Opinión | El ruido y la furia
Primera ola
Las olas de calor ya comienzan mucho antes y se van mucho más tarde. Hay olas de calor que se prolongan hasta noviembre

Turistas en la playa del Bajondillo de Torremolinos, este jueves, 29 de mayo de 2025 / Jorge Zapata (EFE)
Anda el levante estos días haciendo de las suyas. Cuando aquí, en este sur que habito y que me habita, sopla el levante, España arde. Por lo visto también nace en esta orilla, como tantas otras cosas, el calor.
Faltan tres semanas para que el verano sea oficial, pero eso no le importa ya a nadie, excepción hecha de quienes escriben el Almanaque Zaragozano, que sigue publicándose para deleite de aquellos que amamos las maravillas.
Las puertas de junio… Siempre me gustaron mucho las tardes de junio, su luz estremecida, inagotable, atravesada de vencejos que vienen y van construyendo la geometría del aire. Cuando era niño me extasiaba mirando la lentísima caída del sol, que se iba echando tras las montañas de color violeta que, con el mar, son mi referencia del mundo. Alguna vez he dicho, en algún poema que el tiempo y la memoria no han extraviado aún, que las ciudades han de terminar en alguna parte, preferentemente en el mar, y que por eso quienes nos hemos criado en el rebalaje solemos desorientarnos en las ciudades de interior, donde es imposible fijar la línea de la orilla y, desde ahí, los ejes cardinales.
Pero ahora todo ha cambiado. Las fechas son las que deben ser pero la luz es otra, más impulsiva, una luz que corresponde, quizás, a mediados de julio. Y también el calor. En los albores de junio era lógico un mediodía cálido, pero por la tarde se agradecía aquello que las madres, en su eterna ternura, llamaban «una rebequita». Esto es lo que los científicos califican de ‘cambio climático’ y lo que algunos descerebrados siguen negando cerrilmente.
Estamos, nos advierten los meteorólogos, ante la primera ola de calor del verano, solo que todavía no es verano. Las olas de calor ya comienzan mucho antes y se van mucho más tarde. Hay olas de calor que se prolongan hasta noviembre, siendo sustituidas sin solución de continuidad por una dana, una ola de frío, o las dos cosas al mismo tiempo.
Vivimos tiempos en los que nos hemos cargado el tiempo. Nos avisaron, pero no quisimos hacer caso. Gastamos los recursos, he leído por ahí estos días, correspondientes a dos planetas y medio. Más que ‘gastamos’ debería decir decir derrochamos, que es el término exacto. Hemos esquilmado la Tierra y lo vamos a pagar así, con un verano eterno con regusto a infierno que solo se verá interrumpido por una inundación o una nevada a destiempo.
De momento ahí está el levante, comiéndose la playa, llenando el aire de una bruma levísima y salobre, húmeda en la orilla y muy caliente tierra adentro, allí donde las ciudades terminan donde, casi, empieza otra, y el calor confunde a los pájaros.
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