Opinión | Tribuna

Cambio climático. Tiempos de resiliencia

En Málaga, los veranos son cada vez más largos, calurosos y secos. Desde los años 80, la estación estival se ha prolongado cinco semanas

Los veranos son cada vez más acusados.

Los veranos son cada vez más acusados. / Rocío Ruz - Europa Press

El cambio climático no es una amenaza lejana ni un problema ajeno. Es una realidad palpable que afecta nuestra salud, economía y forma de vida, especialmente en Málaga, donde los efectos del calentamiento global son cada vez más visibles. Frente a esta crisis, más que caer en la resignación o el miedo, debemos hablar de resiliencia: adaptarnos, protegernos y transformar de lo individual a lo colectivo.

En Málaga, los veranos son cada vez más largos, calurosos y secos. Desde los años 80, la estación estival se ha prolongado cinco semanas. Según la Agencia Estatal de Meteorología, la ciudad ha experimentado un aumento medio de temperaturas de casi 2 ºC los últimos 50 años. Supera así el umbral considerado “normal” en el mediterráneo. Las noches tropicales — de no menos de 20 ºC— se han duplicado en la última década.

La NASA ha advertido que Málaga, junto con otras zonas andaluzas, podrían convertirse en región inhabitable en 2050, si no se actúa con contundencia. Se prevé un aumento significativo de días con temperaturas por encima de los 40 ºC, algo que ya ha comenzado a observarse con récords de calor los últimos años. Además sumamos el riesgo de subida del nivel del mar, que podría alcanzar los 21 centímetros en la costa malagueña para 2050, amenazando infraestructuras, ecosistemas y zonas habitadas. No son fenómenos aislados: son señales claras de un cambio climático en acción. Olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas, alteran el confort térmico, y tienen un impacto directo en la salud pública. Afectando especialmente a mayores, trabajos al aire libre, infancia y pacientes crónicos. En este contexto, ayer 4 de junio, CCOO celebró las jornadas “Cambio Climático y sus consecuencias en el Medio Laboral. Tiempos de Resiliencia” en colaboración con la UMA. En ellas se presentó la campaña “Caloradapt”, una iniciativa pionera promovida por CCOO para la prevención laboral.

Esta campaña pone el foco en adaptar trabajo y temperatura, exigiendo medidas concretas para proteger a las personas trabajadoras en condiciones climáticas extremas: del sector agrícola a la construcción y la logística.

Entre las propuestas destacan: la modificación de horarios laborales, descansos obligatorios a la sombra, acceso constante a agua potable, creación de “refugios climáticos” y revisión de protocolos de prevención de riesgos laborales. Esta iniciativa representa un claro ejemplo de cómo la resiliencia también debe construirse desde el ámbito laboral.

Sin justicia climática no habrá justicia social. Y sin derechos laborales no habrá adaptación eficaz. Las políticas de resiliencia deben incorporar la voz de las personas trabajadoras, que son quienes sostienen las cadenas productivas incluso en condiciones extremas. El sindicalismo, por tanto, no puede quedar fuera de las soluciones, sino que debe ser actor clave en la planificación de un futuro más justo y habitable.

La resiliencia debe construirse entre todos. Desde nuestras decisiones diarias —consumo energético, medios de transporte que elegimos, alimentación o gestión de residuos— hasta la presión ciudadana para exigir a nuestros representantes políticos públicas ambiciosas y valientes.

Como la reforestación marina, mediante la recuperación de praderas de posidonia, bosques de algas y humedales costeros, no solo favorece la biodiversidad marina, sino que representa una de las estrategias más eficaces para mitigar el cambio climático gracias a su enorme capacidad de captura de carbono azul. Estos ecosistemas pueden almacenar hasta 10 veces más carbono por hectárea que los bosques terrestres, y lo hacen durante períodos mucho más largos, incluso siglos.

En Andalucía, destacan iniciativas como el Proyecto Remediar y la conservación en el Parque Natural Maro-Cerro Gordo, donde se trabaja en la restauración de praderas de posidonia, esenciales para el equilibrio ecológico del litoral andaluz: no solo capturan CO₂, sino que protegen las playas de la erosión, filtran contaminantes y proporcionan hábitat a cientos de especies marinas.

Málaga, con su valioso pero presionado entorno marino, no puede quedarse atrás. Invertir en la reforestación submarina es apostar por un futuro resiliente y sostenible. Restaurar estos ecosistemas no es solo una acción ambiental: es una decisión climática estratégica, tanto para mitigar emisiones como para proteger nuestro litoral frente a la subida del nivel del mar.

Además, tiene fortalezas naturales — su litoral, su biodiversidad, su luz, …— pero también se enfrenta desafíos estructurales: urbanización desordenada, presión turística y escasez hídrica es por ello que urge repensar nuestros espacios urbanos: más árboles, sombra, menos asfalto y más comunidad. Las ciudades deben dejar de ser islas de calor para convertirse en pulmones de adaptación. La planificación urbana con perspectiva climática y la implantación de la movilidad sostenible, ya no son una opción, es necesidad que debe trasladarse a presupuestos, normativas y participación vecinal. No frenaremos el progreso, sí nos redirigimos hacia un futuro sostenible. Hacerlo ahora evitará daños mayores

La transición ecológica no frena el crecimiento, lo hace sostenible. El compromiso social, derrotará al negacionismo especulativo y nuestro legado será un planeta “vivo” para las futuras generaciones.

La transición ecológica no frena el crecimiento, lo hace sostenible. En definitiva, estos no son tiempos para la indiferencia, y debe ser el compromiso social el que derrote el negacionismo especulativo, siendo nuestro legado un planeta “vivo” para las futuras generaciones.

Tracking Pixel Contents