Opinión | Tribuna

El mal trago de cada fin de curso

El estrés es un virus que se propaga y todos los que se han embarcado en ese momentum que coincide con los primeros calores de la primavera eclosionan en estos tiempos de polarización

Estudiantes de bachillerato preparándose para la selectividad.

Estudiantes de bachillerato preparándose para la selectividad. / l.o.

Corren por redes sociales, esa forma virtual de compartir la desdicha, mensajes de profesores que relatan experiencias tremebundas con alumnos que les han montado un escándalo en clase al saber que habían sido suspendidos. No hay una buena forma de contarle a un estudiante que no ha alcanzado el nivel mínimo para seguir el curso, para evitar más horas de estudio, nuevos exámenes. Lo que debería existir es una manera civilizada de poder tomar esa decisión sin exponerse a amenazas, problemas quizá con los padres del alumno, un tercer grado ante la dirección del centro para argumentar el suspenso.

Cada año, ese mal trago en el que se convierten los exámenes de fin de curso, en especial los que preceden a la selectividad, desgastan más a profesores, alumnos y familias: el estrés es un virus que se propaga y todos los que se han embarcado en ese momentum que coincide con los primeros calores de la primavera eclosionan en estos tiempos de polarización, de «la culpa es del otro».

La educación compartida no tiene una fórmula mágica: hay familias mucho más implicadas en el desarrollo educativo de sus hijos que sus profesores, desmotivados o incompetentes ante la tarea encomendada, cada vez más compleja, con actualizaciones constantes tecnológicas y cambios del modelo educativo.

Maestros sin herramientas reales para lidiar con adolescentes problemáticos que requieren una atención especial. Sin ir más lejos, los casos detectados de alumnos con autismo aumentan un 400% desde 2011 y con datos en la mano del curso pasado, en España hay 91.877 colegiales con autismo. Los padres desconcertados también existen. El ministerio ofrece cursos de parentalidad para ayudar a las familias a poner en práctica técnicas con las que puedan ejercer la autoridad sobre sus hijos.

Padres y profesores se unen a veces contra un enemigo común, la tecnología, primeros los ordenadores, luego los teléfonos móviles, ahora la Inteligencia Artificial. Este curso que dejamos atrás es el primero donde el Chat GPT ha irrumpido en las aulas y la comunidad educativa ha tenido que afrontar que el uso de la IA puede pervertir el control del aprendizaje de quienes la utilizan mal, si es que los pillan. La inteligencia artificial debe ser una herramienta para complementar un trabajo, no la fórmula que lo elabore: algunos maestros han empezado a recurrir a ejercicios orales o presenciales para chequear que el conocimiento de los alumnos demostrado en sus trabajos es real.

Mientras seguimos despistados con los malos resultados académicos de nuestros estudiantes, inquietos por la baja tolerancia a la frustración que demuestran cuando se les suspende, otras experiencias educativas que acogen la IA en el aula como acaban de implantar en Estonia demuestran que en lugar de los círculos de negatividad y destrucción mutua, otras formas de crecimiento educativo son posibles. Los riesgos no deben despreciarse, pero siempre será mejor avanzar de su mano que seguir sometidos a la parálisis que nace de la incomprensión y el rechazo a la sociedad en la que convivimos.

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