluquería que en algunos restaurantes. Incluso en los que se come por el tupé. Hay peluqueros que se cortan el pelo a sí mismos, lo cual es rizar el rizo. El peluquero vocacional no se va: no se corta la coleta. Tener hora en la peluquería, asunto peliagudo.

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