Opinión | Málaga de un vistazo

La vida, como el tren

Compartimento de tren.

Compartimento de tren. / l.o.

Confieso que me gusta viajar en tren; navegar por terrenos firmes; contemplar el paisaje como se traslada ante la existencia; observar a los compañeros de vagón, imaginar sus vidas, escuchar sus conversaciones, anidar en sus realidades durante un trayecto efímero donde todo resuena a destino. En una época ya alejada pero perseverante en la memoria, mis particulares odiseas en ferrocarril entrañaron una inspiración literaria que aún peregrina conmigo. Desde su avance en el siglo XIX, el tren se metamorfoseo en el mejor arquetipo de adelanto, con semblante humanoide y sones musicales que acompañaban el periplo armonizando sus silbidos con el horizonte por descubrir. Encantador traqueteo. Evidentemente, no existe alegoría más vehemente para simbolizar el itinerario de nuestras biografías como el tren, con sus imponderables, estaciones, despedidas y llegadas. Con unos entrañables amigos, Miguel, Alicia, Jacobo y Chanchi, en nuestras tertulias periódicas en El Palo, cerca de la Avenida de la Estación, cuando analizamos la condición humana y su proyección en el orbe, comento la analogía que tiene la propia supervivencia con el recorrido en línea férrea: nos subimos al furgón y compartimos un espacio y una distancia. Nos bajamos en una estación. Subimos a otro tren y participamos con otros viajeros del deambular vital otro nuevo trecho y así sucesivamente sin dejar que se nos escape el tren de la vida. «Si no cambias de dirección, acabarás en el lugar exacto al que te diriges», dice un adagio oriental. Este verano se podrá disfrutar de la mayor oferta de trenes de la historia – 26 frecuencias al día en cada sentido- entre Málaga y Madrid. «¡La vida, como el tren, sigue adelante! ¡Y es una suerte que sea así!», me dice Agatha Chistie.

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