Opinión | Primer movimiento
Escuchar
Uno de los grandes desafíos del ser humano en este mundo de hiperconectividad es tomarse el tiempo y espacio necesarios para prestar atención genuina a las personas que nos rodean

¿Con cuánta gente nos encontramos desde la presencia y atención más auténticas? / l.o.
Si miro hacia atrás, me doy cuenta de que los momentos en los que más he aprendido y sentido crecer algo en mi interior no fueron en aulas llenas de pupitres ni en conferencias impartidas por grandes expertos con currículos interminables. Más bien, fueron esos ratos tranquilos y casi mágicos en los que me sentaba a escuchar a personas mayores, cuyas historias estaban tejidas con hilos de vida, experiencia y paciencia. Esas conversaciones, salpicadas de silencios cómplices y miradas profundas, me ofrecieron enseñanzas que ningún libro ni seminario pudieron igualar. De pequeño, eran los abuelos (los míos o los de mis amigos) quienes captaron mi atención con sus historias; más adelante, mis padres; y ya más mayor recuerdo tratar a veces de amañar el destino para provocar algún encuentro casual con esa persona mayor cuya vida me generaba ganas de acercarme a ella. Nunca se me olvidará, ya en época universitaria, el aprenderme el horario de tutorías de ciertos profesores para hacerme el encontradizo en algún pasillo y así favorecer esos minutos de oro, de pie, de los que recuerdo aprender mucho más que en algunas clases. Séneca, pensador de la antigua Roma, decía que «la suerte es sólo cuestión de oportunidades para preparar encuentros». Y es que sin encuentros con el otro, nada tendría sentido.
Uno de los grandes desafíos del ser humano en este mundo de hiperconectividad, agitación, polarización y estrés es tomarse el tiempo y espacio necesarios para prestar atención genuina a las personas que nos rodean, emprendiendo así un ejercicio de empatía, para entender al otro y también para hacernos entender. Entrenar la escucha activa no es más que poner en común nuestra sensibilidad. Siempre me han echado en cara que no hablo, que no participo, que me gusta aislarme. A mí me gusta observar, escuchar, y hablar únicamente cuando considere que tenga algo que decir que vaya a aportar más que mi silencio. Hay gente que, sin embargo, piensa que tiene que reaccionar ante todo lo que ocurre, ante todo lo que ve, ante todo lo que pueda dar su opinión a través de las múltiples herramientas que tenemos, como si por el mero hecho de tenerlas, haya que usarlas. Así es como hemos llegado a convertir las redes, un espacio fecundo en origen, en un lodazal superficial de palabras malsonantes y violencia contenida. Interactuamos con mucha gente, pero, ¿con cuántas nos encontramos desde la presencia y atención más auténticas? Ser honesto con uno mismo implica reencontrarse con nuestra identidad más profunda, de la misma manera que para ser honesto con los demás, hay que hacer el esfuerzo de buscar un punto de encuentro en el que la comunicación sea posible. A esto me ayudó mucho una dinámica aprendida una vez haciendo ejercicios espirituales.
Nos invitaron a dibujar en un papel círculos que representaban las personas que estaban en nuestra vida. Estos círculos podían estar más lejos o más cerca, ser más grandes o más pequeños, pero, en algún momento, generaban intersecciones entre sí. Esas intersecciones son los puntos de encuentro que tenemos con los demás, donde se produce la relación verdadera. En nuestra mano está cultivar esos puntos, también cuando nos distanciamos del otro, momento en el que la búsqueda de ese espacio en común donde encontrarnos se convierte en algo nada fácil, y más bien pasa a ser un arte solo al alcance de las personas más bondadosas y humildes. Tal vez escuchar sea, en el fondo, una forma de amar; porque quien escucha de verdad, sin juzgar, sin interrumpir, está regalando lo más valioso que tiene: su atención, su tiempo, su silencio.
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