Opinión | Arte-fastos

Perdiguero: cinco años de flores

El paisaje en sus lienzos no adopta las fórmulas canónicas del luminismo malagueño

«Flores (composición)», de Perdiguero.

«Flores (composición)», de Perdiguero. / PERDIGUERO

Quizás me he precipitado con el título; concretamente con el arco temporal en cuestión, porque no fueron cinco sino seis años los que Perdiguero (Archidona, 1933-Marbella, 2020) dedicó casi en exclusiva a la temática floral. Una decisión sin previo aviso; tan sólo algunos indicios anunciaban un posible cambio de rumbo, y de estilo. Y no hubo señales claras porque no podía haberlas en un pintor tan intuitivo y versátil, acostumbrado a una completa libertad de acción y reflexión, ajeno a los vaivenes de la moda y del mercado, pero siempre atento a cuantas injerencias ampliaran su dicción pictórica. De ahí que el paisaje en sus lienzos no adopte las fórmulas canónicas del luminismo malagueño, sino que procede aplicando logros de vanguardia que, sin ser radicales, determina una firme voluntad de renovar las convenciones estéticas al uso.

De modo que esas tentativas de renovación ya se venían fraguando desde los años sesenta: muy evidentes en el paisaje, su género predilecto, así como en el bodegón y las flores, y sin apenas incidencia en las marinas. Mientras el paisaje bascula desde una neofiguración de generoso pigmento y perfiles sinuosos hasta motivos de contenida gama cromática, el bodegón fluctúa desde ordenamientos precubistas hasta un naturalismo vaporoso y delicado. Pero ¿y las flores? ¿Cómo un tema marginal en su producción adquiere de súbito tal protagonismo? No podemos olvidar el origen: aquella exposición memorable en las salas del Cortijo Bacardí, en Málaga (octubre 1996), cuando los allí presentes, ante unos cuadros monumentales, intuimos una ruptura drástica, valiente; un cambio fundamental en la trayectoria del pintor, como así fue.

Parte de aquellas obras se exhiben ahora en Nítido Gallery, en Marbella, con el acertado título Flores… a veces: 19 óleos sobre tablex o madera que revisan un lustro de creación apasionada y expresiva (1996-2000). Un lustro que, se dijo al principio, comenzó un año antes, con Girasoles y Rama de naranjas, ambos de marcados contornos y tonos saturados. A partir de aquí la flor sufre un proceso irreversible de transformación plástica: la mímesis figurativa desciende a mera sugerencia, si bien todavía reconocible (Flores con celofán, Ramo de flores rojas) que pronto deriva en un maravilloso juego de armonías cromáticas (Flor dorada), siempre a expensas de una abstracción final que nunca llega (Flores azules, Orquídeas blancas y rosas). Porque ahí radica el secreto de esta colección: diluir el formalismo aparente sin descompensar la estructura interna; cualidad que Gabriel Ferrater atribuía a la pintura moderna en aras de «la dramática movilidad de una obra deslastrada de todo elemento de gravidez». Sólo que en Perdiguero no hay dramatismo, sino una luminosa concepción del espacio plástico y, por ende, una brillante y sugestiva reinterpretación de un tema clásico.

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