Opinión | El cine de la vida
El Neorrealismo siempre se lleva la Palma
Panahi no entiende narrar una ficción sin que la realidad la condicione, tampoco una historia que no enfrente un futuro que se antoja desolador

Jafar Panahi, con su premio en Cannes. / Efe
Viendo la ceremonia de clausura de Cannes 2025, una supuesta cuna del cine donde desfila el talento o un macromercado para perfilarte ante el mejor postor, conocí a otro director. De nuevo, fui victima de mi autodenominado síndrome del cinéfilo, que rima en definición con mi otro síndrome del viajero: cuanto más conoces, más películas averiguas que no conoces. Aunque tu conocimiento sea mayor, eres consciente de lo cultamente ignorante que eres. Una revelación malsana para tu ego. Tal es la ignorancia que confundí a Jafar Panahi, ganador de la Palma de Oro con It was just an accident, con Asghar Farhadi, otro director iraní que también conoce los códigos protocolarios para recibir premios en el Grand Lumiere.
Hincando el diente a mi curiosidad cinéfila a golpe de teclado, ahondo en la biografía de Panahi -nacido en 1960, creció en una familia de clase trabajadora en un país marcado por la guerra y derivada crisis económica - junto a su filmografía - títulos como El Círculo o Taxi Teherán- para descubrir a otro director neorrealista. Es decir, esa corriente cinematográfica del cine que muestra sin tapujos la situación pretérita de un país. Panahi no entiende narrar una ficción sin que la realidad la condicione, tampoco una historia que no enfrente un futuro que se antoja desolador. Panahi se fideliza con su gente como un altavoz de las voces que callan, un arquitecto de los escombros que nadie recoge y el hogar en el que se cobija una generación a la espera de que cesen las armas. Mientras se bombardea el presente, acallándolo o incinerándolo, Panahi lo denuncia; y si no llega a tiempo, lo recuerda. Y recuerda sobre todo que el éxito de sus películas no significa olvidar, porque todavía no he ganado y posiblemente crea que no lo hará nunca. Esa fidelidad le llevó a la cárcel, pero el miedo fue un impulso a seguir grabando entre rejas aún con la cámara apagada: cumpliendo con su condena en 2023, inició una huelga de hambre, atrayendo los focos de occidente y aumentando la presión sobre el gobierno iraní.
Aquí me tiro al barro y prejuicio el neorrealismo como un movimiento con peligrosa tendencia al aburrimiento. Sí, la realidad es sucia, teóricamente incongruente con cualquier destello de purpurina, pero lo que debe respetarse no es excusa para conformarse inerte. Una puesta en escena que no necesariamente tiene que aplanarse. Estudio el neorrealismo y paro en su origen italiano, Roberto Rosselini, interesado con Roma: ciudad abierta (1945) o Alemania: Año cero (1948) en el punto de vista de los perdedores, quienes fueron objetos de sermones e ideologías totalitarias y ser quienes finalmente recojan sus escombros. Da igual el color de la bandera, cuando perdemos somos daltónicos, porque perdemos siempre los mismos.
Sigo la estela del neorrealismo a lo largo del continente y frunzo el ceño perezosamente cuando me topo con alguna de los hermanos Dardenne, concretamente su Palma de Oro El niño (2005), donde su permanente cámara en mano sigue a sus personajes mostrando sus acciones pero sin comprometerlos, como un observador que contempla desde un coche en piloto automático.
Pero este párrafo es la excepción que confirma la regla. Lo mejor para el final. Un lugar privilegiado para el padre del propio Panahi, guionista de su ópera prima (El Globo Blanco) y responsable de sus primeros pasos en la industria como asistente de dirección. Abbas Kiarostami (Irán, 1940) también supo emocionar en la Riviera Francesa, cuando en 1997 se llevó la máxima estatuilla con El sabor de las cerezas. Yo, como a todos, he llegado tarde para encararle las películas en vida. Encararles en una forma de dar gracias, por darme más vida a la que ya tengo. No más años a un casillero, sino como unas lentillas microscópicas que me escudriña la luz entre tanto horror. Algo de comedia entre tanto drama y otra pizca de fantástico para ver el mundo con los ojos más abiertos. Kiarostami me regaló la eternidad, o al menos otra hoja en el calendario, con el final de A través de los olivos: en la quietud de un plano que no puede falsificarse, chico persigue a su chica atravesando un lugar arenoso que se muestra infinito y donde no germina la vida, hasta que sus pasos lo siembran la esperanza, extendiendo su flirteo hacia un prado intensamente coloreado de verde que no parece tener horizonte. Es el amor ingenuo impulsado por la ausencia de todas las cosas. Diría Ortega y Gasset que «somos nosotros y nuestras circunstancias»; y Kiarostami defendería que «somos la respuesta ante nuestras circunstancias». El neorrealismo que gana no es el que acapara alfombras y rellena de moralismos las columnas de las revistas. Es la que entiende Kiarostami desde un lugar actualmente privilegiado; sin actores, sin música performativa, sólo personajes obligados a moverse, reclamando sus territorios destruidos y levantándolos de 0. Esta Palma de Panahi es también suya.
- Ha dicho adiós al mundo de la televisión y ahora trabaja en el aeropuerto de Málaga: así es la nueva vida de este conocido rostro de Mediaset
- El PP en solitario aprueba el convenio urbanístico que permitirá construir un centro comercial y dos hoteles en los terrenos de Tivoli
- Este es el restaurante de Málaga que tiene tapas “gigantes” por 2,50 euros: “Las cantidades son increíbles”
- El área metropolitana de Málaga, en los últimos cinco años: estos son los municipios que más crecen
- Málaga lanza una nueva oferta de empleo público con 156 plazas
- Ya es oficial: Así puedes solicitar la nueva ayuda de 700 euros compatible con el Ingreso Mínimo Vital
- Así es la ayuda de 2.000 euros del Gobierno para que te saques el carnet de conducir: estos son los requisitos que debes cumplir
- Fallece una motorista tras salirse de la vía en la A-7 en Mijas